Capítulo XV (segunda parte)
Llegó pronto al
rosal que separaba la Academia Grimm de la Escuela, y que también protegía y
decoraba las ventanas del Rectorado. Este no fue un obstáculo para la chica,
que había salido bien preparada de su dormitorio: sacó de la mochila una gruesa
manta, cubrió con ella los espinosos arbustos y los cruzó sin sufrir el menor
rasguño. Tampoco le fue difícil abrir desde fuera una de las ventanas y colarse
en el despacho principal; a fin de cuentas, era una persona despierta y
aprendía de todo, incluso cómo perpetrar fechorías.
En los cajones del escritorio del Rector –al que
había sido llamada tantas veces de pequeña por su nefasto comportamiento, según
podía recordar ahora– se guardaban las fichas de todos los estudiantes de
Grimm; esto lo sabía bien porque ella misma se había infiltrado en aquella
oficina hacía unos cuantos años buscando la suya, sólo para comprobar que no
contenía ningún dato sobre sus verdaderos padres o su fecha de nacimiento. Una frase
del documento fue lo único que le llamó la atención: “El coste de educación,
hospedaje y manutención será pagado anualmente hasta que cumpla los dieciocho
años, tal y como fue acordado”. Quienes quiera que fuesen sus progenitores, al
menos se habían preocupado porque no le faltase nada hasta la mayoría de edad…,
exceptuando el amor de una familia y las ventajosas instrucciones de una Carta
Astral, quizás.
En esta segunda
incursión secreta al despacho del Rector, Rosa esperaba tener más suerte en
encontrar lo que buscaba; abrió los cajones que contenían los expedientes de
los alumnos cuyo apellido comenzaba por las letras C ó M, e intentó ubicar las
fichas de Hansel y Gretel McCartney. ¡Pero no estaban! Así, a lo pronto, se le
ocurrieron tres posibles explicaciones:
1.– La primera
era que los niños hubieran sido inscritos con el apellido del padre (a saber
cuál), como era habitual, y no con el de la madre. En ese caso sería imposible
hallar rápidamente sus expedientes, porque se vería obligada a revisar una a
una las fichas de todos los estudiantes de Grimm antes de que acabase la hora
de la cena.
2.– La segunda
explicación pasaba porque los niños ya no asistieran a clases en Grimm, lo cual
era poco probable: nadie gastaría una fortuna en la educación de sus hijos
para, de la noche a la mañana, retirarlos de la más prestigiosa institución
educativa de la Capital (¡en la que estaban inscritos incluso miembros de la
Realeza!). “¿Habrían sido expulsados? No, eso es absurdo: todo el mundo se
habría enterado del escándalo. Que yo sepa, nadie se ha dado el lujo de ser
echado de Grimm jamás”.
3.– La tercera y
última explicación era que las memorias de Azul fuesen tan antiguas, que Hansel
y Gretel ya se hubieran graduado de la Academia hacía años. Pero una vez más,
esta posibilidad parecía falsa: Azul había llegado a la Capital con veintiún
años de edad, y había redactado la Carta Astral del Príncipe con sólo siete.
Ø
Si cuando Azul tenía siete años, Iván acababa de
nacer (tenía cero años)…
Ø
Entonces, cuando Azul cumplió los veintiuno, El
Príncipe…
Según sus
cálculos, Iván debía de tener ahora entre trece y catorce años (aunque ciertamente
aparentaba más), dependiendo del mes en que hubiera nacido tanto el chico-Hada como él. De
ser así, quedaría demostrado que Hansel y Gretel…
“Un momento,
¿por qué siempre se menciona al chico primero? ¡Eso es tan machista!”,
reflexionó Rosa, y corrigió sus pensamientos.
Como decía,
quedaría demostrado que Gretel y Hansel aún asistían a la Escuela…, o que El Blues del Hada Azul era
una obra de ficción, en una cuarta y posible explicación (4. –) que no llegó
siquiera a plantearse. Para estar doblemente segura de su razonamiento, la
chica modificó su plan y buscó la ficha de estudiante de Iván; no tardó en
encontrarla, ni en comprobar que tenía, en efecto, catorce años. “¿Cómo es
posible que no supiese la edad de mi novio? ¡Es increíble que conozca tan pocos
detalles sobre él!” –pensó con amargura.
Dentro de la
ficha del Príncipe también había una copia de su Carta Astral, como era de ley.
La curiosidad le pudo más que las prisas por salir de allí sin ser
descubierta…, así que la leyó, buscando cualquiera de las frases que Azul
supuestamente escribió en un primer borrador cuando aún trabajaba como
Astrólogo en el gabinete de su Padre:
“Personalidad manipuladora y camaleónica
[…] Gran
magnetismo, elocuencia y facilidad para la mentira. Tendencia a las enfermedades
respiratorias”.
Nada. De hecho,
según el documento, Iván parecía no tener ni un solo defecto. Su Carta Astral
era un catálogo de virtudes, cada una más exaltada que la anterior y rematadas
con las letras de pan de oro que sellaban su destino como Rey. “Ágil,
atractivo, leal, justo, capaz…”.
–¡Un momento!
–intervino Rosa mientras sacaba el libro de su mochila–. ¡Esto lo he leído en
alguna parte!
Página 37: “¡Y decidle a Su Majestad de nuestra parte que el Príncipe Iván será un hombre leal, y un gobernante justo y capaz!”, gritó el Padre del chico-Hada al Emisario que recogió su Carta Astral.
“De acuerdo, un
punto a favor de la historia de Azul” –pensó Rosa, negándose aún a reconocer
que el relato sobre Ricitos (es decir, sobre ella misma) contenido en El Blues
ya le otorgaba veracidad al texto. Dejó la Carta Astral de Iván en
su carpeta, salió con sigilo del despacho del Rector a través de la misma
ventana por la cual había entrado, desechó el plan A y dio paso al siempre “arriesgado
pero infalible” plan B.
Caminó entonces
entre las sombras hasta el portón de Grimm (ya que no se acostumbraba a correr
dentro del Campus ni siquiera en estos casos), mirando a todas partes para
evitar que hubiese testigos de su fuga y descubriendo, por casualidad, algo
curioso: ¡ella no era la única que aprovechaba la hora de la cena para salir a
hurtadillas de la Academia! Al otro lado del camino vio a otro estudiante
–cubierto también con la capucha verde de la sudadera– corriendo hacia el
portón de entrada. Parecía una rana, pues llegó hasta la mitad de la verja de
un solo salto; trepó el resto similar destreza y cayó al otro lado sin
dificultad. Se marchó entonces a toda velocidad, y Rosa le perdió de vista.
Ahora le tocaba
a la chica hacer lo mismo. Allí se dio cuenta de la buena forma en que debía
encontrarse el otro escapista en comparación con ella, pues tardó cinco minutos
en trepar la verja, y la caída al otro lado no fue precisamente elegante o
grácil.
“El orden en que
vivíamos se están viniendo abajo. Huelgas, protestas, estudiantes que se fugan
de Grimm. ¡Ahora todos hacen lo que les da la gana!” –pensó Rosa, mientras
caminaba evitando las farolas, con el rostro tapado y procurando no ser vista.
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