Se puede plantar un árbol... o salvar un jardín
Ser un escritor novel es, por lo general, poco agradecido. Tiene su toque romántico (al estilo sufrido del siglo XIX), pero la lucha constante puede mellar hasta el espíritu más terco. Sin embargo, de vez en cuando depara alegrías inmensas; entonces se restablece el equilibrio del universo literario y sale el sol.
La foto que acompaña esta breve nota da prueba de ello. El 23 de diciembre de 2011, una escuela de la provincia de Barcelona nos invitó a mi pareja y a mí a charlar con sus alumnos sobre Heliópolis: El Blues del Hada Azul. Gracias a su profesora de literatura, la escritora Taiku Tao, los niños siguieron la novela desde el comienzo de su publicación online y gratuita. El día anterior habían leído el Epílogo del libro en clase, así que estaban emocionados de saber cómo continuaría la historia y de conocerme; lo que no podían imaginarse era que yo estaba tanto o más emocionado que ellos...
La foto no evidencia la alegría que se vivió esa mañana; tampoco muestra a todos mis pequeños amigos, ni la belleza de aquella escuela. Pero para subsanar las deficiencias de la fotografía están las palabras: os puedo decir que aquel es el colegio donde me habría gustado estudiar, que esos son los compañeros y los profesores que a una querida amiga y a mí nos habría gustado tener, y que si algún día tengo hijos, esa es la educación que querré para ellos. Pero ¿por qué será que todo lo hermoso tiene que ser perecedero?
La escuela de los niños está junto a una antigua masía y a un jardín mágico. Anexas se encuentran algunas casas (entre ellas, la más acogedora que he visto en años) y junto a éstas, un proyecto de construcción de cuatro viviendas ecológicas. Se trata de casas de altísma eficiencia energética, sostenibilidad y calidades. Más allá, los bosques cercanos a Granollers, la ciudad y las montañas. El paisaje es tranquilo, verde y espectacular. Mal presagio, si insistimos en que la belleza es efímera...
Y es que la promoción inmobiliaria está en peligro por culpa de la avaricia del banco de turno. Ya existen compradores para las cuatro viviendas (y no me extraña; cualquier persona con capacidad para comprar una vivienda en estos momentos tendría que decidirse por una opción tan excelente como ésta), pero los promotores no pueden formalizar la operación hasta no finiquitar su relación con el antiguo banco. En consecuencia, también están en juego los terrenos donde se asientan la masía, la escuela y el hermoso jardín que la rodea.
No tengo palabras para condenar la forma de proceder del banco (eso sí: he retirado de dicha entidad mis escasos ahorros). Tampoco sé cómo ayudar a esta iniciativa que vale oro, cuando oro es precisamente lo que me falta. El capital que necesitan para liquidar su relación con este banco es mínimo: una inversión que los promotores recompensan generosamente en muy corto plazo, y que yo acometería sin dudarlo de tener la capacidad. Tengo toda la información en mis manos, en caso de que alguno de mis lectores más inteligentes le interese...
Hay gente que se abraza y encadena a un árbol para salvarlo; bonito gesto. Otros se dedican a salvar jardines enteros, y a construir un futuro mejor para sus hijos gracias a la ecología y a la verdadera educación; ese gesto no es bonito, es hermoso.
Y como todo lo bello, efímero. A menos que hagamos algo pronto. Urgentemente.
G. Campanella
Comentarios
Debió ser un momento muy grato para los dos el ir a esa escuela. Acá sería algo impensado, creo yo, si es que existen aún profesores como los que tuve ¬¬
Por otra parte, ya siento que me hierve la sangre. Cuando mencionas a gente que se encadena a árboles y ese tipo de actos, recuerdo los momentos en que ibamos con mi mejor amiga a las marchas unidas por el mismo objetivo.
Si pudiera estar presente ayudaría de corazón, de cualquier modo, si luego tienes armada alguna iniciativa, correré la voz entre mis conocidos, que sé que ayudarán a difundir y además, viven algunos allá.
Saludos, Rina