Demian
Un rito secreto y antiquísimo del Egipto de los faraones consistía en sacrificar un animal para salvar a una persona gravemente enferma. Se suponía que, de realizarse correctamente, los años que al animal le quedaban por vivir se transferirían al moribundo. Así pues, el ritual no era más que una suma y resta algo ingenua de lo más valioso que tenemos: nuestro tiempo en la Tierra.
Si quisiera ponerme romántico, diría de Demian que cumplió noblemente una promesa que nadie excepto él conocía: la de aguantar hasta el último segundo de 2014 con nosotros. Era un gato estoico; no le dijo a nadie que tenía roto el corazón, y mientras la gente sumaba doce uvas y deseos de uno en uno, él se restaba años. Estaba en la mitad exacta de su vida; sacó perfectamente la cuenta, y le pareció justo el reparto: una mitad para mí, una mitad para regalar y salvar a los demás.
Si quisiera ir a lo fácil, diría que Demian es ahora un gatodragón (el único, su constelación), y que surca cada noche el cielo de Heliópolis. Pero Demian era solo un gato, y no sabía nada de faraones, nocheviejas y hadas azules. Ojalá yo hubiera comprendido eso antes, para quererle sin esperar de él más que comportamientos felinos. En cualquier caso, siempre fue el gato más elegante, educado y mimoso que he conocido. ¡Y vaya si intentó hacer más, incluso hablar! Nunca salieron de su boca más que miaus y marramiaus, pero ayer por la noche alguien le dio voz y dijo por en su nombre lo que (me encantaría creer) que quería decir. No necesitaba más que eso.
Dejadme que escriba otra cosa, porque no me siento romántico ni fácil. Estoy triste, y no por un gato (el mejor, el último), sino por seis años que se han ido sin que Demian y sus compañeros de piso fueran felices. Ojalá pudiera decir que he descubierto la cura a la tristeza; estoy tentado a decir que se trata de aceptar a los demás tal y como son, pero sé que eso no es verdad. Hay que aceptar a los gatos como lo que son, ahora lo sé, pero las personas somos algo más. Nosotros tenemos una voz articulada para conversar, y pulgares oponibles para hacer cosas, y creatividad para soñarlas, y voluntad para llevarlas a cabo. Nosotros podemos equivocarnos y cambiar, aprender, mejorar y amar de verdad. Hay que esperar más de las personas que de los gatos, porque es nuestra obligación hacer todo lo que podamos y queramos con el tiempo vivamos.
Demian, perdóname por seis años terribles, y gracias infinitas por los seis años extra que nos has regalado. No pudimos reparar tu corazón, pero lo intentaré con el mío y el de los demás. Voy a aprovechar al máximo cada segundo, y les daré tanto sentido y cariño que valdrán el doble; tu inversión dará frutos póstumos.
Cuánta razón tenían los egipcios en adorar a los gatos.
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