Capítulo XIV (segunda parte)
Sinclair cerró
el libro porque no estaba acostumbrado a leer en movimiento, y hacerlo en el
autobús escolar (habiendo desayunado fuerte, además) no era la opción más
recomendable para fomentar el hábito. Por si fuera poco, aquel texto le
resultaba, a ratos, profundamente desagradable; “Un chico que quiere ser Hada;
¿qué clase de persona puede desear algo así? Parece como si la vida entera de
Azul girase en torno a esa obsesión, y que nada más le resultase importante, o
siquiera interesante. ¿Es acaso un problema tan grave el no poder ser
exactamente quien uno quiere ser?”.
El chico al menos era consciente de que no tenía
una opinión bien formada al respecto: su Carta Astral había dado en el clavo y
ser Chef era, sin duda, un pronóstico perfecto para él. “Aunque ahora que lo
pienso, tampoco me he planteado nunca tener otra profesión. Siempre he estado
entre fogones, y jamás me ha interesado otra cosa aparte de los aperitivos,
primeros platos, segundos platos y postres”.
Emil bajó del
autobús escolar frente el portón de Grimm, donde cada mañana se instalaba un
puesto ambulante de Aurora’s Bakery para ofrecer su bollería recién hecha y
trozos de pastel. Aunque eran excelentes, Sinclair sabía que la tal Aurora era
de la competencia; por su culpa los clientes habían dejado de tomar el postre
en el restaurante de su padre, para irse dando un paseo a aquella deliciosa pastelería
situada a poca distancia. Se permitió sacarle la lengua a la Dependienta cuando
pasó por delante del carromato de tartas, y luego continuó su camino hacia el
aula de clases. Ahora sí le dieron ganas de retomar la lectura..., y todo por
olvidar el olor de aquellos deliciosos pasteles que tenía prohibido tocar.
Do Your Thing, de Basement Jaxx
Afuera, en la calle, el día era perfecto y azul: una de esas mañanas
radiantes en las que todo el mundo está de buen humor, aunque nadie se atreve a
decirlo. En lugar de comentar el buen tiempo que hacía, las señoras que se
sentaron delante de mí en el autobús recurrieron a un extraño eufemismo, y se
quejaron de que cada año llovía menos en otoño. Yo, entre tanto, estaba
maravillada de cómo el tráfico y los semáforos parecían haberse sincronizado
para permitirme llegar antes a mi destino.
La amplia avenida Hoffmann me dio la bienvenida a través de la
ventanilla, y bajé en una parada que coincidió casi al milímetro con la puerta
del salón de belleza recomendado las Hadas. Aún no había abierto, así que me
dio tiempo de tomarme un café y comerme un croissant
mientras miraba los escaparates de las tiendas cercanas. Rapunzel y sus
Ayudantes aparecieron a las nueve menos un minuto, y me atendieron a mí en
primer lugar. Pedí un tratamiento que incluía masaje relajante, tinte,
extensiones, alisado, maquillaje y depilación completa…, así que me regalaron
la manicura para captarme como cliente habitual. La chica que me lavó la cabeza
no paró de alabar el color natural de mi cabello, y se mostró comprensiva y
entusiasta con el cambio radical de imagen al que estaba a punto de someterme.
Me elogió tanto, de hecho, que casi no me importó cuando la descubrí
fotografiando mi pelo con la cámara de su móvil, como si quisiera inmortalizar
su rareza.
Después de más de tres horas, salí de Rapunzel’s con una espectacular
melena rubia y menos de la mitad de mi dinero, ¡pero ya podía tachar de la lista
el primero de los cuatro pasos para convertirme en un Hada! Saqué el
pintalabios y la servilleta, tracé una línea sobre la palabra “Pelo”, y
aproveché para ponerme algo de carmín en los labios.
Sinclair tropezó
unas cuantas veces por estar leyendo mientras caminaba, pues a diferencia de
Rosa, él no se sabía de memoria la ubicación de los pasillos y las escaleras de
Grimm. Saludó a sus amigos, le hizo una absurda reverencia al Príncipe, y se
sentó a la espera de que comenzara la clase de Mitología e Historia, aunque fue
el tomo I del Tratado de Astrología
Elemental el texto que dejó sobre su mesa.
Aún tenía toda la mañana por
delante, así que aproveché para buscar un vestido de gala digno de un Hada en
las exclusivas tiendas de la avenida Hoffmann. No llegué a probarme ninguno, siquiera;
los precios eran prohibitivos a tal punto que necesitaría el sueldo de varios
meses sólo para poder pagar por la cremallera. Ahora entendía a lo que se
referían Rubí y Esmeralda con que me haría falta muchísimo dinero, y comprendí
que el camino que me quedaba por recorrer sería terriblemente agotador y largo.
¡Pero no iba a desanimarme
justo ahora! Al menos ya tenía un mapa para guiarme. Además, me quedaba un
puñado monedas en el bolsillo; quizás no alcanzaran para comprar un elegante
vestido en el Ensanche, pero podían dar mucho de sí en un mercadillo. Miré el
reloj, comprobé que aún tenía tiempo antes de ir a recoger a los mellizos y me
fui de nuevo al Casco Antiguo, donde esperaba conseguir alguna ganga en la
calle del Mercado Central.
Las mismas señoras que antes
se quejaban del otoño, me criticaban ahora entre cuchicheos y miradas
reprobatorias en el autobús; supongo que era una imagen peculiar el verme ahora
maquillada y con cabello largo y rubio, mientras vestía el mismo conjunto
desteñido con el que había salido de mi casa hacía un mes. La transformación
llevaría mucho tiempo en completarse, pero no por ello tenía que resignarme a
estar a medio hacer… ¡Debía encontrar algo coqueto y femenino en el mercadillo
con presteza!
Salté del autobús tan pronto
llegamos a la Plaza Mayor, me compré un vestido azul claro en el primer puesto
ambulante que encontré y le pedí al Dependiente que me dejase cambiar de ropa en
la trastienda. Aceptó a regañadientes, pensando quizás que espantaría a los
demás clientes con mi insistencia, o que llamaría la atención de la Guardia
Real con mis maneras…, pero al verme salir no escatimó en halagos y así
consiguió venderme otros tres vestidos, además de unos zapatos sencillos,
baratos y extragrandes (como los que yo necesito). Los dos acabamos contentos;
él se deshizo de unos tacones de talla imposible, y yo no tuve que pelearme con
la multitud que abarrotaba la calle para abrirme paso hasta otros puestos. ¡Ya
tenía todo cuanto podía permitirme por ahora!
Y así fue como salí de allí:
cargada de bolsas, sin una sola moneda (excepto las que había apartado para
pagar el alquiler y los perritos calientes de varias semanas) y convertida en
una rubia –que no en Hada, aún– de los pies a la cabeza.
Sinclair levantó
la vista del libro, alertado por un escándalo que amenazaba la quietud de la
clase: Rosa acababa de entrar por la puerta, y saludaba a todos sus amigos
efusivamente. El Príncipe enmudeció y tardó en levantarse de su mesa, como si
la impresión de ver a la chica completamente recuperada le hubiese clavado al
asiento.
–¡Tienes incluso
mejor cara que antes de desmayarte! ¿Qué te ocurrió? ¿Estás bien? –preguntó
Loa, a la que le encantaba hacer el papel de madre.
–No te lo vas a
creer, pero ya hay dos blogs en los
que se cuentan cotilleos sobre tu noviazgo con Iván. ¡Y en ninguno se decía que
hubieras salido de la Clínica! –dijo Cindy, quien a partir de entonces dudaría
siempre de todo cuanto leyera en Internet.
–¡Sentaros
todos, que aún no sabemos si vendrá hoy el Profesor! –exigió Demian desde la
pizarra, pero nadie hizo caso.
–Tienes suerte
–le dijo Vincent a Rosa con su voz grave y pausada–: a causa de la huelga,
nadie notó tu ausencia. Bueno, gracias eso y a que el Príncipe intercedió por
ti ante el Rector. Creo que eres la primera persona que se salva de ser
expulsada de Grimm pese a haber faltado a clases. ¡Debes tener más cuidado a
partir de ahora!
Pippi y Canella
también iban a referirle su preocupación y lo muchísimo que la habían echado de
menos, pero fueron interrumpidas por otra ilustre intervención:
–¡Rosa, amor
mío, yo…! –dijo Iván cuando finalmente consiguió articular palabra.
Todos los
estudiantes se apartaron para dar cancha al encuentro entre los dos enamorados.
Rosa esperó unos segundos antes de reaccionar; disfrutaba con el susto de su
novio, y escuchando cómo la voz le salía aniñada a través del nudo en la
garganta.
–¡Mi Príncipe!
–dijo al fin, antes de abalanzarse a sus brazos y darle un apasionado beso en
los labios, con el que también se desquitó de tantos ardores–. Chicos, sabed
que soy la persona más afortunada del mundo: Iván ha estado cuidándome todos
estos días y no se ha apartado ni un minuto de mi lado, ¡como anoche, por
ejemplo! De no ser por él, aún seguiría en la Clínica, sin poder levantarme de
la cama y drogada hasta las cejas.
El Príncipe rió
de forma nerviosa y se llevó las manos a la cabeza, mientras la clase al
completo aplaudía su heroicidad.
–Gracias a todos
los que os habéis preocupado por mí. Por cierto, Sinclair, tengo tu móvil –dijo
Rosa en voz alta, procurando que el Príncipe la escuchase con perfecta
claridad–. ¡La de mensajes que recibiste anoche! Y creo que tienes algo para
mí…
–¿Eh? ¡Ah sí, tu
libro! Casualmente lo he traído.
Emil sabía que
algo raro estaba ocurriendo, pero no llegaba a comprenderlo del todo. Era
evidente que el Príncipe no pasó la noche con Rosa, porque había hablado con
ella hasta bien entrada la madrugada y entonces seguía sola. Sin embargo, la
chica afirmaba que Iván estuvo allí cuidándola… ¿A qué jugaba? ¿Sería también
mentira que el Príncipe había dormido con ella varias veces a lo largo de la
semana pasada?
Le habría
gustado creer eso, pero se obligó a pensar en otra cosa para no llevarse una
decepción. En secreto, Sinclair sentía celos desde que ella y el Príncipe se
hicieron novios, y no había pegado ojo ninguna de las noches en las que
supuestamente estuvieron juntos. Pero eso era otra historia.
En la que nos
ocupa, Iván miraba con los ojos muy abiertos el móvil del chico, que Rosa le
tendió a su dueño a cambio de un libro con la portada destrozada. Y su novia
sonreía con malicia, al comprobar que la duda sobre si habría leído o no aquel
mensaje, o si habría descubierto ya la razón de su somnolencia, le atormentaba
de sobremanera.
Sí, a Emil será mejor dejarlo de
lado por ahora –pues seguía sin entender nada–, aunque ciertamente sabía, como
sólo un futuro Chef puede saberlo, que algo extraño se estaba cocinando.
Comentarios
¿La cocina creativa? haha Quiero que comparta sus recetas conmigo, entonces ^^