Capítulo XXX (cuarta parte)
Monsoon, de Tokio Hotel
El ruido de la lluvia mantenía en silencio a estudiantes y Monitores en el
comedor, pues era imposible hablar y ser escuchado. Sin embargo, el eco de las
campanadas de la Torre de Propp sonó con perfecta claridad.
–¿Son ya las nueve? ¡Pero si acabamos de sentarnos a cenar! –Preguntó
Demian, aunque nadie pudo oírle bien.
–¿Qué ocurre? –chilló Canella, a la que todo parecía asustar después del
incidente.
–¿Y dónde está Rosa? –dijo Vincent, que conocía bien a su amiga y sabía que
siempre debía temer lo peor de ella.
Las campanas no repicaron ni nueve, ni diez, ni veinte veces. Simplemente
no dejaban de hacerlo, y cada vez era mayor su frecuencia e intensidad. ¿Sería
aquella la voz de alarma que alguien les estaba dando, a falta de altavoces lo
suficientemente potentes como para imponerse al estruendo del monzón?
Primero se levantaron los Monitores, y detrás fueron los alumnos. El Manual no especificaba qué hacer en
casos así, y era mejor responder a la insistente llamada del campanario antes
que quedarse allí sin tener noticias.
Todos se cubrieron con la capucha de la sudadera del uniforme y desfilaron
hasta la Torre de Propp. A Rosa le parecieron un montón de gnomos de jardín
desde la altura, donde mecía violentamente las campanas. Gato estaba histérico,
queriendo salir de la mochila donde la chica lo había guardado para que no
huyese presa del pánico.
Muy pronto se reunieron bajo la atalaya todos los que se encontraba en ese
momento en el Campus. Los Monitores comenzaron a dar golpes para derribar la
puerta de la Torre, y cuando finalmente lo lograron, iniciaron el ascenso por
la escalinata. Rosa dejó de mecer las campanas justo a tiempo, cuando sintió
que la madera crujía y se astillaba; el eje sobre el que se balanceaban se
partió y lanzó las dos toneladas de bronce pulido escaleras abajo, destruyendo
sus peldaños y obligándolos a una retirada. Algunos estudiantes, encabezados
por los amigos de la chica, se atrevieron a aplaudir el estropicio entre
divertidos, orgullosos y desafiantes.
El Rector aprovechó que la intensidad de la lluvia había disminuido
momentáneamente para gritarle a Rosa desde la base de la Torre. Le advirtió que
se le estaba agotando el tiempo para salir del Campus, y que los Monitores
llegarían hasta ella tarde o temprano, aunque fuera escalando. Rosa
sólo escuchó esta última frase, después de quitarse los tapones de cera con los
que se había protegido los oídos.
–¡Sí, os agradezco que vengáis a buscarme! Pero si le parece bien, Señor
Rector, deberíamos entretener al público hasta que sus esbirros lleguen aquí. ¿Os
apetece que os lea un cuento antes de iros a la cama, chicos?
Unos pocos –los más osados– contestaron afirmativamente.
–Se trata de la historia del Hada Azul, de su hermana Rosa, y de cómo las
dos acabaron enamoradas y engañadas por el Príncipe Iván… ¿A que suena
interesante?
La curiosidad le picó a unos cuantos, y muchos más respondieron esta vez
que sí.
–Muy bien, allá vamos –dicho esto, la chica sacó de su mochila el último ejemplar
adulterado del tomo I del Tratado de Astrología
Elemental y comenzó a leerlo
desde lo alto, con voz clara y perfectamente audible ahora que la lluvia había
cesado.
–“Hace mucho, mucho tiempo
(aunque aún lo recuerdo), cuando aquella música solía hacerme sonreír, supe
que, si tenía la oportunidad, podría hacer a la gente bailar, y darles quizás
un momento feliz…”.
Comentarios
Pensar que hay varios chicos como él y que andan campantes por la vida, al menos que en una novela uno acabe como merece ^^