Capítulo XV (cuarta parte)
Llegué justo a tiempo para recoger a los mellizos en la Escuela. ¡Qué
sorpresa se llevaron al verme con tacones, extensiones rubias y vestido! Aunque
al principio fingieron no darse cuenta de que yo estaba allí y siguieron de
largo. Decidí llamarles por sus nombres hasta que no tuvieron más remedio que
hacerme caso.
–¿Qué haces disfrazado de mujer? ¿Y qué le pasó a tu pelo? –preguntó
Hansel, tirándome del brazo para que me agachase y él pudiera hablar
susurrando.
–¡Ya he dado el primer paso para convertirme en Hada! ¿Qué os parece?
–Que como te hayan visto las demás Cuidadoras, mañana seremos el
hazmerreír de todo el colegio –dijo Gretel.
–¡Querrás decir la envidia de toda la Escuela Primaria Grimmoire!
¿A cuántos niños los viene a buscar un Hada al salir de clase?
–¡A ninguno! –gritaron los dos a coro.
Como los ánimos estaban un poco tensos, busqué una de las monedas que
aparté para los gastos del mes y le compré a cada uno una enorme piruleta, con
la condición de que diéramos un paseo tranquilo por el Gran Parque. Le había prometido
a la Cenicero que haría tiempo con los mellizos antes de ir al piso de Bella, y
si por ellos fuera, ya se habrían puesto de camino a la cocina para saquear la
primera merienda del día y arruinar la cita de mi amiga con su adorado Sapito
(lo cual tampoco habría sido una tragedia…).
Hicimos el mismo recorrido que la vez anterior y acabamos frente al
teatrillo ambulante de Geppetto. El espectáculo ya había comenzado, y otra vez
vimos a la niña de los rizos dorados torturar a los Tres Osos con todo tipo de
trastadas; sin embargo, algo se intuía distinto, así que decidimos aguardar al
final. En efecto, el Titiritero había agregado una nueva escena en la que el
Oso de bigote llegaba con su maleta a un taller, cargando los juguetes que le
había fabricado a Ricitos, todos con quemaduras de tercer grado y huérfanos de
ella.
De pronto se le coló una luz a través de la ventana; apareció así una
peculiar marioneta con cabellos azulados sobre el escenario, que dijo al
sorprendido Oso:
–¡Soy tu Hada madrina, y vengo a concederte un deseo! ¿Qué puedo hacer
por ti, que siempre has sido bueno?
–¡Hada madrina, escuchaste mis ruegos! En mi corazón arde un gran
anhelo: que el pasado cambie, que retroceda el tiempo, ¡que mi familia no se
rompa y siga al completo!
–¡Mal asunto! El pasado es pasado, y lo hecho está hecho; en cambio,
el porvenir es todo tuyo, Geppetto. Sé que habrías sido un padre estupendo, y
por eso te concederé la oportunidad de serlo…
Dicho esto, el Hada movió en círculo su varita mágica, tocó con ella la
montaña de juguetes, y de ella salió un niño-marioneta
que corrió hacia el Oso de
bigote llamándolo “¡Papá!”. Había infundido vida a aquel títere, al que el
avatar de Geppetto abrazó mientras la música sonaba como una fanfarria, y los
aplausos, como un redoble de tambores.
–Creo que le has inspirado un nuevo final para su cuento… –dijo Hansel
dándome golpecitos con el codo.
–¿Azul, tú vas a ser igual de poderosa cuando seas Hada? ¡Quiero que le
des vida a mis muñecas! ¡Y a mi unicornio de peluche también!
Geppetto salió del carromato para hacer un saludo reverente al público,
que seguía aclamando la nueva versión de la obra y elogiando su talento como
Titiritero. Recuerdo que nos miró como si nos hubiese reconocido, pese a que mi
aspecto había cambiado significativamente desde el día en que le expresé mi
enfado. Y luego me sonrió dándome las gracias, mientras los mellizos y yo nos
poníamos en marcha. No cruzamos palabra.
De camino a casa, ocurrió lo mismo de siempre: los niños comenzaron a
ponerse tensos y de mal humor. Ninguna piruleta era lo suficientemente grande
como para mantenerles distraídos y dar un paseo que resultara agradable de
principio a fin. Cuando estaban nerviosos, su apetito era voraz y su enfado
terrible; algo sí que habían heredado de su madre pese a sentirse tan ajenos a
ella, sólo que la cruel genética se decantó por que fuese el carácter y no la
belleza (que tan bien le habría venido a dos futuros Supermodelos).
Precisamente por eso no podía enfadarme con pequeños; en verdad os digo
que siempre era un momento delicado el entrar en el piso de Bella, sin saber si
la encontraríamos despierta y convertida en bestia, o dormida y mansa. Todos
preferíamos –por muy mal que suene– cuando llegábamos y ella seguía amodorrada;
entonces podíamos ir en silencio a la cocina y darnos un festín de dulces que
compensara la angustia.
Pero aquella vez no tuvimos tanta suerte: tan pronto se abrió la puerta
del ascensor, encontramos a la Ceni discutiendo a viva voz con su Jefa en el
salón.
–¡Ya te he dicho que ni sé dónde están, ni me importa! –gritó la
Cenicero.
–¡Eres una vulgar ladrona! ¡Estás despedida! –aulló Bella, dando patadas
al suelo y golpes a las paredes con la palma de la mano.
El ruido de nuestra llegada las separó, y la exDiseñadora corrió a encerrarse
en su habitación dando un portazo. Mi amiga cogió de la mano a los niños y se
los llevó a la cocina para merendar y preparar la cena.
–Azul, encárgate tú de ella. ¡No puedo más!
–¿Qué ha pasado?
–Se le han acabado los somníferos, pero me acusa de habérselos robado.
¡Está completamente fuera de sí!
Fui a la habitación de Bella sin demora y la encontré mirando debajo de
la cama, buscando desesperadamente más frascos de “Z”. La llamé un par de
veces, pero parecía tan concentrada (o distraída) que no me oyó, así que
comencé a limpiar su cama y a desenredar las sábanas blancas. Estaban sembradas
de sus largos y rubios cabellos, como si los estuviera perdiendo rápidamente;
en efecto, ahora que estaba agachada, pude mirarle de reojo la cabellera y
comprobar que su pelo se había vuelto frágil y canoso. Decidí meter los frascos
vacíos de “Z” en una bolsa, y el tintineo del cristal la alertó de mi
presencia.
–¿A dónde te llevas eso? –preguntó alterada.
–Las sábanas, a lavarlas; tus mechones de pelo y los frascos, a la
basura.
–¿Has revisado uno por uno que estén vací…?
Bella interrumpió su propia frase y me miró con ojos muy abiertos,
horrorizados; luego cogió varios cabellos sobre su cabeza entre el pulgar y el
dedo índice, y al dar un pequeño tirón se quedó con ellos en la mano.
“Maldito Iván…
¡Como me ocurra lo mismo, a él también se le va a caer el pelo!”.
La mujer se desplomó sobre su cama, enterró la cabeza entre las almohadas
y comenzó a llorar amargamente. Todo el mundo –incluso ella– sabía los efectos
secundarios de tomar “Z”; se hablaba mucho de ellos en los informativos, en
especial cada vez que un famoso sufría una sobredosis y no volvía despertarse
del sueño eterno.
Bella ya presentaba un buen número de síntomas de la adicción a “Z”;
irritabilidad, caída del pelo, pérdida del apetito, eczemas… Habría sido una
tontería hacerle ver el peligro que corría su vida, pues era plenamente
consciente de ello. Quizás por eso le pesaba tanto en la conciencia ese
ligerísimo mechón de cabellos que ahora sostenía en el puño cerrado.
Me pregunté qué debía hacer, pues cuidar de ella era parte de mi
trabajo…, pero no podía ayudarla en contra de su voluntad. ¿Qué sentido tenía
que yo, una persona que ama la libertad y que estuvo veintiún años soportando
que se desmerecieran sus decisiones, pasara ahora por encima de los deseos de
otra persona? No podía traicionar mis ideales; tenía que conseguir que me
pidiera ayuda, empleándome en lo único que se me daba bien (aparte de cantar y
bailar, todo sea dicho) y a pesar de que pudiera delatarme. No medité la
conveniencia de poner en riesgo mi sueño, simplemente lo hice:
–Bella… ¿Qué fue lo que salió mal?
–¿Eh? ¿De qué hablas? ¿Y tú quién eres? –preguntó ella, aún aturdida.
–Soy Azul…
–¿Es que estamos ya en Halloween? ¿De qué es ese disfraz tan
horroroso? Por el Supremo Autor, ahora voy a necesitar algo mucho más fuerte
que “Z” para poder dormir… –dijo secándose los lagrimones con el dorso de la
mano.
–Escucha: sabes bien que tu historia podría acabar de forma trágica muy
pronto. No puedo ayudarte si no me dejas, pero al menos me gustaría saber qué
salió tan mal en tu vida como para que sólo desees dormir por siempre.
–¿Crees que algo salió mal? Tengo problemas para conciliar el sueño, eso
es todo. Además, ¿por qué habría de contarte mis asuntos a ti?
–Para satisfacer mi curiosidad profesional, nada más. Los cancerianos
tendéis a imaginaros la vida tal y como debería ser para que fuese perfecta, y
cuando esa idea no se cumple os venís abajo. Los de tu signo tardan mucho
tiempo en salir de una depresión, pero tú te ves directamente incapaz de
hacerlo, y no dejo de preguntarme por qué.
–¿Cómo sabes que soy cáncer?
–Podría haberlo leído en cualquier revista de Cuentos de Hadas, no
tiene ningún mérito; ¡recuerda que fuiste famosa! Pero en realidad se debe a
que sé cuál es el signo de las personas con sólo mirarlas.
–¿Eres capaz de hacer eso? Mientes, intentas embaucarme…
–No, hablo en serio: estudié para ser Astrólogo. Es lo que sentenció mi
Carta Astral, aunque mi sueño siempre ha sido ser un Hada. Espero que sepas
guardar el secreto… –“De lo contrario acabaré en la cárcel; o peor aún, ¡en la
Mansión de la Campiña!”, pensé con angustia.
–¡Por Mercurio! –dijo Bella escandalizada–. ¡Qué disgusto para tus pobres
Padres!
Agaché la mirada al escuchar esas palabras. Me vinieron a la mente los
gravísimos enfados de mi Padre, pero también la sonrisa con la que mi Madre se
había despedido de mí, como una máscara incapaz de ocultar la tristeza que se
adivinaba en sus ojos.
–Perdóname, me he excedido al decir eso; supongo que también habrá sido
duro para ti –rectificó Bella–, pero siento pena por ellos. A fin de cuentas,
una no puede evitar querer el mejor futuro posible para sus hijos, o hacerse
ideas sobre cómo deberían ser de adultos.
–¿Fue eso lo que te ocurrió? ¿Te sentiste decepcionada de Hansel y
Gretel?
–¡Qué dices! ¡Mis pequeños son los niños más adorables, sanos y guapos
que puede haber! –y esto hizo que me preguntara cuánto tiempo llevaba sin ver o
charlar con sus hijos–. No quiero hablar sobre mi pasado, ya te lo he dicho;
además, es muy obvia la forma en que intentas sonsacarme detalles de mi vida
privada, quizás para venderlos luego a alguna revista de cotilleos. ¡Cuánto
pagarían por conocer mis miserias!
–Lo hago porque me siento responsable de tu estado actual, y no sólo
porque llevo casi un mes cuidándote; piensa que pertenecí al gremio de aquellos
que escriben y sellan el futuro de la gente. Quizás tu Astrólogo cometió un
error que yo pueda reparar. ¡No he olvidado nada de lo que aprendí entonces!
Bella se mordió un labio y apretó fuertemente la almohada contra su
pecho.
–El problema no estuvo en mi Carta Astral; me encantaba ser Diseñadora y
era muy buena en mi trabajo. De todas formas, no tengo fe en la Astrología, así
que tu consuelo me resultaría, aparte de inútil, descaradamente falso.
La mujer había descubierto mi artimaña, e incluso sabía que la Astrología
podía ser un placebo muy eficiente si se creía en ella. Quizás hubiera sido más
ingenua de cría –y por eso se comportaba como una canceriana de manual–, pero
no iba a ser tan fácil penetrar su caparazón de crustáceo adulto y veterano.
–¡Con decirte que mi exmarido amañó las Cartas
Astrales de mis hijos para que fuesen Modelos igual que él, pagándole unas
pocas monedas extra al Astrólogo que las redactó! Menuda profesión la tuya,
peor incluso que la de los rateros y truhanes. Ya lo ves; por mucho que sepas
sobre constelaciones y planetas, jamás podrás ayudarme.
–¡Así que el problema fue tu exmarido!
Bella pataleó y me dio varios almohadazos.
–¡¿Cómo lo has adivinado?!
–¡No lo sé! Supongo que ha sido la forma en que le mencionaste, o el
hecho de que no haya ni una foto suya en toda la casa. Eso es lo que haría
cualquiera de signo Cáncer: hacer desaparecer por completo todo rastro de aquél
que atentó contra su sueño. Aunque no creas en la Astrología, estás
condicionada por ella y actúas tal y como se supone que deberías hacerlo…,
quizás porque de pequeña estabas convencida de que todo cuanto venía en tu
Carta Astral era verdad, ¡como cualquier otra niña de esa edad!
La mujer se tranquilizó, volvió a sentarse en la cama –abrazándose con
fuerza a la almohada– y finalmente se desahogó y habló, llorando a mares
mientras lo hacía. No voy a contar los detalles sobre lo que me refirió porque
Bella es una figura pública, y ya bastante ha sufrido viendo cómo sus trapos (y
no me refiero a los que había diseñado) salían a la luz en las revistas del
corazón. Sólo puedo decir que su exmarido era la auténtica bestia, y que por
mucho que se esforzó, Bella jamás consiguió transformarle en otra cosa. Más
bien al contrario; él sacó lo peor de ella y acabó convirtiéndola en un
monstruo, presa de celos, mentiras, decepciones y de su terrible influencia.
–…y todo acabó antes de que pudiese darme cuenta. Mi matrimonio, mi
carrera, mi sueño idílico y perfecto, todo se esfumó como si jamás hubiera
existido. ¿Podría acaso recuperarme de algo así? Mi vida entera se vino abajo,
y lo único que deseo ahora es dormir, no saber, no ver, no escuchar, no sentir.
No salir nunca más de esta habitación, donde todo es blanco y acolchado. Tengo
miedo de saberme tan frágil, y de toda la maldad que hay allí fuera. ¿Lo
comprendes, Azul?
–No.
–¿No? ¿Así, sin más? ¿Acaso eres idiota?
–Lo siento, pero no entiendo a la gente cobarde. Como bien sabes, nací
siendo chico; ¿acaso crees que estoy tan ciega como para no darme cuenta de que
me será harto difícil cumplir mi sueño? Sin embargo, todos los días me
despierto pensando que estoy un poco más cerca de ser Hada. Trabajo muy duro, e
intento no perder la esperanza aunque la gente se ría de mí en el metro, a
pesar de que mi Padre me gritase de pequeño y aunque casi nunca encuentre
zapatos de mi talla (hoy sí, y de tacón además. ¿Has visto qué monos?). Tú ya
has sido feliz en una ocasión, Bella; has vivido tu sueño, ¡y si una vez fue
posible, eso significa que puede volver a serlo!
–No sería conveniente rescatar aquella rutina, y el pasado no se puede
cambiar ni olvidar. Nada es tan sencillo como dices, Azul…
–Claro que no lo es, ¡de hecho, no hay nada tan difícil como llegar a
ser quien uno es! Pero tú tienes ventaja sobre el resto: eres creativa y
talentosa, te encanta tu profesión, tienes una casa espectacular y unos hijos
maravillosos…
Bella levantó la vista y me miró fijamente, como atenazando mis palabras
con los ojos. Supe entonces que había dado en el clavo; había encontrado la
grieta en su coraza que llevaba directamente a la tierna carne en el interior.
–¿Sabes? Tus hijos y yo hemos hecho buenas migas porque tenemos muchas
cosas en común; los tres estamos solos, echamos de menos a nuestros Padres y
nos damos atracones de dulces cuando nos sentimos nerviosos. Necesitamos
compañía, así que hacemos juntos los deberes, charlamos y damos paseos por el
Gran Parque. Fue allí donde conocimos a un Titiritero que narra cuentos algo
sórdidos, quizás porque su propia historia lo fue…
–Ya tengo más que suficiente con mis problemas. No me interesan los de un
Titiritero.
–¡Pues deberían! Escucha: Aunque fabrica marionetas preciosas y es dueño
de una juguetería, no tiene hijos que disfruten de sus artilugios o escuchen
sus historias. A ti, en cambio, te esperan ahí fuera dos niños a los que no
haces el menor caso. ¡Qué situación tan irónica y cruel! El Titiritero, cuyo
sueño es ser padre, te consideraría muy afortunada.
–Ya ves que no lo soy. Me siento miserable…
–Exacto, y es allí a donde quería llegar. Hansel y Gretel necesitan un
hogar más alegre…, y no me refiero a una casa de pan de jengibre y gominolas,
sino a un lugar donde puedan ser felices. ¡Lo mismo que desea Geppetto, el de
las marionetas!, sólo que en sus manos, como en las tuyas, sí está el poder de
conseguir lo que ansía.
Bella cerró los ojos y meneó negativamente la cabeza. No me dejé
amedrentar por eso y seguí, con la intención de rematar la idea:
–No te digo que caigas de nuevo en los brazos de tu exesposo, ni que te
sacrifiques por los mellizos o dediques tu vida a ellos, sino que te procures
todo cuanto necesites y les des el ejemplo de cómo hacerlo. Ahí fuera hay dos
niños que deberían ver feliz a su madre y creer que ellos también podrán llegar
a serlo. Por ellos sí siento pena; por ti y por el Titiritero, ninguna.
Bella no dejaba de mirarme, aunque sus ojos se llenaban de lágrimas de
tanto en tanto. Dejó caer el mechón de pelo que se había arrancado, me tomó de
las manos y pronunció las palabras mágicas con apenas un hilo de voz: “Ayúdame,
por favor”.
Lo había conseguido. Ahora sí podía hacer algo por ella.
Comentarios
Bella me recuerda a mi madre, tenemos el mismo signo, pero somos tan distintas, en cuanto a ideales; aunque la terquedad es la misma jaja