Capítulo XIX (segunda parte)
–En el puesto noventa y cinco tenemos
una curiosa canción que dedicamos a todos aquellos que están perdidos en ese
oscuro y gran bosque que es la
Capital. No perdáis el ánimo, pues siempre habrá alguien que
os tienda la mano.
Crumb by Crumb, de Rufus Wainwright
Aquellos pensamientos no me abandonaron durante
el largo viaje en tren hasta la Clínica. Por motivos muy distintos a los que
habría previsto, de pronto iba a estar cerca del Doctor Unicornio, con quien aún
no había hablado. ¡Siempre pospuse el hacerlo con cualquier excusa! Me daba
terror vislumbrar, así fuese por un instante, el final de mi camino. Durante
toda mi vida lo único que me había interesado realmente era ser un Hada, y
cada paso lo daba en esa dirección. ¿Qué ocurriría después de cruzar la meta?
¿Me sentiría extraviada? ¿Con qué motivo me iba a despertar todas las mañanas?
Estaba mirando por la ventanilla, perdida en mis
penas, cuando apareció ante mí una imagen que me dejó aún más alicaída: afuera,
junto al tren, volaba una hermosa monarca
azul. ¡Qué fácil lo había tenido aquella oruga para convertirse en mariposa!
Le había bastado con esconderse en un capullo y dormir la siesta; para cuando
volvió a abrir los ojos vestía una prenda muy distinta, y tenía dos alas tan bellas
que cualquiera se habría dedicado a contemplarlas en lugar de volar con ellas.
Yo, en cambio, tenía que ir paso a paso, miga a miga, moneda a moneda… ¡Cuán
cruel era a veces la naturaleza!
Llegué enfadada y triste a la Clínica, así que
me tomé unos minutos antes de entrar en ese antiguo claustro reformado para que
su interior fuese lo más blanco, moderno y limpio posible. En la recepción me
dijeron que debía ir al pabellón de Rehabilitación, a través del pasillo
acristalado que conducía al ala este. Caminé, esperé, volví a caminar y encontré
a una Enfermera a la que pregunté por Bella McCartney; me explicó que se
encontraba dando su paseo matutino en el jardín y me mostró nuevamente el
camino. Todo en mi vida era así, un lento y engorroso proceso; primero esto,
luego eso y después aquello.
En cualquier caso, parecía una buena noticia el
que Bella tuviera los ánimos suficientes como para salir a dar una caminata... No fui capaz de imaginar cuánta vitalidad tenía ahora a causa del
tratamiento. Desde la distancia vi su sombra blanca moviéndose ágilmente entre
los arbustos, aunque pensé que se trataba de un reflejo; ¡jamás habría dicho
que la mujer taciturna de hacía dos meses era la misma que ahora corría como
una gacela!
Cuando me reconoció, cambió de rumbo y saltó
torpemente los matorrales y las flores que nos separaban. Se me lanzó al cuello
y sentí cómo su cuerpo palpitaba en mis brazos. Era como si toda la energía que
había acumulado mientras dormía quisiera salir de golpe y estuviera a punto de
hacerla estallar.
–¡Bella! ¿Estás bien?
–¡Azul! ¡No estoy bien, pero voy mejorando! Al
menos ya puedo estar quieta y hablar!
Lo de quedarse quieta era un decir: temblaba
como si fuese de gelatina, y no podía dejar de mover las manos y los pies como
si los tuviese mojados e intentara sacudirlos. Las ojeras en su rostro parecían
un antifaz, y se mordía constantemente los labios mientras sonreía.
–¿Quieres que llame a una Enfermera?
–¡No te preocupes, lo que ves es normal! Es
parte del síndrome de abstinencia de “Z”.
Pese a ser un flan viviente, algunos detalles
del aspecto de Bella ciertamente habían comenzado a mejorar gracias al
tratamiento de desintoxicación. Su pelo volvía a parecer saludable, y le
brillaban las uñas y la mirada. Parecía cierto que lo peor ya había pasado;
que ahora sólo restaba aguantar unos cuantos meses más sin recaer en malos
hábitos.
–Los médicos dicen que es importante canalizar toda la energía contenida hacia algo creativo, así que he vuelto a diseñar; ya
estoy con mi nueva colección de primavera-verano. ¡Será un regreso triunfal a
las pasarelas! Tengo la habitación llena de prendas que he comenzado a
confeccionar. ¡Las Enfermeras se pelean por llevarme la cena y cotillear entre ellas!
–¡Me alegro mucho, Bella! Es sorprendente verte
tan llena de vida.
–¡De eso se trata! ¡Tengo que vivir para ver
crecer a mis niños y volver a conquistar mi sueño! ¿Por cierto, cómo están mis
retoños?
–Bueno, te echan mucho de menos… No están
acostumbrados a demostrarlo ni a decirlo, pero es fácil darse cuenta de lo
importante que eres para ellos.
–Descuida, puedes ser sincera conmigo; deben
odiarme por todo lo que les he hecho pasar. ¡Pero estoy cambiando! Voy a recuperarme
pronto para ser la madre que se merecen –Bella y yo nos sentamos en un banco, junto
a un abeto, y me cogió de la mano para evitar que le temblase violentamente el
pulso mientras hablaba–. Tenías razón, ¿sabes? Sí se puede volver a empezar.
Las cosas jamás serán como antes, pero esa es la mejor parte: serán distintas,
ocurrirán cosas nuevas, visitaré lugares en los que nunca he estado y conoceré
personas tan originales como tú. A un sueño le puede sustituir fácilmente otro,
y luego otro, y otro, manteniéndonos siempre con ganas de vivir y de despertar.
–¿Me jurarías que lo que dices es cierto?
–¿Eh? ¿Por qué lo preguntas?
A través del pasillo acristalado que cruzaba el
jardín, uniendo el ala este de la Clínica con el edificio central, vi pasar al
que sin duda alguna debía de ser el Doctor Unicornio.
–Bella, ¿tendré ganas de vivir después de
cumplir mi sueño?
–¡Cómo te atreves a dudarlo, si fuiste tú quien
me convenció de ello! Bueno, da igual, porque aquí lo he confirmado: después de
que seas un Hada, te verás en el camino hacia el siguiente sueño. Y algo me
dice que aquel personaje puede ayudarte con lo primero. Aquí una se entera de
muchas cosas... Te aseguro que el Doctor Unicornio tiene bien merecida su fama.
Anda, ve tras él, ¡pero pasa luego a despedirte, que quiero darte una cosa!
Me levanté de aquel banco como si acabara de
recibir una inyección de adrenalina y fui tras él…, o tras eso. Llegué justo en el instante en que se cerraban las puertas del
ascensor con el unicornio dentro, pero pude ver en qué planta se bajaba. Subí
entonces por las escaleras, le busqué en cada una de las habitaciones y
finalmente le encontré en una pequeña sala de descanso, intentando beberse un
té humeante mientras sostenía el vasito de cartón entre los cascos de sus dos
patas delanteras.
–¿Es usted el Doctor Unicornio?
El enorme corcel blanco –que caminaba erguido
sobre sus patas traseras, vestía una bata de Doctor y llevaba un estetoscopio
alrededor del cuello– me miró de arriba abajo con pereza. Sopló la superficie
del líquido, sorbió la infusión y luego se acomodó las gafas. Varios
centímetros por encima de su cabeza, un afilado cuerno en espiral apuntaba
hacia arriba, y estaba próximo a clavarse en una de las placas del falso techo.
–¿Tú qué crees? –dijo al fin.
–Que acabo de hacerle una pregunta muy estúpida.
–Correcto. ¿Eres mi próxima paciente? Pensé que
podría tomarme un respiro…
–¡Descuide, beba tranquilamente! En realidad no
tengo cita; tendría que haberle llamado con antelación, pero no me atreví.
El unicornio apuró su bebida, aplastó el vasito
y lo tiró a la papelera.
–Vayamos a mi despacho antes de que mi Secretaria
te cite para dentro de seis meses.
El unicornio y yo comenzamos a andar a través de
la Clínica (cada uno por su lado, lo cual fue una pena, porque me habría
gustado montarle) y me condujo hasta la planta de cirugía; más concretamente al
despacho con un rótulo en el que se leía
D. 123
Reasignación de especie
Órganos vestigiales y apéndices
metafísicos
Extremidades supernumerarias
El peludo equino se sentó en la silla de su
escritorio de caoba, tras el cual colgaban innumerables diplomas de las más
prestigiosas universidades del Reino. A su derecha, una puerta conducía a la sala
de exámenes, y el resto de la pared estaba cubierta por una altísima librería a
la que sólo un caballo erguido podría acceder fácilmente. Del otro lado, un
amplio ventanal dejaba ver parte del jardín de la Clínica; allí estaba Bella
saludándome con ambas manos, antes de que su hiperactividad se la llevara
corriendo a otra parte. El Doctor Unicornio se apartó un mechón de pelo cano
del rostro y me observó atentamente.
–¿Cuénteme, en qué puedo ayudarle, Señorita.…?
–Azul.
–Azul qué más…
–Azul Celeste. Es que, verá: dos amigas mías,
Rubí y Esmeralda, me han dicho que debería hablar con usted.
–¡Ah sí, las Hadas! Hace tiempo que no dan
señales de vida. ¿Cómo están?
–¡Muy bien! Son realmente talentosas, y su
espectáculo está teniendo cada vez más éxito. ¡Pronto rivalizarán con la
mismísima Campanilla!
–Permíteme dudarlo. Deduzco entonces que tu
intención es ser como ellas…
–¡Sí, quiero ser un Hada de verdad!
El Doctor Unicornio comenzó a reírse y a
relinchar a la vez, dando golpes sobre el escritorio con la pata izquierda.
–¡Vaya, hacía tiempo que no me divertía tanto!
No existe tal cosa como un “Hada de verdad”; eso es una contradicción, una
antinomia, una paradoja…
–¡Pero si usted es un unicornio!
–Así es, ¡y no veas el trabajo que me ha
costado! No habría llegado a ser el mayor especialista en Reasignación de
Especie si no hubiera experimentado antes conmigo mismo.
–¿Así que usted era un humano?
–Era un unicornio atrapado en el cuerpo de un
humano, podría decirse.
–Espere un momento… Ahora que lo pienso, una vez
conocí a una carpa dorada que hablaba, y que trasmutó mis pulseras en oro.
–Le conozco. Fue mi mejor cliente; quiero decir, mi mejor paciente, aunque aún le debe una buena suma a la Clínica
Perrault. A raíz de ese incidente, ahora el pago de las operaciones debe
realizarse siempre por adelantado. Sin embargo, le guardo aprecio por haberme
planteado un auténtico reto como Cirujano.
–Entonces, ¿usted podría convertirme en un Hada?
–Precisamente por eso te han enviado aquí tus
amigas.
–¿Y en qué consiste la operación?
–Eso depende: veamos primero cuánto tendremos
que intervenir. Pasa a la sala de exámenes, desnúdate entera y espérame sentada
sobre la camilla.
Aquello me daba una vergüenza extrema, pero el
tono con el que el Doctor Unicornio hablaba no admitía discusión ni réplica.
Seguramente había aprendido a comunicarse así tras muchos años atendiendo
pacientes exigentes, porque los Libra normalmente procuran ser más
conciliadores y permisivos. Si todavía fuese un humano, y aún estuviera de
pasante, habría intentado convencerme de que me quitara la ropa en lugar de
ordenármelo. “No, definitivamente no es una buena señal”, me dije; “Si ha
conseguido controlar los aspectos más pusilánimes de su signo, será imposible
regatearle el precio de la operación”.
Entré en la sala de exámenes, me desvestí, doblé
cuidadosamente la ropa y la dejé sobre una silla; luego me senté en la camilla –que
estaba aún más fría que el resto de la habitación– y esperé pacientemente a que
el Doctor entrase. Cuando lo hizo, traía consigo un rotulador (que supuse sería
para la pizarra colgada en la pared) y un ordenador portátil.
–Muy bien, Azul, entremos en confianza y
dejémonos de tratamientos formales: veamos qué tienes y qué te falta. Lo
primero que trabajaremos serán ambos pabellones auditivos; hay que darles una
forma más estilizada –y dicho esto, cogió el rotulador y dibujó sobre mi oreja
otra más puntiaguda, similar a la de las Hadas.
–¡Oiga! ¡Que la tinta no sale fácilmente! –pero
el Doctor no hizo caso y repitió el garabato en mi otra oreja. Inmediatamente
tecleó con los cascos en su ordenador portátil (haciendo saltar algunas teclas)
y continuó su examen:
–Podemos perfilar un poco los labios, darte algo
de pómulos y una nariz más femenina –Mi cara acabó pintarrajeada como la de un
payaso gracias al rojo intenso del rotulador–; luego pasaremos a los senos,
donde necesitarás implantes para aumentar su tamaño,…
–Pues claro, ¡si no tengo!
–…y un buen par de alas de mariposa (me tendrás
que decir el color, diseño y tamaño que quieres, aunque te recomiendo algo
discreto y sencillo para comenzar); la reducción de abdomen será innecesaria,
pero sí será imprescindible quitarte esa varita mágica de allí abajo. Ya te
buscarás otra más apropiada…, una punta en forma de estrella, quizás.
–¿Pero a qué varita se refiere?
–¡A la que te cuelga entre las piernas!
Y yo que había estado pensando en sustituciones esa misma mañana…
Comencé a sentirme mareada y tuve que recostarme
en la camilla para no caerme al suelo. El unicornio acabó de introducir los datos
en su portátil y luego me enseñó en resultado en la pantalla; yo tenía la vista
tan nublada que no conseguí distinguir nada.
–Esta es una simulación por ordenador de cómo
quedarás después de que te intervenga. Como muestra la reconstrucción en 3D,
unas alas no demasiado exageradas te permitirán ponerte cualquier vestido, en
lugar de obligarte a mirar sólo en la sección de tallas especiales. Oh sí, he
realizado un buen trabajo; estoy satisfecho. Y ahora hablemos de temas
menos agradables. Entiendo que este será un paso muy importante para ti; que
debes estar ilusionada…
–¡Ahora mismo sólo tengo ganas de salir
corriendo!
–…pero es mi deber como Médico advertirte de que
la operación conlleva un riesgo muy importante para tu salud, sobre todo si
insistes en ser “un Hada de verdad”. La cirugía de Reasignación de Especie está
aún en fase experimental, y me temo que dependiendo del grado de realismo que quieras alcanzar, la
intervención pueda ser mortal. Eso sin contar lo muchísimo que tendrás que
trabajar para poder pagar la operación; casi nadie supera la barrera económica,
o sobrevive al esfuerzo de conseguir tanto dinero.
–¿De cuánto hablamos exactamente?
–Doce mil monedas de oro. Once mil si obviamos
pómulos, nariz y labios.
–¡Tendría que tener tres empleos durante varios
años, sin comer ni pagar el alquiler, para conseguir tal cantidad!
–Sé que es una pequeña fortuna, pero los precios
de la Clínica
Perrault son innegociables. Esto es lo que cuesta el que
todos los conocimientos alquímicos que he almacenado en el cuerno sobre mi
cabeza estén a tu servicio.
–No sabía que la magia fuese así de costosa…
–¡Oh, no es magia, sino ciencia tan avanzada que
a veces lo parece!
–En cualquier caso, me va a ser imposible pagar
la operación…
–No te desanimes. Ya tienes mi tarjeta, y yo tu
ficha médica. Cuando te decidas pondremos todo en marcha, previo pago de la
correspondiente suma. Mientras tanto, intenta disfrutar de la vida; quizás no
puedas vivirla como Hada, pero sólo tenemos una oportunidad en este Mundo, ¡y
hay que aprovecharla!
El Doctor salió de la sala de exámenes y yo me
vestí en silencio. Quería llorar, pero aquella habitación helada, pálida e
incómoda parecía diseñada para desalentar el llanto. Me despedí del unicornio,
le agradecí el haberme atendido sin cita previa, y luego caminé por el pasillo
como si me dirigiera al patíbulo…, o peor aún, como si viniera de allí.
“¿Acaso vale la pena vivir cuando no se puede
ser una misma?”. La operación parecía agresiva y peligrosa, pero habría
aceptado el riesgo sin dudarlo si con ello hubiera existido al menos un segundo
como un Hada. Sin embargo, ni siquiera me estaba dado el derecho a poner en
peligro mi integridad física, ¡y por la falta de dinero, nada más y nada menos!
¿Cómo lo habrían hecho Rubí y Esmeralda? Si las “Hadas de verdad” no existían,
entonces ¿qué eran ellas? ¿Acaso habían pasado por este mismo proceso? Y de ser
así, ¿de dónde sacaron tantas monedas? ¿En cuántos espectáculos habían cantado sólo
para pagarse un implante de alas? ¿Cómo pudieron permitirse comprar caprichos y
zapatos durante años?
Para mí, que sólo contaba con la miseria que
ganaba barriendo suelos y cuidando niños, aquello parecía un milagro…, pero no
de los que el Doctor Unicornio atribuía a la ciencia.
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