Capítulo XXIII (martes)
Martes
El martes no fue menos
ajetreado, ya que Rosa debía aprovechar para trabajar en su venganza todos los
días entre las seis y las ocho de la tarde. El portón se cerraba justo antes de
la cena, y salir o entrar en la
Academia requería entonces un sigilo extraordinario. No es
que no pudiese hacerlo –a fin de cuentas, ya se había escapado un par de veces
la semana anterior–, sino que ahora debía demostrar un comportamiento ejemplar
en todo momento; no saltarse ninguna cena en el comedor con sus recién
recuperados amigos, para que ninguno sospechase de ella en los días venideros.
Rosa hizo dos visitas el martes, así que gastó sus últimas monedas en sendos
billetes de metro y autobús. Fue primero a Aurora’s Bakery, en el Paseo del
Río, y llegó casi al mismo tiempo que la Pastelera. La señora
(que se mantenía activa pese a su edad y a su leve sobrepeso) montaba un
triciclo por el empedrado de la calle, tirando dificultosamente del puesto
ambulante de tartas entre el portón de la Academia Grimmoire
y su tienda cinco días a la semana.
Pero otros se le adelantaron a Rosa y esperaban a Aurora en la
puerta; no era una clientela cualquiera, además, y la chica tuvo que esperar a
que acabase su amena cháchara antes de poder entrar siquiera. Existía el
peligro de que uno de los compradores la reconociera, pues al menos ella había
identificado fácilmente al hombre que acompañaba a los hijos de Bella.
–Buenas tardes, Aurora, ¿qué tal ha ido tu día? ¿Has tenido suerte esta
vez?
–No, Geppetto… Aún así, gracias por preguntar.
–Descuida; tarde o temprano los encontrarás. Y mientras, puedo prestarte a
uno de los mellizos para que te haga compañía. ¿Qué os parece, niños? ¿A cuál
de los dos le gustaría quedarse una temporada con Aurora? –Gretel y Hansel
levantaron la mano tanto como pudieron; a fin de cuentas, vivir en una
juguetería era un auténtico privilegio, pero nada podía compararse a vivir en la
mejor pastelería del Reino.
–¡Parece que tendrás que dejarme a los dos!
–Vaya par de mocosos… ¿Tan mal os tratamos la Cenicero y yo?
La Pastelera y sus clientes bromearon y conversaron mientras
Rosa se impacientaba, esperando a que salieran del local y le despejasen el
camino para poder continuar con su plan. La parte que concernía a los mellizos
y al Titiritero ya estaba en un buzón de correo, y confiaba en que la
ineficiencia del sistema postal no la entregaría a sus destinatarios antes del
viernes; así pues, ahora mismo no eran más que un estorbo.
–Bueno niños, decidme qué queréis. Y tú también, Geppetto.
–¡Yo un pastel de nueces y miel!
–gritó Gretel.
–Para mí el bizcocho de zanahoria con
nata, por favor –pidió Hansel cortésmente.
–Un amigo me ha suplicado que le lleve otra porción de flan de triple chocolate…, y aprovecharé para encargarte una tarta entera que necesitaré este viernes –dijo Geppetto.
–¿Vais a dar una fiesta? ¿Un cumpleaños, quizás?
–Es más bien una despedida…, ¡y la celebración de un nacimiento, todo a la
vez!
–Eso es bastante inusual. Tendrás que escribir el mensaje que debo poner
sobre la tarta: yo no sabría qué decir en una situación así.
A los pocos minutos, Gretel, Hansel y Geppetto salieron de la tienda
cargados de suficientes dulces como para fulminar a un batallón de diabéticos.
Rosa esperó a que cruzaran en dirección a la calle del Mercado Central (y a la Travesía del Arcoíris, seguramente;
¡ese flan de triple chocolate debía ser
para Pushkin!) antes de entrar en Aurora’s Bakery y encontrar a su propietaria
un tanto distraída. Sostenía la tarjeta donde le habían apuntado la frase que llevaría
la tarta, y la leía en voz alta otra vez: “¡Muchas felicidades, Zafiro! Gracias
por demostrarnos que los sueños pueden hacerse realidad”.
–Curioso mensaje, ¿a que sí?
Aurora alzó la vista y chilló del susto al encontrarse frente a frente con
Rosa.
–Perdona, querida, no quería reaccionar así. Es que primero esto, y ahora
apareces tú, y no sé... –La Repostera parecía mareada; es más, sentó en una
butaca junto a la caja registradora, detrás del mostrador de tartas.
–¿Se encuentra bien? –Al menos no lo parecía; se abanicaba buscando el aire
que le faltaba. Rosa esperó unos instantes a su lado haciendo acopio de
paciencia.
–Perdona a esta vieja que se impresiona con nada. ¿Qué
puedo hacer por ti, querida?
–Vengo a pedirle disculpas por mi actitud. Ya sabe, el otro día, en
Grimm...
–Descuida, pero has de saber que ese chico es una muy mala influencia para
ti.
–¿Se refiere a Sinclair? No se preocupe por él, es inofensivo: ladra mucho
más de lo que muerde. Además, no hay excusa para que yo le haya faltado el
respeto.
Aurora sonrió y se le iluminó la mirada. Parecía esforzarse por contener el
llanto.
–¡Oh, permíteme obsequiarte con un trozo de pastel! Aún me queda una
porción del mismo bizcocho que encargó el Príncipe Iván el día de tu supuesto cumpleaños…
–¿Cómo sabe que aquella tarta era para mí?
–Bueno, he atado cabos. El Guardia Real que la encargó de parte suya dijo
que necesitaba una tarta de cumpleaños para dos mil personas. Me picó la
curiosidad, como es normal, pero lo único que conseguí sonsacarle fue que era
para la novia del Infante, y que éste quería una tarta rosa para su chica de
pelo rosa. ¡Al verte comprendí que debió de ser para ti! ¿Así que eres la novia
del Príncipe? Estoy tan orgullosa…
“¿Orgullosa de mí sólo por ser la coartada de Iván? Quizás crea haber hecho
un pastel para la futura Princesa. Definitivamente la Repostera está mal de la
cabeza; será mejor que suelte lo que realmente he venido a decirle antes de que
siga desvariando” – pensó Rosa, a la vez que se llevaba un trozo de rico bizcocho
a la boca.
–El nombre de “Tarta rosa” no le va. Le quedaría mejor el de “Tarta de las
Hadas”.
A la Pastelera
le cambió la expresión y tuvo que sentarse de nuevo.
–¿"De las Hadas"?
–Sí, ¿por qué no? El viernes fui a un concierto donde cantó un Trío de Hadas,
y estuvo casi tan bueno como este pastel. De ahí me ha venido la inspiración.
–Dime una cosa, corazón: ¿alguna de esa Hadas tenía el pelo de color azul?
–No que yo recuerde…
Aurora dio un suspiro que podía ser de alivio, tristeza o ambas cosas.
–Aunque claro, teñirse es muy fácil. Mi color natural es rubio, por
ejemplo, y así aprovecho para contestar a aquella pregunta que me hizo usted en la Academia.
–¡Lo sabía!
“¡Por el Supremo Autor! ¿Qué fijación
tiene esta mujer con mi pelo? ¿Por qué le llama tanto la atención?”. Rosa tuvo
ganas de cubrirse con la capucha verde de la sudadera para que la Pastelera no volviera a
distraerse.
–Sí, en fin… Escuche, creo que la tarta que acaban de encargarle es para
Zafiro, una de esas Hadas. Y casualmente, conozco el bar donde cantan.
–¿Sabes cómo llegar a la
Travesía del Arcoíris y a El Caldero de Oro?
–Claro, ¿quién no? Si tanta ilusión le hace ir allí, ¿por qué no me
acompaña este viernes, y así le entrega personalmente al Hada su delicioso
pastel?
–Me encantaría, pero ¿puedes enseñarme antes cómo llegar?
–Hoy no, tengo prisa en volver a Grimm. Pasaré a buscarla aquí este viernes
a las siete y media, ¿de acuerdo? –Rosa apuró el último bocado.
–También podrías quedarte un rato más para hacerme compañía…
–No insista, por favor; he de estudiar –y para que su argumento tuviese más
peso, Rosa sacó de la mochila uno de los tres tomos I del Tratado de Astrología Elemental que llevaba consigo–. ¿Lo ve?
–Oh, querida, no pierdas tu tiempo leyendo eso… ¡Créeme, sé bien lo que te
digo! Mi marido fue quien lo escribió.
Rosa tosió una sonrisa, y luego se quedó boquiabierta. “¡Menuda sorpresa!
¿Así que Astreo Celeste es el Padre de Azul? Y yo que pensaba que llevando a su
Madre al último concierto conseguiría amargarle la velada… ¡Esto promete mucho
más!”.
–Aún así, debo irme. ¡Muchas gracias por la tarta, y nos vemos el viernes!
–¡Espera, que otra vez olvidaste decirme cómo te llamas!
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