Capítulo XII (segunda parte)
Aquella frondosa extensión de verde ocupaba el centro del Ensanche,
separando la zona de los colegios y academias del barrio residencial. Era un
bonito espectáculo para la vista, aunque eché de menos una naturaleza menos
domesticada. Los árboles, setos y flores crecían sólo donde los Jardineros se
lo permitían, sin dar pie a la improvisación de los bosques, que con frecuencia
crea rincones extraordinarios. En el Gran Parque todo estaba planificado o
podado: desde los paseos empedrados hasta los arbustos más insignificantes.
–Creo que me voy a desmayar –dijo Hansel después de haber andado sólo
cien metros desde la entrada–. ¡Voy a acusarte de maltrato infantil si no me
das de comer en este instante!
–Yo estoy tan deshidratada que no me quedan lágrimas para llorar. Sufriré
una lipotimia en breve y será por tu culpa, pelo-azul –dijo
Gretel, que cuando estaba sedienta se olvidaba de ser una niñita simpática y
encantadora.
–Escuchad: ya que estamos aquí, vamos a tener un rato agradable. ¡No
quiero oír más quejas! Pasearemos, nos divertiremos, y luego iremos a casa a
por la merienda, ¿entendido? –y dicho esto, procuré distraerlos
inmediatamente–. ¡Mirad, un teatro de marionetas!
Los tres nos sentamos a la sombra de un sauce llorón; ellos, visiblemente
enfadados, y yo, aferrada a la esperanza de tener unos minutos libres de
lamentos. “¡Más le vale a la Cenicero estar pasándolo en grande con su novio
baboso!”, me dije entonces. ¿Veis cómo sí me alegraba por ella? Que sois unos
lectores muy malpensados...
Prosigo. Un cartel decoraba el colorido teatro ambulante, que más bien
parecía un carromato con un pequeño escenario a cuestas. En él se leía:
“Geppetto y sus Marionetas
Visite nuestra tienda de juguetes en el número 114 de la 3º avenida”
Aquella era sin duda una excelente estrategia de ventas; si el
espectáculo resultaba ser bueno, todos los niños del público pedirían a sus
respectivas Cuidadoras ir a la juguetería tan pronto hubiese acabado el show. Por suerte para mí, yo seguía sin
tener una sola moneda encima, y los mellizos sólo sentían interés por los
artículos comestibles.
El especialista en mercadeo era el Titiritero con
chaleco, bigote y gafas que llevaba un rato manipulando las palancas, botones y
artilugios que componían su carromato. Al terminar de hacerlo, el pequeño
teatro chirrió con el sonido de los engranajes que se ponían en marcha y del
vapor que activaba su mecanismo. El hombre, de signo Piscis y aspecto afligido,
se escondió justo después detrás del escenario, bajo una manta que le cubría
hasta las rodillas. El telón se abrió con parsimonia, dejando escapar una
cortina de humo entre destellos de luces anaranjadas y rojas.
Take Me Back to Your House, de Basement Jaxx
En las pequeñas tablas sólo eran visibles tres figuras a través de la
humareda, dos de las cuales se despedían tristemente con sendas maletas, mientras
que la tercera gimoteaba por el incendio que acababa de devastar su casa. La
voz de un Narrador, que supuse sería la del propio Titiritero, habló entonces
así:
–Niños y niñas: Quizás ya lo
habréis adivinado, pero esta es una historia que acaba mal, con una casa en
ruinas, tres corazones rotos y una triste despedida. ¡Y es que mientras más
elevado es el sueño, más dura es la caída al despertar! Si aún así os interesa
la historia voy a contar, entonces recordad conmigo, porque hubo un tiempo en
el que aquel mismo sueño fue grande y hermoso. ¡Prestadme vuestros oídos, y
atentos a la historia de los Tres Osos!
Un extractor oculto se tragó al instante todo el humo que impedía la
visión. El decorado entero se reconstruyó de forma automática y las tres marionetas,
aún escondidas en la penumbra, hicieron desaparecer sus maletas y se sentaron
en una mesa recompuesta para compartir la cena. Habló entonces la primera de
ellas:
–¿Os habéis dado cuenta de que no
nos falta nada? Tenemos una gran casa, sopa y corbatas.
–Tenemos cómodos sillones y salud
de hierro –dijo la segunda.
–Tenemos amor y un cálido lecho
–añadió la tercera.
–Y aún así… –pronunciaron las
tres al unísono, agachando la cabeza sobre los platos.
–¡No tenemos con quién compartir la
alegría de vivir! –gritó el títere protagonista, a la vez que un foco lo
descubría como un enorme y barbudo Oso–. El
otro día vi a una huérfana perdida en el bosque, y supe al instante que no
tenía nada; ni amor, ni un cálido lecho, ni cómodos sillones, ni salud de
hierro, ni sopa, ni corbatas. Quizás ella sea lo que nos hace falta... ¡He de
partir y traerla a casa!
Las otras dos marionetas se levantaron de la mesa dando saltos de
alegría. La adopción estaba decidida, así que el Oso barbudo salió de la casa,
se adentró en el bosque y encontró allí a la niña feral, llorando junto a unas
flores y cubierta de abundantes rizos dorados.
–¡Hola, Ricitos, soy el Oso del
otro día! Veo que sigues aquí solita…, ¡cuando podrías ser mi hija, y formar
parte de la familia! Nosotros te cuidaremos y protegeremos; te querremos por
siempre y nunca te dejaremos. Ven conmigo a casa, que te hartaremos de mimos y
premios.
La marioneta de la niñita se secó las lágrimas de cristal, asintió y se
lanzó a los brazos del Oso, que la llevó en hombros de vuelta al hogar.
–Nunca hay que hablar con extraños –repitió Hansel como un autómata–.
¡Por supuesto que esta historia va a acabar mal!
–Pero quizás aquí la extraña sea Ricitos y no el Oso. Parece peligrosa…,
¿cómo, si no, ha sobrevivido sola en el bosque una niña tan pequeña? –dije en
voz alta, arruinándoles el final de la historia. Los mellizos me hicieron
callar, despreciaron mi teoría y volvieron a prestar atención al espectáculo.
El decorado se transformó para mostrarnos la fachada de
la casa del Oso barbudo, que llamó a la puerta con emoción. Ricitos se giró
hacia el público y chilló: “¡Estoy tan feliz como una lombriz! Por fin voy a
tener una familia con un papá oso, una mamá oso y un pequeño hermano oso…, ¡y
entonces comeremos perdiz!”.
Las dos marionetas restantes aparecieron en escena, y dieron un paso al
frente para salir a la luz; una resultó ser un Oso de bigote, y la otra, un Oso
de perilla. Los tres plantígrados bailaron de alegría y alzaron a Ricitos en
brazos; ella, sin embargo, no parecía entusiasmada: “¿Qué es esta
monstruosidad? ¡Yo quería una familia normal!”.
Inmediatamente comenzó a patalear y no hubo forma de calmarla; el Oso de
perilla regresó disfrazado de Corsario, pero por más que se esforzó en su
actuación, no consiguió que Ricitos dejara de llorar. El Oso de bigote
reapareció cargado de maderas y herramientas –dispuesto a fabricarle un juguete
a la niña–, pero acabó bañado en pintura verde y serrín. El Oso de barba se
llevó las manos a la cabeza en el instante, en que Ricitos le dio una patada en
el tobillo y desapareció tras una de las muchas puertas de aquella casa. Estaba
trastornada, delirante, ¡enloquecida!
Hansel y Gretel me miraron con horror. “¿Qué clase de historia es esta?” preguntaron,
a la vez que veían cómo el Oso de perilla reaparecía con un tenedor clavado en
el muslo.
En la siguiente escena, los Tres Osos se sentaron en la mesa para cenar.
El primero probó su plato de sopa y tuvo que correr a beber agua, pues alguien
la había sazonado con una cantidad potencialmente mortal de picante. El segundo
dio también un sorbo y vomitó confeti en la pila del agua. El tercero, el Oso
de barba, gritó “¡Ricitos!” antes de lanzarse a perseguirla, pues la muy
cabrita se mostraba satisfecha de sus fechorías.
La siguiente escena no mejoraba en absoluto. Los Tres Osos se sentaron a
descansar en sus respectivos sillones: el primero encontró una aguja clavada en
el asiento, y el segundo casi muere decapitado cuando el mueble reclinable se
cerró de golpe. El tercer Oso fue una vez más en busca de la niña, que sonreía
maliciosamente escondida tras las cortinas.
Los Tres Osos subieron entonces a su dormitorio, pero ninguno se atrevió
a entrar en la cama. El Oso de perilla temblaba de miedo, mientras que el Oso
de bigote –que llevaba collarín después del incidente del sillón reclinable–
parecía a punto de echarse a llorar. Entonces habló el Oso de barba: “Tenemos
que tomar medidas drásticas, o nos quedaremos sin amor, sin un cálido lecho,
sin cómodos sillones, sin salud de hierro, sin sopa y sin corbatas…”, y según
lo decía, una espesa nube de humo negro comenzó a llenar la habitación a través
del hueco de la escalera.
Los Osos se asomaron a la planta de abajo y vieron cómo el hogar familiar
ardía en llamas. Ricitos corría de un lado a otro, asustada por el grave
destrozo de su última travesura. Sus tres padres apenas tuvieron tiempo de
sacarla fuera de la casa, antes de que un enorme caldero –propiedad del Cuerpo
de Bomberos– vaciara su contenido sobre ella, extinguiendo el fuego y dejando
el interior en ruinas. Por si fuera poco, la olla se soltó de la grúa que la
sostenía y acabó incrustada en el tejado, como prueba de los métodos tan
rudimentarios que aún se empleaban en aquel bosque para combatir los incendios.
El Oso de barba, cabizbajo, miró a los otros dos y supo lo que debía
hacer. El siguiente acto, que ya casi nadie vio (pues las Cuidadoras se habían
llevado a los espectadores más pequeños, que lloraban desconsolados desde que
la psicótica Ricitos había comenzado con sus tentativas homicidas), mostraba al
títere protagonista con la niña-marioneta
en el mismo claro donde la
había encontrado, despidiéndose de ella con un beso y entregándole un juguete
chamuscado como regalo. Ricitos aún tiritaba de miedo, con la mirada fija en el
vacío.
Y en la última escena, que era a su vez la misma con la que abría el
espectáculo, los Tres Osos rebuscaban en su antiguo hogar, ahora carbonizado y
lleno de brasas humeantes. El Oso de barba y el Oso de bigote aprovechaban
también de hacer sus maletas, mientras que el Oso de perilla barría las cenizas
y los escombros. Fue entonces cuando el Narrador intervino para poner el punto
final a la tragedia ursina:
–Niñas y niños, esta historia, como
ya sabíamos, acabó mal, muy mal..., y es que no todos los cuentos tienen un
final feliz donde se come perdiz, porque mientras más alto se sueña, si el
sueño es elevado y hermoso, más dura es la caída del despertar. FIN.
–No pienso comprar jamás ni un solo juguete en la tienda de Geppetto
–dijo Gretel, categórica–. ¡Estoy deprimida! ¡Necesito bombones!
–¿Qué rayos…? ¿Qué se supone que debo aprender de todo esto? –dijo
Hansel, frotándose la frente como si le doliera la cabeza.
–No lo sé, pero esperad aquí, que ahora mismo lo voy a preguntar…
Me levanté del césped y fui a encarar al Titiritero, que ahora volvía a
apretar los mismos botones y a tirar de las mismas palancas para convertir su teatro
de nuevo en un carromato.
–Disculpe, pero usted necesita urgentemente un Hada en su vida, ¡igual
que su historia de mierda! ¿Qué clase de lección cree estar dando a los niños?
El hombre ni se inmutó; tenía la vista clavada en sus marionetas, que
ahora colgaban como cuerpos sin vida del techo del vehículo de madera.
–La única lección que vale la pena aprender, y precisamente la que nadie se
atreve a enseñar: que soñar es muy peligroso, porque los sueños eso son, y
jamás se hacen realidad tal y como los concebimos.
–Pues resulta que mi deseo es convertirme en un Hada; ¡algo
verdaderamente difícil, para qué engañarnos! ¿Está usted diciéndome que debería
abandonar justo ahora, que estoy tan cerca de conseguirlo?
Geppetto me miró de arriba abajo, con ojos llenos de pena y torciendo el
bigote en una mueca de tristeza supina.
–Yo poco sé de Hadas; no soy más que un viejo fabricante de juguetes. Pero
de decepciones –y diciendo esto, señaló la marioneta del Oso de bigote, que de
cerca me pareció idéntica a él– conozco demasiado. Mucha suerte con tu sueño, y
buenas tardes.
El Titiritero cogió su carromato y fue empujándolo despacio por el
empedrado, sin mirar atrás. Y yo me quedé allí, con cara de idiota y el corazón
latiendo a una velocidad imposible, como si quisiera estrellarse y a hacerse
trizas en un accidente de tráfico.
Rosa dejó el
libro a un lado, ya que de pronto se encontraba mareada. La lectura seguramente
le había cansado la vista.
“El Titiritero y
el Oso de bigote eran la misma persona. Un hombre sabio, por cierto; en la vida
más vale conformarse con poco si uno quiere evitar grandes decepciones, por
mucho que a Azul no quisiera reconocerlo”.
La chica sentía
cómo todo le daba vueltas. Si no hubiera sido por el tacto de los dedos de
Rapunzel trabajando con su cabello, ni siquiera habría acertado al decir dónde
tenía la cabeza.
–¡Es una pena
que quieras teñirte de rosa! Alguna vez deberías dejar salir tu color de pelo
natural. Tienes rizos de un color precioso… –dijo la Peluquera, a la vez que le
sonreía a su reflejo en el espejo–. ¡Si parecen de oro!
Rosa se levantó
de la silla, con el pelo aún envuelto en papel de aluminio y a medio cortar. Se
arrancó el delantal que tenía atado alrededor del cuello y salió tambaleándose
del local; ya no podía siquiera escuchar las advertencias y gritos de las
Peluqueras y los peatones. Caminó unos cuantos pasos, derrumbándose en medio de
la calle, delante de un coche que apenas tuvo tiempo de frenar.
Fuego, la casa en llamas, Geppetto, los
Tres Osos, el rosal, humo, calor, y una familia fuera de lo normal… “¡¿Cómo
pudo olvidarlo todo?!”
Y acto seguido,
se desmayó sobre una improvisada almohada de ricitos de oro a medio teñir de
rosa.
Comentarios
¿Sabes?, lo interesante aún no ha comenzado...
He tenido que hacer una pausa para dejar descansar a Rosa, que ha acabado en el hospital. Sin embargo, hoy he añadido un prólogo al libro, y mañana actualizaré las demás páginas y blogs que ayudan a dar sustancia al mundo de Heliópolis.
El jueves comenzará el capítulo XIII, para que los demás lectores tengan tiempo de ponerse al día con la lectura.
¡Gracias por seguir la publicación de la novela con tanta puntualidad!
Saludos y gracias de nuevo.
Mar.
Esta pequeña pausa es necesaria para dar tiempo a que todo el mundo llegue al capítulo XII... Además, me permitirá pensar en cómo atraer más lectores a la página. ¡Cuento con vosotros para hacer publicidad a la historia, siempre y cuando os esté gustando!
Estar presente cada instante en la vida de un ser tan amado, solo me lleva a decir: Gracias a la vida, que me ha dado tanto......
¿Ricitos de oro? ¿nada de lo que reluce es oro?
La violeta mencionada en un comentario ^^
¡Quiero leer más!