Capítulo XVIII (segunda parte)
Una vez más, un elevado número de Profesores faltó a causa de la huelga. El
Príncipe parecía saberlo de antemano porque no apareció hasta la segunda clase
del día siguiente, para la cual al menos tenían una Profesora suplente; esa era
otra de las muchas ventajas de tener el Campus plagado de Guardias Reales espiándolo
todo y a todos.
Aunque pudo dormir más que sus compañeros, el futuro Rey llegó al
Laboratorio de Biología cansado, ojeroso y sin la bata blanca obligatoria. La
mirada que dedicó a Rosa al entrar en el aula bien podría considerarse el
extremo opuesto del romanticismo.
–Muy bien chicos; ya sabéis que este trimestre os toca aprender Anatomía
–dijo la estricta Profesora, apuntando a la pizarra con su par de gafas en la
mano–, así que hoy vais a practicar vuestra primera disección. Para economizar
vidas animales, trabajaréis en pareja; a cada una le entregaré un espécimen de Bufo ceratophrys o “sapo cornudo” con el
cual deberéis trabajar. La práctica consiste en aislar y extraer cada uno de
los órganos que aparecen listados en la página veinticuatro de vuestro libro de
texto, examinarlos bajo el microscopio, y entregarme una redacción acerca de
sus principales características anatómicas al finalizar la clase. Las parejas
de trabajo serán las siguientes: Loa Lovett y Max Demian; Rosa Grimm y Emil
Sinclair; Pippi…
–Disculpe, Profesora: me gustaría cambiar de pareja –interrumpió Iván desde
el fondo del aula.
–¡Aún no le he nombrado, Señor…! –La Profesora se ajustó las gafas para ver mejor–.
¡Señor Príncipe! ¡Disculpe mi insolencia, su Alteza! Dígame con quién le
gustaría sentarse…
–Con la Señorita
Rosa Grimm, claro está.
–¡De acuerdo, adelante, siempre y cuando a su actual compañero no le
importe...! –La Profesora
prefirió ser diplomática para evitar meter la pata con otros posibles miembros
de la realeza, pero tal no era el caso de Sinclair, que no tenía una genealogía ni
lejanamente señorial. El chico miró a Rosa sin saber bien qué decir; en los
ojos de ella, en cambio, no había lugar a dudas, pues parecían gritarle “¿A qué
esperas, por qué no te has ido ya?”. Emil recogió sus cosas y se fue en silencio
al fondo del laboratorio, donde tuvo que hacer la práctica él solo al haber un
número impar de alumnos en el aula.
A Rosa no le apetecía destripar a un sapo cornudo, pero tras muchos años de
vida académica en Grimm, se había acostumbrado a superar rápidamente la apatía
y a hacer cosas que no le gustaban. Trabajó, pues, de forma mecánica y eficaz: introdujo
al animal bajo una campana de cristal con un algodón impregnado de cloroformo,
preparó la tabla de disección, el bisturí y el resto de los materiales.
Mientras tanto, su novio la miraba con gesto aburrido, bostezaba y se sostenía la
cabeza entre las manos.
Narcissus, de Alanis Morissette
–¡Quédate quieto, sapito! El anestésico hará que duermas profundamente y no
te enteres de nada hasta que mueras. Un momento, esto me recuerda algo... ¡Ah
sí, a cuando mi novio me drogó con “Z” estando yo en el hospital, para que no
despertara y fuese creíble su mentira de que estuvo allí cuidándome! La única
diferencia es que ese somnífero, por mencionar sólo una de sus secuelas, puede
hacer que se te caigan el pelo, cosa que afortunadamente a ti no tiene por qué
preocuparte, ¿verdad, sapito?
–¡Rosa, baja la voz! –dijo el Príncipe, muy alterado–. ¿Cómo te atreves a
acusarme de algo así en público?
–¿Es que no piensas reconocerlo nunca?
–¡Está bien, tú ganas! Tienes razón en que, arriesgándome a un grave
escándalo, pedí que te suministraran un poco de “Z”… Y si me ha costado aceptarlo,
es porque no quería poner en tela de juicio el trabajo de los Doctores y Enfermeras
que te cuidaron. Sí, soy responsable de que te sedaran, pero lo hice para que
pudieses descansar, ¿no te das cuenta de eso? Sé que estuvo mal; sólo
recapacité cuando ya era demasiado tarde. Me quedé contigo durante dos noches
seguidas para comprobar que dormías y que no aparecía ningún efecto secundario.
¿Cómo sabes que no estuve allí, si no te despertaste? Tienes que aprender a
confiar en mí y a no dudar de mis intenciones: lo que hago, lo hago por tu
bien. Sé perfectamente los problemas que tienes para conciliar el sueño…
–Ahora resulta que sabes un montón de cosas sobre mí… Lo cual no deja de
ser sorprendente, pues apenas nos conocemos. Anteayer me di cuenta de que ni
siquiera sabía tu edad, ¡y no te molestes en decírmela! Ya sé que tienes
catorce.
Rosa sacó al sapo cornudo y adormilado de la campana, lo sujetó con
alfileres a la tabla de disección e hizo un corte rápido y preciso en el
abdomen del animal.
–Entonces, ¿cuál es el problema? Creo que me he perdido…
–Iván, tu historia no me convence. Creo que tu interés por mí se limita a
que siga siendo tu coartada para hacer quién sabe qué todas las noches. Apenas
hemos hablado desde el día de mi no-cumpleaños, en el que supuestamente nos hicimos
novios. ¿Te demuestro que estoy en lo cierto? Dime, por ejemplo, cuál es mi
color favorito…
–El rosa.
–De acuerdo, esa pregunta era muy fácil. ¿Cuál es mi plato favorito?
–La tarta de cumpleaños.
–No la daré por válida… Me refería a mi plato favorito antes de probarla. Has fallado una de dos preguntas. Veamos: ¿cómo
se llama mi mejor amigo?
–Emil Sinclair, por lo visto. Os vieron juntitos ayer por la mañana…
–Te equivocas otra vez: mi mejor amigo es mi gato. ¿Sabes acaso cómo se
llama?
–Nunca me lo has dicho.
–Nunca me lo has preguntado.
Rosa sacó un órgano bulboso y viscoso del interior del sapo cornudo con
ayuda de las pinzas, y lo colocó bruscamente sobre un pequeño plato de cristal.
–Fallaste el examen, aunque has dicho algo que te puede hacer ganar algún
punto adicional –dijo Rosa. El Príncipe tuvo que apartar la vista de aquel
batracio asqueroso y sanguinolento–: ¿A qué se debe ese comentario sobre
Sinclair? ¿Acaso estás celoso?
–Para nada. Sólo me remito a los hechos; todo Grimm os vio llegar juntos en
el autobús escolar, lo cual hace muy difícil que podamos seguir con nuestro
plan…
–Querrás decir con tu plan.
Parece como si esa estúpida estrategia fuera lo único que te importase.
Otro órgano vital del sapo abandonó su cuerpo y cayó en una cápsula de
Petri.
–En cualquier caso, Rosa, eres tú quien debes decirme si debo estar celoso
o no. A diferencia de ti, yo sí me fío mi pareja.
–¡Gracias por la confianza, Iván! Pero no es ningún obsequio: creo que la tengo
bien merecida. Al fin y al cabo, yo no te he drogado con un medicamento prohibido,
ni he mentido sobre las supuestas cámaras y micrófonos en mi habitación…
–¿Aún no las han instalado los Guardias? Qué extraño…
–¡Ni lo van a hacer, lerdo!
El mal humor de Rosa era evidente, así que Iván se alejó un poco del
bisturí que su novia blandía como arma blanca. El sapo movió una pata a la que
se le había soltado el alfiler y Rosa tuvo que volver a clavárselo con más
fuerza para atravesarle la piel.
–Contéstame, ¿debería estar celoso?
–Quizás sí; Emil se preocupa por mí mucho más que nadie. Infinitamente más
que tú, si prefieres una comparación odiosa.
–Entonces estaré celoso, ya que eso te complace. Veo que todo lo que he hecho por ti no ha dado
el menor resultado: de nada ha servido tu fiesta sorpresa, ni interceder por ti ante el Rector, ni el cuidarte en la Enfermería y luego en la Clínica. Ha sido
inútil el fingir que pasábamos la noche juntos para que dejasen de seguirme a
todas partes. Al final, será un oportunista quien se lleve el mérito, sólo por
haberte consolado cuando yo no pude estar a tu lado…
Rosa colocó parte de la anatomía del sapo bajo el microscopio y ocultó la
mirada tras la lente. De pronto, las palabras del Príncipe hacían que se sintiese
avergonzada.
–¿Y dónde has estado, Iván, si puede saberse?
–Preparándome para los actos oficiales, banquetes y eventos de la
Casa Real. Pronto habrá una recepción para
los Reyes de Evenkia a la que debo asistir. Tales cosas son también parte de
mis obligaciones, y si quiero poder dedicarte tiempo más adelante, primero debo
cumplir con ellas. ¿Tan pronto has olvidado que soy un Príncipe?
–¿Quieres decir que has estado estudiando?
–Así es: Protocolo, Geografía, Historia y los enormes árboles genealógicos
de todas las monarquías del continente. ¿Por qué crees que apenas me tengo en
pie? ¡No he podido pegar ojo en toda la noche, estoy agotado!
El móvil de Iván comenzó a sonar. El chico le hizo automáticamente un gesto
a la Profesora
que significaba “Descuide, seré breve” y cogió la llamada en plena clase. Rosa redactó
el informe de la práctica de laboratorio mientras procuraba escuchar parte de
la conversación de su novio. Más de una vez se le coló una frase dicha por el
Príncipe en el texto que estaba escribiendo, pero consiguió rectificarlo a
tiempo.
–¡Vaya, pero si es su Alteza, el Príncipe Igor!... No seas imbécil… ¡Sí, lo
he visto, y no sabes cuánto me he reído! ¿Has visto tú lo que te envié por e–mail? ¿En serio? Pues ya queda sólo
una semana, así que date prisa. Por cierto, esta vez pienso ganar yo. Lo que te
he contado no era más que un pequeño avance; estoy preparando algo que me hará
ganar todos los puntos que me faltan… ¡Ni lo sueñes, no pienso decir nada!
Simplemente, prepárate para perder –a esto siguió una carcajada ruidosa que
obligó a su novia a parar, porque le era imposible concentrarse–. Ya lo verás ¡Hasta
pronto!
Rosa le miró con gesto impasible, aunque todavía no se acostumbraba a la
falta de modales de la que hacía gala. El chico aprovechaba ahora para contestar
un par de mensajes de texto que recibió mientras hablaba con su homólogo
extranjero.
–¿Lo ves? Más obligaciones, y todas relacionadas con la recepción oficial
del próximo viernes. Con quien conversaba era nada más y nada menos que el
Príncipe Igor, heredero al trono de Evenkia e íntimo amigo mío desde hace
años.
–Supongo que te lo pasarás muy bien con él.
–¡Ya quisiera yo! El acto no son más que formalismos y ceremonias durante tres días
seguidos.
–¿Tres días? ¡Otro fin de semana que pasaremos separados! Imagino que al
menos podremos hacer algo juntos este sábado y domingo, ¿o no? A fin de
cuentas, la Guardia Real
no nos ha molestado hasta ahora, incluso habiéndose tragado la mentira de que
dormías conmigo (y teniendo el deber de protegerte de mí).
–Sí, creo que a partir de ahora podríamos dejar de seguir nuestro plan…
–Tu plan.
–Pues eso. Pero no estoy completamente seguro de que se hayan dado por
vencidos; lo normal sería que mi padre les hubiera ordenado vigilarme en todo
momento. ¿Te importaría si, por precaución, seguimos con la misma estrategia
hasta después de la fiesta? Prometo que entonces seré todo tuyo.
Rosa reflexionó durante unos instantes. Si la promesa de Iván resultaba ser
cierta (cosa poco probable) y pasaban a tener una relación normal, a ella le quedaría menos tiempo libre para sus propios
asuntos. Este escenario le dejaba poco más de una semana para encontrar a Azul
teniendo aún la coartada de que dormía con el Príncipe, para escapar de Grimm de
noche si hacía falta. Por otra parte, si Iván mentía, quedaría como una
tonta al aceptar su propuesta…, pero igualmente ganaría la libertad necesaria
para darle caza al chico-Hada durante unos días, y además tendría una excusa
para terminar su noviazgo con el Príncipe si se le antojaba hacerlo.
–De acuerdo, pero esta es tu última oportunidad, Iván. Quiero poder confiar
en ti, así que debes cumplir tu palabra. Después de la fiesta en Palacio,
pasaremos tiempo juntos haya o no cámaras, micrófonos o Guardias.
–Así será, querida. Y te confieso que me has puesto a cien con tu idea de
hacerlo a la vista de la Guardia Real
–Dicho esto, el Príncipe la abrazó y le dio un beso apasionado, que el resto de
la clase (excepto el melancólico Sinclair) aplaudió y hasta vitoreó.
–Bueno, veamos cómo han trabajado los dos tórtolos –la Profesora interrumpió
aquella grave falta a las normas del Manual
con la primera excusa que le vino a la cabeza–. Entrégueme el informe, Señorita
Grimm. Muy bien: habéis listado todos los órganos de la página veinticuatro, y
las características que habéis identificado a través del microscopio son
correctas. La mesa está limpia y el material en orden (sólo falta su bata de
laboratorio, Su Alteza, si me permite la observación). Sin embargo, no veo la
aguja por ninguna parte…
–¿Qué aguja? –preguntó Iván, algo despistado.
–La que habéis clavado en la parte posterior del cráneo del sapo antes de
comenzar la disección, para matarlo de manera indolora antes de que se le
pasara el efecto de la anestesia…
–¡Ah, esa aguja! Se me cayó al
suelo después de utilizarla, y ahora no la encuentro por ninguna parte –mintió
el chico con tono jovial y convincente.
–De acuerdo… Enhorabuena, entonces, por un excelente trabajo.
–¿Has escuchado eso, mi amor? ¡Creo que sacaremos un sobresaliente en
Biología!
Rosa parecía no escucharle. No hacía más que pensar alternativamente en la
mente calenturienta de su novio, y en aquel pobre sapo cornudo al que había
olvidado matar a tiempo. Su imaginación, siempre muy activa, le permitía
escuchar la voz de Gato cada vez que quería; ahora, sin embargo, debía luchar
contra sí misma para no oír croar de dolor de aquel animalito al que, en un
descuido, había destripado vivo.
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