Capítulo XXXI (quinta parte)
–…así pues, muchas desaparecieron del Códice después de la Edad Oscura, y
eso dificultó enormemente el trabajo de los Astrólogos, quienes tuvimos que
realojar a antiguos “Inquisidores”, “Verdugos”, “Torturadores” y demás
trabajadores obsoletos en otras profesiones, como la de Odontólogo. Pero ni
siquiera entonces había Hadas; es probable que tengamos que remontarnos hasta
la Edad Antigua, a la era de las Reinas Lurlina y Mab, de Ariel y de Titania,
si queremos…
–Señor Celeste, ¿podría ir al grano? –pidió el Fiscal, agotado de tantas
explicaciones y referencias innecesarias.
“¿Intenta ganar tiempo? ¿Y por qué mira insistentemente a través de la
ventana?” se preguntaba a Azul, con los codos sobre la mesa y las mejillas
entre las manos.
–De acuerdo, resumiré mis palabras: desconozco si alguien puede nacer
siendo Hada, pero no existe tal profesión. Al menos no desde hace siglos.
–Estupendo, ha confirmado mis sospechas. La Fiscalía hizo bien en
investigar la Carta Astral del acusado, cuya copia fue hallada en el Registro
General a través de una comparativa de sus huellas dactilares. ¿Sabe lo que
descubrimos al leerla?
–Que el acusado es mi hijo, Céfiro Celeste –dijo Astreo, levantando el
mentón. El público que asistía al juicio cacareó como gallinas de corral y de
nuevo brillaron los flashes de los fotógrafos, que capturaron el gesto del
Astrólogo, la sonrisa malévola del Fiscal y el enfado de Azul, antes de que el autor
de aquella revelación volviese a hablar–. Mas no fui citado a declarar como
Padre, sino como Astrólogo.
–Lamento decirle que se equivoca al suponer eso, Señor Celeste, aunque este
Tribunal agradece su sinceridad al reconocerse como progenitor del Hada; lo que
nos ha resultado interesante en la Carta Astral de su hijo no es su parentesco,
sino el hecho de que en ella se dice que es Astrólogo, como usted, ¡feliz
coincidencia! Sin embargo, el acusado ya es mayor de edad y no ejerce la que
debería ser su profesión, atentando claramente contra el Derecho de Autor y
descuidando su obligación de trabajar en aquello que los astros le encomendaron
hasta los setenta años.
La tristeza embargó a Astreo, que clavó la mirada en el suelo. Azul también
se sintió abatida, ahora que comprendía mejor la trampa de Iván: no había
traído a su Padre al juicio sólo para martirizarle, sino para tener otra
acusación que agravara aún más la condena.
–¿Recuerda la introducción que escribió para el libro que tiene en sus
manos, Profesor Celeste? ¿Podría decirnos cuál es el castigo que corresponde a
aquellos que cometen este delito contra el Supremo Autor?
–La pena de muerte… –musitó Astreo al borde de la desesperación.
–¡Así es! No le ha hecho falta tener que releer sus palabras, lo cual es una
suerte, porque faltan algunas en el texto. Debo pedirle ahora que abra el libro y nos diga
a todos el porqué.
Así lo hizo Astreo, y Azul vio desde su mesa cómo el tomo I había
disminuido considerablemente de grosor; era evidente que la prueba fue
manipulada para suprimir cualquier referencia al Príncipe o a Sapito en sus
memorias. Lo peor era que no tenía forma de demostrar lo contrario: si Iván se estaba atreviendo a presentar aquello en el juicio, significaba que la imprenta había
desaparecido bajo El Caldero de Oro, y que ninguno de los otros ejemplares
seguía en las bibliotecas donde los había donado.
–Alguien modificó los capítulos centrales, imprimiendo otro texto con tinta
azul y encuadernándolo junto al resto.
–¡Y el autor de esa gamberrada no es otro sino su hijo, quien al parecer
también posee una vena literaria! En esas páginas de tinta azul cuenta cómo
comenzó a colaborar con terroristas antimonárquicos, y cómo ha vivido en la
Capital durante casi un año en situación de Ilegalidad. Usted es el único que
sale bien parado, porque el acusado cuenta que huyó del gabinete donde le
obligaba a trabajar como Astrólogo, y el miedo que tenía a que le hiciera
regresar al hogar. El resto de las anécdotas son menos inocuas…, ¡le aseguro
que es literatura muy peligrosa! Podría causar un gran daño en la gente joven e
influenciable, y eso es precisamente lo que el Hada Azul buscaba al disfrazar
sus memorias de libro de texto. Quería adoctrinar a nuestros hijos, sobrinos y
nietos…, a todos los aplicados estudiantes de la Capital, si me apuráis, en su
perversa y antinatural forma de vivir y pensar. Ese es su tercer delito: el de
la sedición, y junto a los dos primeros (su intento asesinar al Príncipe Iván,
y su agravio al Derecho de Autor y a su Carta Astral) no dejan lugar a dudas:
el único castigo posible es la muerte.
–¿Sabe qué? –dijo Astreo, dando un golpe sobre el atril del estrado–.
Ciertamente no estoy aquí para declarar como Padre del acusado, pero aún así lo
haré. No podéis juzgar a mi hijo por ser quien es, ni por contar cómo llegó a
serlo. El Derecho de Autor y la Astrología quizás digan que no puede ser un Hada,
¡y que no os quepa la menor duda de que yo, como Padre, hubiera preferido que
fuese cualquier otra cosa antes que un ser mitológico! Pero nadie tiene
derecho a opinar sobre lo que debe hacer con su vida; ni siquiera yo. Si mi
hijo quiere ser un Hada, entonces que lo sea: le pese a quien le pese.
–Señor Celeste, limítese a hablar ante este Tribunal como Astrólogo.
–¿Queréis que lo haga? Bien: La Astrología es una gran mentira –un chillido
generalizado recorrió la Sala, y casi todas las cámaras se apagaron y cortaron
la transmisión en el acto…, aunque algún valiente siguió emitiendo, a sabiendas
que la Casa Real le atosigaría a partir de entonces–, una gran farsa contada
para controlaros y someteros a todos. Otorga un gran poder a quien lo posee, ¡y
os lo digo yo, que lo he tenido en mis manos! He querido inducir a mi hijo a
recorrer el camino que a mí me habría gustado para él. No sabéis lo fácil que
es hacerle creer a alguien cuál es su destino a partir de la posición de unas
cuantas estrellas y planetas. A fin de cuentas, los astros son tan grandes,
hermosos y lejanos, ¡y qué ingenuas son las personas!
–Señor Astreo Celeste, le advierto que está cometiendo un delito de herejía
contra la Astrología, y de injurias contra el Supremo Autor.
–¿Cómo puedo ofender a alguien que no es real? El Supremo Autor es sólo una
metáfora, un anhelo vacío, una promesa en vano, ¿o acaso alguien sigue pensando
que un hombre barbado decide desde su escritorio todo cuánto debemos hacer, decir o
pensar?
–¡Basta ya! La Audiencia de este juicio ha terminado. ¡Llevaros al acusado
y a su Padre a un calabozo, hasta que la sentencia esté lista para ser leída!
Azul y Astreo fueron rodeados de inmediato por los Guardias Reales, y
pronto se hallaron cegados por los flashes y aturdidos por la confusión que
reinaba en la sala. Justo en el instante en que fueron esposados y conducidos a
la puerta que llevaba a una de las torres de calabozos, les llegaron desde la
calle los gritos de ALICIA sobre la furgoneta cargada de amplificadores, y los
primeros acordes de su banda para coordinarse, pactar la velocidad, y dar
inicio al concierto en la Plaza de los Neones.
–¿Qué está ocurriendo ahí fuera? –preguntó el Juez, de quién habría sido
impropio el abandonar su asiento en lo alto para acercarse al ventanal para ir a
averiguarlo él mismo.
–Están dando un concierto en medio de un accidente múltiple –informó el
Alguacil.
–No vamos a poder deliberar con tanto ruido… ¡Guardias! Daros prisa en
encerrar al Astrólogo, al Hada y a esos músicos callejeros.
–¿Tienes algo que ver con lo que está ocurriendo? –le preguntó Azul a su Padre
en voz muy baja, cuando nadie parecía vigilarles.
Astreo no tuvo tiempo de contestar; de la calle llegó una vez más la voz de
ALICIA, y esta vez lo hizo con perfecta claridad. Era fácil imaginarla aferrada
al micrófono para no temblar, mientras intentaba animar a su público más
malhumorado y revelaba las verdaderas intenciones de un concierto nada
improvisado.
–Ahora sí, ya estamos listos. ¡Divirtámonos un poco! Quiero oír corear a
todos los que queráis que el Tribunal Supremo libere al Hada Azul para que hoy,
y en este mismo lugar, pueda cantarnos unas cuantas verdades.
Azul abrió tanto los ojos que podrían habérsele salido de las órbitas.
Astreo sonrió por primera vez en muchos años, pero ningún fotógrafo estaba
atento a los detenidos como para capturar su mueca en una instantánea. Padre e
hija eran conducidos a empujones hacia los calabozos, mientras que los Periodistas
se apelotonaban ante el ventanal con las narices pegadas del cristal.
Comentarios
XXXI sexta parte... Dice Que No existe!!!
No puede ser, me voy a quedar sin saber el final???
Socorro!!!
Por cierto, ¡a qué velocidad lees! XD
Ya te dije que estaba enganchadísimo!!à :-)