Capítulo XV (primera parte)
Este capítulo
acabará con Rosa y Azul en el piso de Bella. Quizás la chica pueda por fin interrogar
a la autora del libro sobre su signo y profesión, y regrese pletórica a Grimm
en un feliz epílogo, colmada de fuerzas astrales y planetarias que le permitan
conocerse mejor, encontrar su lugar en la Academia y destacar a lo largo del
año escolar…, además de confrontar al Príncipe, aliviar sus pesadillas y asumir
un triste pasado que ya no podrá olvidar. O tal vez estemos aún a mitad del
libro, y el encuentro entre Rosa y Azul no vaya a ser tan sencillo.
De momento,
hemos de regresar al aula, donde de las ocho clases que estaban previstas para
ese día, los compañeros de Rosa apenas recibieron cuatro. Además de la mitad de
los Profesores, también faltaron al trabajo unos cuantos Monitores, de manera
que el Rector tuvo un día ocupado amenazando con la expulsión –a través de la
potente megafonía de Grimm– a todo aquel que abandonara sin su permiso las
aulas.
La huelga general parecía estar
sumando adeptos con el paso de los días; así pues, incluso la hora de la comida
fue caótica, ya que las casi dos mil bandejas de almuerzo tuvieron que ser
servidas entre dos Suplentes y la Profesora de Ciencia y Tecnología. Iván optó
por retirarse a la Residencia, donde había conseguido que le instalaran una
pequeña cocina (con su respectivo Cocinero) en la planta que ocupaba, ante la
posibilidad de que la huelga dejara sin servicio el comedor y él corriese el
más mínimo peligro de pasar hambre.
Sin clases, y
sin el Príncipe rondando a la hora de la comida, aquel fue un día perfecto para
que Rosa leyera otro capítulo del libro y se pusiera al día con sus amigos, a
los que intentó tranquilizar sobre su reciente desmayo. Sinclair, sin embargo,
se mostró distante y retraído…, y para sorpresa de todos, parecía haber perdido
el apetito.
Tras las
campanadas que anunciaron el fin de las clases, todos menos él –que cogía el
autobús de vuelta a su casa– regresaron a la Residencia. Iván aprovechó para
acercarse a Rosa e interrumpir su lectura.
–Querida,
¿tienes un minuto? Necesito conversar contigo.
–¡Por supuesto!
–y ya cuando no hubo nadie alrededor…–. Aprovecha ahora, que no estoy bajo la
influencia de ningún narcótico.
–¡Ejem! –tosió
el Príncipe, nervioso–. ¡Así que por eso dormiste tanto en el hospital! Las
Enfermeras te habrán administrado un somnífero para…
–Escucha, Iván:
el que esté siguiendo tu juego no significa que sea estúpida. No me mires así,
¡espabila! Sé que te sorprende verme hoy aquí, y que esperabas que esta noche
fuese otra vez tu coartada (a fin de cuentas, me pinchaste con “Z” y le
ordenaste a los Doctores que no me dieran el alta), pero olvidaste atarme a la
camilla.
El chico quedó
rezagado unos pasos. Luego regresó corriendo junto a Rosa, como sólo a él le
estaba permitido en la Academia.
–No sé cómo te
atreves a pensar eso, Rosa…
–¿Lo estás
negando?
–…, ni cómo es
que sospechas de mí y no de Sinclair, que estuvo ayer a tu lado.
–¿Y además
piensas echarle la culpa a otro? Eres increíble…
–Lo único que sé
es que te amo, que has sufrido una conmoción muy fuerte y quizás ahora no veas
las cosas con claridad.
–Al contrario:
me está costando horrores madurar y darme cuenta de quién eres, pero al final
lo conseguiré. También fue difícil despertar, y aquí me tienes.
–¡Lo único que
lograrás es sacarme de quicio! –Iván abrió los brazos al decir esto,
mostrándose desarmado ante las estocadas de su novia–. A veces creo que sólo
serías feliz conmigo si pudieras tenerme todo el tiempo a tu lado, cuidándote y
velándote bajo una campana cristal, ¡en un planeta sólo para nosotros!
–Sí, mi nivel de
exigencia hacia ti roza el absurdo –replicó Rosa con aburrimiento, intentando
enmascarar lo mucho que le dolían aquellas palabras.
–Creo que debes
meditar sobre tu actitud. Yo, por mi parte, continuaré con el plan que
trazamos…
–El plan que
inventaste tú solo, Iván; no pretendas confundirme.
–… de decir que
duermo cada noche contigo, para que muy pronto nos dejen en paz y podamos estar
juntos en libertad. Quizás ahora sea un sacrificio muy alto, pero en el futuro
agradecerás que hayamos pasado por este trance.
–Sí, el futuro
parece prometedor para nosotros. Y descuida, mi Principito: volveré a decirle a
todos que he dormido a tu lado. ¿Sabes?, yo también necesitaré una coartada a
partir de ahora, que tengo mis propios planes. Comenzando hoy mismo.
–¿Planes? ¿Para
esta noche? –dijo Iván, al tiempo que se le ensombrecía el rostro y se quedaba
lívido a la vez, como en un claroscuro.
–Así es, querido
–Rosa tuvo que hacer un esfuerzo por dejar las ironías de lado y mentir de
manera convincente–. Debo estudiar a profundidad este libro de Astrología si
pretendo ponerme al día, y no quiero que nadie piense que soy un gusano de
biblioteca; casi prefiero que crean que estoy contigo en el dormitorio, de
fiesta. Eso sí, no me esperes en el comedor a las ocho; mejor será que cenes tú
solo.
Y haciéndole un
gesto con la mano, Rosa despidió al Príncipe en la puerta de su habitación. Aún
le oyó farfullar “¡Da igual, me han instalado una cocina en mi habitación!”,
pero no supo qué contestar a eso. Suspiró aliviada cuando escuchó que se
marchaba, y sólo entonces dejó de latirle furiosamente el pulso en la garganta.
Gato no tardó en
aparecer; salió del baño a recibirla, demandando más mimos que de costumbre
como compensación por tantos días de ausencia. Su maullido era débil y caminaba
dando tumbos, con el vientre pegado al espinazo: así de convincentes eran las
actuaciones del felino cuando se disponía a dar pena. Rosa llenó su cuenco de
comida, le cepilló el pelo y abrió el grifo para que bebiera agua fresca; entre
tanto, se descalzó y se puso en pie sobre la cama.
–“No voy a
preguntarte dónde has estado, mientras yo me moría de hambre y sed…, pero me
intriga saber lo que haces ahora. Podrías caerte, y no esperes que te auxilie
si eso sucede” –le dijo Gato, relamiéndose después de darse un atracón de
pienso.
–Intento llegar
a la lámpara y ver si han escondido allí cámaras.
–“¿Quiénes?”.
–Pues la Guardia
Real. ¿Acaso no lo recuerdas? Iván dijo que las instalarían en secreto cuando
se enteraran de que estábamos saliendo.
–“En ese caso,
yo no esperaría encontrar nada”.
Y así fue: Rosa
buscó encima del armario, debajo de la cama, detrás del cabecero, en el collar
de Gato, entre las cortinas y hasta en el cuarto de baño, pero no encontró nada
que pareciera un micrófono oculto o una pequeña cámara espía. La Guardia Real
había creído a pie juntillas la historia de que ella e Iván pasaban juntos cada
noche, y eso hacía que el plan del Príncipe fuera completamente inútil, pues ya
les permitían hacer cuánto quisieran sin entrometerse. Aunque para Rosa sí que
tendría provecho el teatrillo que se había montado alrededor de su noviazgo…
Si no había
vigilancia en su dormitorio, entonces podría llevar a cabo su escapada sin ser
descubierta. Así había aprovechado las últimas horas de su estancia forzosa en
la Clínica: trazando un plan que muy pronto pondría en marcha. Tan sólo tenía
que esperar a que la Torre de Propp anunciara con sus campanadas la hora de la
cena… Pero hasta entonces, había mucho trabajo por hacer. La chica se sentó en
su escritorio con el libro, un rotulador y varios marcapáginas, dispuesta a
señalar cada una de las pistas que Azul, en una sorprendente muestra de
descuido, había ido dejando:
Página 88: “Dicho eso, la Cenicero comenzó a caminar rodeando el Gran Parque en dirección contraria a la de los coches; cruzamos en la esquina de la séptima transversal, giramos a la derecha y llegamos al portón de un colegio, donde cientos de Cuidadoras esperaban a los niños a punto de salir de clase”.
Página 95: “Y no se dijo nada más. Caminamos unas pocas manzanas a través de aquel barrio exclusivo y elegante del Ensanche hasta llegar a un edificio moderno, con vistas al Gran Parque”.
Página 97: “[…] y a punto estuvieron [Blanca y La Cenicero] de enzarzarse en una pelea; por fortuna, la puerta [del ascensor] se abrió en la séptima planta, directamente en un espectacular piso lleno de muebles de diseño y enormes ventanales”.
Si el plan “A”
fallaba, allí estaba escrito todo cuanto necesitaba para encontrar a Azul. Rosa
aguardó pacientemente para entrar en acción, y cuando por fin sonaron las ocho
campanadas se cubrió con la capucha de la sudadera, cogió la mochila y le dio
un beso de despedida a Gato.
–Adiós,
amiguito. Quizás no volvamos a vernos, ¡así que deséame suerte!
–¡Miau!
Dicho esto,
Rosa, salió por la ventana tal y como había visto hacer al Príncipe. Bajó
agarrándose de los salientes e irregularidades de las piedras de la fachada,
teniendo especial cuidado en evitar la ventana de la primera planta para no ser
vista ni por él ni por los Guardias. Una vez sobre el césped, indemne, comenzó
a caminar sigilosamente hacia el Rectorado. Todos los alumnos internos, así
como los Monitores y demás empleados, iban mientras tanto hacia el comedor a través
de los senderos empedrados y bien iluminados del Campus; sobre los jardines, en
cambio, la oscuridad de la noche brindaba un escondite perfecto a quien
quisiera cometer travesuras.
Comentarios
Ella dejó a gato solo ¬¬
Espero que, cuando entre mañana por la noche, encuentre otra entrada.
Hasta luego ^^
Muchas gracias de nuevo por tus comentarios, Rina. ¡A ver qué ocurre mañana; si Rosa consigue por fin interrogar a Azul sobre su signo, carácter y futura profesión!
De nada, bueno, volveré mañana y pasado y al siguiente...