Capítulo XVII (tercera parte)
F***ing in Rhythm & Sorrow, de The Sugarcubes
Encontré a Rubí y a Esmeralda sentadas en la misma
mesa donde acostumbraban a descansar después de su espectáculo. Asistían a la
actuación de ALICIA con absoluto desprecio, y sólo para criticarla con la
elegante rudeza de dos divas. La pobre chica se esforzaba por convencer con su
voz, mientras que el resto de la banda la acompañaba en la canción con afán
similar. Vestía de forma peculiar –como un lolita victoriana de bajo
presupuesto– y procuraba enseñar las bragas al público cada vez que daba un
saltito, cuando su minifalda de cuadros azules y blancos se levantaba apenas
medio centímetro.
–Está acabada; la gente únicamente viene a verla
por el conejo –dijo Rubí, mientras le daba una calada a su cigarrillo.
Malinterpreté su comentario, pero luego vi que
el batería –un virtuoso del instrumento– tenía aspecto leporino, con dos
enormes incisivos decorándole la cara. Junto a éste, un hombre con un largo
sombrero de copa tocaba la guitarra mientras sus cabellos rizados y grasientos
le caían sobre la cara; y al otro extremo del escenario, un tecladista baboso
como una oruga tocaba constantemente los mismos tres acordes, a la vez que
sostenía un par de cigarrillos con la punta de los labios y le goteaba el sudor
por los costados.
–¿Sabéis que ahora está prohibido fumar en el
bar? –dije al fin para llamar la atención de las Hadas.
–¿Quién lo dice? –gruñó Rubí según se giraba–.
¡Un momento! ¿Quién eres tú y qué has hecho con Azul?
–¡Estás espectacular! –dijo Esmeralda, rizándome con un dedo
las extensiones rubias–. ¿Qué se siente dar el primer paso? ¡Ya ni lo recuerdo!
–Como era de esperar, a ese comentario enigmático le siguió una patada de Rubí
por debajo de la mesa. El Hada verde comenzaba a ser experta en disimular el
dolor de sus pantorrillas amoratadas.
–Sólo te faltan el vestido de gala, las alas de
mariposa y hablar con el Doctor Unicornio. ¿Le has llamado ya? –preguntó Rubí
muy seria.
–Aún no, y quizás no lo haga por ahora. Creo que
tachar los demás puntos de la lista me llevará algún tiempo…
–No te desanimes; el camino será difícil, pero también
divertido. ¡Fíjate, ya comienzas a llamar la atención de la gente! –Esmeralda
me cogió del brazo y señaló una mesa donde todos parecían estar hablando de mí. Un hombre incluso me lanzó un beso con la mano.
–No lo creo, estarán riéndose de mí…
–¡Pero qué dices! Mejor será que vayas
acostumbrándote, porque a partir de ahora comenzarás a parecerle irresistible a
una nueva gama de pretendientes. ¿Acaso no te has visto en un espejo? ¡Estás
fabulosa! –dicho esto, Rubí abrió su bolso y sacó un par de preservativos marca
“Caperucita Roja”. Me reí nerviosamente al verlos e intenté rechazarlos, pero el
Hada insistió.
–Créeme, es mejor que estés preparada, pues
tarde o temprano los utilizarás… ¡Pero no con ese que viene por ahí, por lo que
más quieras! ¡Mantente alejada de él!
Desde la barra llegó tambaleándose el cliente
perpetuo del bar: un hombre al que la Cenicero bautizó como Lobo sin motivo aparente, pues
sólo era agresivo y feroz cuando no estaba bebido (es decir, jamás).
–Buenas noches, Señoras. ¿No me presentáis a
vuestra nueva amiguita?
–Soy Azul, Lobo… Te sirvo copas todas las
noches, ¿lo recuerdas?
–¿Eh? ¿Pero qué haces vestido así, con esos
pelos y esas pintas? Bueno, da igual; aún si eres Azul, estás muy guapa, ¡tanto,
que te comería entera! –Rubí y Esmeralda rieron a carcajadas mientras yo me
ruborizaba. Lobo se acercó para hablarme con más intimidad– ¿Sabes por qué
tengo los ojos tan grandes? Para verte mejor. Las manos, ¿sabes por qué las
tengo tan grandes? Para tocarte mejor. ¿Y sabes qué tengo grande también…?
–¡La boca! –gritó Esmeralda–. ¡Que eres un
mentiroso y un charlatán!
–Así es, vas por ahí vendiendo mercancía que no
tienes –Rubí habló con un tono de voz lo suficientemente alto como para que la
escuchase todo el bar–. Grande dice…, ¡pero si el apodo de Pulgarcito te vendría
como anillo al dedo!
Rubí alzó su pulgar para que fuera bien visible
y luego apuntó con éste al suelo, haciendo una mueca de decepción. Las mesas
cercanas espantaron con su risa al pobre Lobo, que se fue con el rabo entre las
piernas de vuelta a la barra. Ya a solas con las Hadas, vi la oportunidad de hablarles sobre la
situación de la Cenicero,
Hansel y Gretel, y no fue difícil convencerlas de que aceptaran compartir sus habitaciones
con ellos. Las tres teníamos que levantar la voz para que se nos
escuchase a pesar del elevado volumen de la canción que aullaba ALICIA:
–¡Seremos algo así como las “Hadas de la guarda”
de esos niños! –celebró Esmeralda.
–Todo sea por los amigos –señaló Rubí con menos
ánimo que su compañera–, ya sea cantar en un bar cochambroso, compartir
habitación o repartir octavillas en la calle.
–¿Seguís haciendo eso?
–¡Pues claro! Aún no ha tenido éxito ninguna de
las convocatorias a huelga, pero pronto lo conseguiremos –Esmeralda parecía
feliz con la idea de colapsar la
Capital y traer caos al Reino–. ¡Es lo menos que podemos
hacer por Pushkin y la gente como nosotras!
–No sé, yo no tengo nada en contra de la Monarquía. Está
claro que se aprovechan de su posición y que intentan someter a la población
mediante la Astrología,
pero en realidad no se entrometen activamente en nuestras vidas. ¡La prueba de
ello es que estoy aquí, que este local existe y que mi compañera es una Ilegal,
como yo! Además, ¿a qué te refieres con “gente cómo nosotras”? ¿El Rey se la
tiene jurada a las Hadas? –pregunté con ingenuidad.
–Esmeralda habla de los que se dedican a la música en lugar de a la mecánica, aunque sus Cartas Astrales les obliguen a lo segundo; se refiere al Maestro de escuela que sigue el mismo camino a pesar de las consecuencias. En resumidas cuentas, a cualquiera que se atreva a ser diferente,
original, auténtico. A los artistas, inventores y poetas. A los capricornianos
que tienen un amigo Cáncer, ¡algo antinatural, como cualquiera sabe! A los
hombres que aman a otros hombres, a las mujeres que no discriminan en sus afectos y a
los chicos que quieren ser Hadas. A los Ilegales, como la Ceni, que tuvieron que
escapar de sus casas y de sus países para creerse más libres. También a los que,
como ella, descubrieron que la
Capital no es más que otra ciudad hipócrita, donde la tratan
como una persona menos valiosa sólo por su color o su acento, y donde tampoco
es libre de hacer y de ser ella misma.
Rubí se puso en pie, exaltada por sus propias
palabras. Ahora que la música había terminado, su voz resonaba por todo el
local y no había nadie que no la mirara con atención, escuchando su improvisado
discurso.
–Esmeralda se refiere al niño Tauro que deja de
lado el deporte porque su signo le dice que no tiene el talento necesario, aunque esa sea su verdadera vocación. Habla del hombre ariano, como nuestro jefe,
que gerencia un negocio sólo porque su Carta Astral se lo ordena, y abandona así
su sueño de lanzarse a conocer el Mundo.
–En realidad, acabamos de descubrir que no sale
jamás porque sufre de pedofobia –dije desde mi silla, pero nadie me oyó.
–Pushkin debe conformarse con contar historias a
través de la radio para no morir del aburrimiento, y también para viajar, así
sea en su imaginación, a todos los sitios que nunca ha podido visitar. Gracias
al sacrificio de ese hombre, Esmeralda y yo podemos cantar; la Cenicero y tú, Azul,
podéis trabajar, y todos los que me escucháis podéis estar hoy aquí, en un
remanso de libertad artificial. ¡Pero nadie más debe sacrificarse! ¡Nadie más
debe verse forzado a estar setenta años de su vida trabajando en una profesión
a la que fue condenado de manera arbitraria! Ninguna voz debe quedar sin
alzarse, sin cantar y sin unirse a la denuncia, porque hoy la Monarquía calla y
espera, pero el día en que alguien se rebele abiertamente contra su destino y
decida plantar cara…, ese mismo día veremos cómo cae un puño de hierro sobre
nosotros; cómo se reavivan la opresión y la violencia de aquellos que no quieren
ver ni oír la verdad: que estamos hartos de que nos digan qué ser, hacer, sentir
o pensar. ¡Que somos libres, y que somos muchos! ¡Muchísimos!
El Caldero retumbó como un tambor gigantesco con
los aplausos que siguieron. Y la banda de ALICIA se retiró discretamente del escenario,
al que subieron las Hadas para animar aún más la pequeña revolución que, sin
previo aviso, acababa de estallar.
“¡A todos estos los metía yo en la cárcel!” –pensó Rosa a la vez que cerraba
el libro, apagaba la linterna y se acomodaba en el sofá de los Sinclair. “El Rey debería aplicarse
a fondo para acabar con los causantes de la huelga”, añadió para sí. Y es que las normas del Manual, del Derecho de Autor y de la Astrología eran para
Rosa un sucedáneo de seguridad y paz.
En su opinión (muy respetable), la Monarquía era una institución conveniente, un mal
menor…, pese a ser la cuna de príncipes con una conducta errática y peligrosa.
Comentarios
Ánimo, que esto tiene que pegar seguro.
¡Y gracias también por el error que has encontrado! No voy a esconder tu comentario, porque tienes todo el mérito de haberme "cazado".
(Hubiese preferido que borrases el comentario; no se trataba de cazar nada, en serio. Tú pusiste un "sin", lo que pasa es que la "n" no salió, es lo que se denominaría una "errata" ¿no?, no un "error" ¿Qué te voy a cazar yo a ti?. Abrazo.)