Capítulo XIII (primera parte)
Rosa abrió lentamente los ojos, se encontró en un
lugar que le era ajeno, y de inmediato supuso que la gravedad la habría llevado
esta vez más allá de la enfermería de Grimm. Mas no la fuerza de gravedad, sino
la propia gravedad de perder la consciencia en plena calle; la seriedad de
haber estado a punto de ser atropellada a causa de un desmayo que fue a la vez
grave, agudo y esdrújulo.
Por tanto, era lógico pensar que aquella habitación
desconocida pertenecía a un hospital: la blancura del techo le inundaba la
retina, y todo estaba impregnado de un denso olor a medicamentos. Se decidió a
mirar alrededor tan pronto pudo tolerar la claridad de los fluorescentes,
recordando el susto de toparse con Iván tras el partido de slowball. Lo hizo lentamente, venciendo poco a poco un fortísimo
dolor de cabeza.
Y así descubrió que ahora también tenía compañía.
No la de un Príncipe, sino la más modesta de Sinclair, que procuraba mantener
la boca cerrada para no alterarle los nervios. Rosa siguió buscando a su
alrededor, con la esperanza de encontrar otros rostros familiares y más
queridos que el de su amigo, pero sólo vio desconocidos recorriendo el pasillo
a través de la puerta entreabierta de la habitación. Emil estaba expectante,
deseando que la chica iniciara la conversación para poder decirle algo,
cualquier cosa, lo que fuera.
–No te lo vas a creer, pero acabo de ver pasar un
caballo blanco ahí fuera –le dijo por fin Rosa con voz áspera, mientras se
frotaba los ojos–. Y vestía una bata de Médico.
–Bueno, no nos
alarmemos; los Doctores no encontraron señales de daño cerebral...
–Gracias,
Sinclair, me alegra saberlo.
–…, aunque
quizás deberían seguir buscando. Dime, ¿te encuentras bien?
–Me duele todo,
como si hubiera dormido en una mala postura durante días.
–Y así fue,
estamos a martes.
–¡No puede ser,
entonces he faltado a clases!
–Sí, pero
descuida: el Rector está al tanto de todo. Además, ahora eres el menor de sus
problemas; es posible que incluso olvide tu ausencia. Alguien ha convocado una
huelga general y todo funciona a medias. Tanto ayer como hoy se ausentaron unos
cuantos Profesores, y aquí sólo están trabajando la mitad de las Enfermeras.
–Tal parece que
he escogí un buen momento para desmayarme, entonces. En cualquier caso, me iré
de aquí ahora mismo –dijo Rosa, comprobando que no estaba conectada a ningún
catéter que le impidiera levantarse de la cama como si fuera la de su
dormitorio.
–Yo más bien
diría que elegiste la peor hora posible para ser hospitalizada. Tendrás que
esperar a que te den el alta si quieres salir de aquí, y no creo que eso ocurra
pronto. La chica de la cama de al lado lleva casi tres días esperando a poder
irse.
Rosa apartó la
cortina que la separaba del resto de la habitación y vio a la otra paciente. La
mujer, guapa de cara pero delgada y pálida en extremo, respiraba con dificultad
y era alimentada a través de una sonda mientras dormía.
–¿Qué le
ocurrió?
–Ha estado a
punto de morir de desnutrición. La trajeron inconsciente y los Médicos pensaron
que se trataba de una sobredosis. Le hicieron un lavado de estómago, pero sólo
encontraron un trocito de manzana; ¡era lo único que había comido en días!
–Aquello era inconcebible en la mente de Sinclair, para quien una buena cena era
el mayor placer de la vida…, y la alimentación, en general, su leit motiv.
–Qué estúpidas
son algunas Supermodelos.
–¿La conoces?
–Debo de haber
leído sobre ella en algún número atrasado de Cuentos de Hadas, pero no me apetece hacer memoria en este momento.
¿Qué han dicho los Doctores sobre mí?
–Te hicieron
muchas pruebas, y el resultado de todas fue que estás perfecta. Como te dije,
ni rastro de daño cerebral. Quizás te sentó mal algo que comiste.
–A diferencia de
ti, mi Mundo no gira en torno a la comida, Sinclair. Es sólo que me parece raro
haber dormido tanto, ya que jamás he podido hacerlo...
–Eso no es
cierto. De pequeña dormías mucho, ¡incluso en clase!
–No lo recuerdo.
–Puede que estés
retomando viejas costumbres, porque te has echado una buena siesta. El Príncipe
se quedó aquí contigo las noches del domingo y del lunes, y me dijo que no te
despertaste ni para ir al aseo…
–¿Iván estuvo
aquí?
–Sí, y hoy
parecía agotado por el desvelo. Todos estamos muy preocupados por ti…
Rosa sintió
remordimientos por apresurarse en juzgar a su novio. Si el pobre no se había
movido de su lado en días, entonces ya tenía una prueba irrefutable de su amor
hacia ella. Sin embargo, eso no le disculpaba por tantos otros días de
abandono, y así debía hacérselo saber la próxima vez que hablara con él. Ya
pensaría cómo decírselo cuando no tuviese a Sinclair delante, importunándola
con sus preguntas.
–¿Qué ocurrió,
Rosa? ¿Por qué te desmayaste?
–No es asunto
tuyo. ¡Por Marte! De haberme despertado antes, habría encontrado a Iván a mi
lado y él se habría hecho cargo de todo. ¿Dónde está mi ropa? Quiero vestirme y
salir de aquí. No, espera un momento, ¡¿dónde está mi libro?!
–¿Qué libro?
Cuando te trajeron no estabas aferrada a ninguno. Quizás el coche que estuvo a
punto de atropellarte lo destrozó.
–Es imposible,
¡lo necesito!
–¿Para qué?
Escucha, te encuentras muy débil; no es el momento de que esfuerces en leer
nada. Si el pan se saca del horno antes de tiempo, la masa no levanta y…
–¿Qué panes ni
qué hostias? llevo toda la vida queriendo descubrir cómo soy, cuál es mi signo
y cuál se supone que será mi futuro. ¡Si sabes muy bien lo emocionada que
estaba de que este año tuviésemos por fin clase de Astrología! Y ese libro…,
ese libro contenía las claves que he estado buscando.
–No te
preocupes, es un texto escolar muy conocido; puedes sacar otra copia de la
biblioteca cuando salgas de aquí. Lo estudiaremos juntos, si te apetece.
Rosa hizo
silencio. Le habría gustado hablar con alguien sobre El Blues del
Hada Azul. Incluso con Sinclair, que estaba deseando tener más
protagonismo en su vida a toda costa. Pero hacerlo suponía un riesgo demasiado
grande; a nadie con un signo y una profesión bien definidos le gustaría leer
que la Astrología estaba amañada. Él mismo, tan satisfecho con su futuro como
Chef, se sentiría destrozado al saber que era posible que su padre hubiera
sobornado a un Astrólogo para que su hijo continuara la tradición familiar.
Ella, en cambio, no tenía nada qué perder…
–Y lo que dices
sobre tu pasado… Escucha, soy de la opinión de que cuando a un alimento se le
ha pasado la fecha de caducidad, lo mejor es tirarlo a la basura.
–¿Acaso existe
otra opinión al respecto? Por favor, recuérdame que no coma jamás en el
restaurante de tu padre. En cualquier caso, no podría estar más de acuerdo
contigo: ¡lo pasado, pasado está! Y aún así, debo recuperar ese libro… Dudo que
cualquiera que lo encuentre sea capaz de digerirlo; puede sentarle mal a mucha
gente.
–¡Incluso a ti!
Parecías haberlo olvidado todo cuando te quedaste huérfana por segunda vez y te
llevaron de vuelta a Grimm, ¡y ahora esas memorias…!
–Emil, ¿tú
sabías que fui adoptada de pequeña? ¿Lo recuerdas?
–No.
Sinclair sintió
cómo la mirada de Rosa lo estrangulaba.
–De acuerdo, sí.
Aún estábamos en el Parvulario. Yo pensaba que nunca conseguirías que alguien
te adoptara porque eras un verdadero azote en clase: no parabas de hacer
travesuras, insultar a los Profesores y pegarle a los demás niños. Una vez me
diste tan fuerte que sangré por la nariz durante un día entero.
–¿Y sabes quién
me adoptó? ¡Bah, déjalo!, no creo que lo recuerdes…
–¡Claro que sí!
Fue el Monitor que te cuidaba.
Rosa comenzó a
verle con más claridad al instante, pese a ser un fragmento de su memoria lleno
de polvo, cenizas y sombras.
–Es cierto;
recuerdo que era muy alto…
–Y peludo. Tenía
una barba canosa y mullida, ¡parecía un oso! Siempre jugaba conmigo y con los
demás niños de la clase, pero a ti te adoraba.
–¿Cómo lo sabes?
–¡Venga ya, qué
pregunta tan tonta! Por la mañana te recogía en tu dormitorio, te llevaba a
desayunar en la cocina como a una sonámbula, y luego cruzaba el rosal contigo a
cuestas (¡aunque está prohibido, y además es un arbusto cargado de espinas!).
De esa manera acortaba el camino, y tú podías dormir unos minutos más en sus
brazos.
–Qué vergüenza,
¡si te acuerdas de muchas más cosas que yo!
–Sí, bueno, es
que siempre salía con rasguños del rosal, y los dos coincidíamos en los aseos
para limpiarnos la sangre que perdíamos por tu culpa. Pero él parecía feliz; se
divertía cuando abrías los ojos y te sorprendías al encontrarte en el aula de
clase.
Rosa se vio
fugazmente a sí misma con el fornido Monitor, mirándolo de reojo por debajo de
su melena rubia, y haciéndose la dormida para disfrutar de la comodidad de ser
llevada en brazos desde la cocina hasta su mesa en el Parvulario. Escuchó el
crujir de sus pasos sobre el césped cubierto de hojas secas y después de nieve;
se ablandaron luego en primavera, y desaparecieron en verano con cualquier otra
reminiscencia.
–La primera
palabra que dije fue "rosa". ¡Claro, como las veía todos los días…!
–¡Anda, quizás
fue por eso que cambiaste de nombre! Antes te llamábamos Ricitos, y en la lista
figurabas simplemente como Señorita Grimm.
–¿Y cómo se
llamaba el Monitor? ¡Dímelo!
Sinclair hizo un
gesto de “no pienso caer en tu trampa; ya sé que quieres hacerme hablar más de
la cuenta” y meneó negativamente la cabeza.
–Rosa, no creo
que saberlo sea bueno para ti. El caso es que nada salió como esperabas, y
cuando regresaste ya no eras la misma, ¡para bien! Comenzaste a atender más en
clase, a comportarte mejor y a respetar a los Profesores. Pronto pareció que no
recordabas nada sobre tu fallida adopción. El propio Klaus debió intuir que el
olvido era un remedio muy potente, porque renunció como Monitor el mismo día en
que…
–¡Klaus, así se
llamaba!
–¡Porras! –Emil
se llevó las manos a la boca para evitar pifiarla otra vez, aunque eso era
exigirse demasiado–. ¡Espero que ahora no pretendas buscarle! Lo mismo que si
vas tras Geppetto, o insistes en seguir leyendo las memorias de…
–Espera un
momento, ¿cómo sabes sobre Geppetto y Azul? ¡Tú tienes mi libro, y lo has
estado ojeando!
El móvil de
Sinclair comenzó a sonar de forma escandalosa, salvándolo del interrogatorio de
Rosa y de un nuevo estrangulamiento ocular.
–¡Mira, es el
Príncipe! Seguro que quiere hablar contigo…
–Ahora no es el
momento. ¡Quiero que me devuelvas el libro, Emil Sinclair!
–¡Pero si es tu
novio! Además, a un Príncipe no se le puede rechazar una llamada (creo que hay
una ley al respecto). Ya hablaremos de tu libro; ten y déjame en paz.
Sinclair
contestó y le puso el teléfono en la oreja a su amiga.
–¿Rosa, amor, eres tú?
–Sí, Iván. Dime.
–¡Mi vida... has despertado! ¿Cómo te
encuentras?
–Estupendamente:
perder la consciencia durante casi dos días me sentó de maravilla, ¡no veas lo
relajada que estoy! –dijo con sarcasmo–. ¿Y tú? ¿Qué hay de tu vida?
–Princesita mía, creo entender por qué estás
enfadada…
–¿Porque no veo
mi novio desde el viernes de la semana pasada, quizás?
–…pero me parece que aún no has asimilado que
yo, como Príncipe, estoy encadenado a una serie de obligaciones. ¿No estarás
actuando así para llamar mi atención, verdad? Además, mi actitud forma parte
del plan para que pronto podamos estar juntos sin que nadie nos moleste. ¿Has
seguido mis indicaciones, o has vuelto a delatarme ante la Guardia Real?
–No he tenido
tiempo para hacer ni una cosa ni la otra. Hasta hace unos minutos he estado
“fuera de cobertura”, hablando en tu mismo lenguaje.
–Lo sé, dormías como un angelito. Uno muy
bello, por cierto.
Rosa calló unos
segundos para reponerse de la sonrisa que Iván acababa de arrancarle con
aquellas palabras, y que le resultaba tan inconveniente si pretendía seguir
riñéndole. Tuvo que darse por vencida y cambiar a un tono mucho más amable.
–Sinclair me ha
dicho que estuviste aquí ayer y anteayer, cuidándome…
–Así fue. Mi lugar estaba junto a ti, y no me
hubiera apartado de mi sitio aunque lloviese, tronase o relampaguease.
–¿Y volverás
esta noche?
–No lo creo, Reina…, hoy lo tengo difícil. Tú
preocúpate por descansar; yo hablaré con el Rector para advertirle de que
mañana tampoco asistirás a clase.
–Otra vez
volvemos a lo de siempre. ¿Crees que podremos vernos algún día estando yo
consciente? –La amabilidad y la ternura de Rosa eran siempre flor de un día.
–Sí… Espera, tengo otra llamada. Cariño,
hablamos en otro momento. ¡Te echo mucho de menos! –y ya sólo se escuchó el
tono de la línea por el auricular del teléfono.
–¡Ha colgado! El
muy… ¡Que si he estado actuando para llamar su atención, dice!
Rosa le devolvió
el teléfono a Sinclair, quien durante toda la conversación había permanecido a
su lado observando el techo detenidamente, como si de esa forma le brindara
algo de privacidad a los dos enamorados, pese a estar de cuerpo presente.
–Sinclair,
quiero mi libro. Ahora
–No está aquí.
Lo escondí en otro lugar.
–¡Tráemelo
inmediatamente!
–Descuida, está
a salvo…, aunque el coche le pasó por encima y estropeó la portada.
–¡Eso me da
igual, sólo quiero acabar de leerlo!
–Antes tienes que
prometerme una cosa: que no irás a buscar a ninguno de tus tres padres
adoptivos. ¡Júralo por tu Gato!
–Lo juro.
Rosa no tenía
ningún problema en hacerlo, y no porque le diera igual que el Supremo Autor
acabase una a una con las siete vidas de Gato (de hecho, Sinclair había sido
muy hábil al pedirle que jurase por la “persona” que más quería en el Mundo), sino porque en sus planes no estaba
el ir tras Klaus, Geppetto o quienquiera que fuese el Oso de perilla; su amigo
tenía razón acerca de que recrear el episodio de su fallida adopción no sería
productivo y sí muy doloroso. “¿En cualquier caso, por qué querría yo
encontrarme con los miembros de aquel aborto de familia? ¿Cómo llegó a pensar
Klaus que yo podría preferir tener tres padres a seguir siendo huérfana? Lo
único que pretendo es encontrar a Azul y que él me diga cuál es mi signo y mi
futura profesión. Sinclair no ha dicho nada al respecto, así que podré mantener
la promesa”.
–¿Lo juras en
serio?
–¡Tú también
piensas que actúo! Escucha, ya he leído la dirección de la tienda de Geppetto;
si quisiera ir tras él, podría hacerlo sin necesidad del libro. Te repito que
lo único que me interesa es terminar de leerlo, ¿comprendes? En él, Azul
insiste en que la Astrología no es más que una patraña…
–¡Claro, qué
otra cosa podría decir un chico que quiere ser Hada!
–…, y yo sólo
quiero conocer sus argumentos. Si me convence, entonces dejaré de preocuparme
por no saber cuál es mi signo. De lo contrario, estudiaré a fondo la materia y
veré si consigo sacar algo en claro sobre mi personalidad y mi destino.
–Además, se
trata de literatura de difícil digestión, como bien dijiste. La supuesta receta
de una Carta Astral no es algo que deban saber aquellos que han tenido que
tragarse la suya durante toda una vida. A mí no me importó leer que están
amañadas porque me encanta la idea de ser Chef…, y tú no tienes Carta Astral,
así que tampoco debería afectarte. ¡Pero imagínate si lo leyera el Príncipe!
–¡Sería
catastrófico! Por eso debo vigilar que no acabe en otras manos.
–¡Por eso me lo
llevé a casa…!
El chico se dio
una palmada en la frente, se mordió los labios y pensó durante unos segundos,
pero carecía de la malicia necesaria para adivinar las verdaderas intenciones
de Rosa. Ya la había obligado a jurar que no buscaría a los Tres Osos, y
concluyó que eso bastaba para cuidar su salud mental y prevenirla de nuevos
desvanecimientos.
–De acuerdo, te
lo devolveré…, aunque es muy tarde como para ir y volver con él. Hagamos lo
siguiente: te dejaré mi móvil (escóndelo bien, ¡que no te lo decomisen las
Enfermeras!) y te llamaré desde el teléfono de mi casa cuando tenga el texto
delante. Voy a leerte un capítulo, ¡sólo uno!, y esa es mi última oferta.
–¡Gracias, Emil,
eres un encanto! –Rosa se abalanzó sobre él y le dio un fuerte achuchón.
–¡Pero cuidado
con la nariz, que me sacas sangre otra vez!
Comentarios
Sinclair es un pájaro...
El carácter de Rosa es algo retorcido con de muchas capas, como los pétalos de la flor...