Capítulo XIX (tercera parte)


Cuando ya estuve más calmada, regresé al pabellón de Rehabilitación y busqué a Bella en su dormitorio. La encontré en pleno arrebato creativo gracias a la inspiradora cura de la desintoxicación; las prendas que antes aguardaban a medio hacer sobre los maniquíes estaban ya acabadas, y ahora las sustituían otras completamente nuevas y mucho más hermosas, como sólo la mejor Diseñadora del Reino era capaz de confeccionar.
–¡Azul! ¿Qué tal te ha ido? ¿Y por qué llevas pintarrajeada la cara?
–Mejor ni me lo preguntes.
–Escucha: no sé qué te habrá dicho y hecho el Doctor Unicornio, pero piensa que ahora estás un paso más cerca de cumplir tu sueño.
–De eso nada. De la lista de cosas que necesito para convertirme en Hada apenas he podido conquistar la primera. Me veo condenada a ser un chico el resto de mi vida si mi suerte no cambia…
–¿No se suponía que eras tú la que tendría que estar animándome?
–Ese era el plan original, pero se han invertido los papeles.
–Bueno, si es mi turno de ayudar, tendré que darte una cosa para subirte la moral…
Me senté en la cama de Bella y suspiré, mientras ella abría el armario de la habitación y buscaba algo frenéticamente.
–¡Cierra los ojos, que es una sorpresa!
–No estoy de humor, Bella, pero si insistes… Ya está, los tengo cerrados.
–Muy bien, buena chica. Ahora ábrelos.
Tardé unos instantes en poder reaccionar, pues tenía frente a mí el vestido de gala más hermoso que había visto jamás. Una tela casi transparente caía sobre otra más densa con pequeños zafiros engarzados, y estaba entallada con un cinturón de seda y amatistas. Las mangas eran casi traslúcidas, y coloreaban ligeramente los brazos de quien lo vestía. Todo el conjunto brillaba como si hubiera sido tallado en lapislázuli.
–He hecho esto pensando en ti, así que supongo que te pertenece.
Intenté ponerme en pie para darle un beso a Bella, pero caí de bruces sobre el vestido y sobre ella, completamente encandilada e inconsciente. Por suerte estábamos en un hospital, y las Enfermeras no tardaron en venir al auxilio de mi amiga, que quedó aplastada entre el suelo y el cuerpo inerte de la persona más afortunada que había existido jamás.
Las campanadas anunciaron el fin de las clases y Rosa interrumpió la lectura, aunque su mente seguía perdida en las páginas del libro, como si una nueva pista siguiese allí escondida porque ella no hubiera conseguido descifrarla. Cindy apagó su radio portátil, y los estudiantes fueron saliendo uno a uno del aula.
Iván caminó hacia la Residencia junto a su novia, castigándola con un monólogo trivial sobre intrigas palaciegas que ella parecía no estar escuchando. Y así era; su mente estaba recomponiendo un puzzle de frases leídas y escuchadas en otro momento, pero que sólo ahora comenzaban a encajar y a revelar un nuevo rostro…
La siguiente canción está dedicada a una persona a la que aprecio mucho, y que echa de menos a su madre y su hogar, del que tuvo volar lejos en busca de la felicidad”.
Buenas noches. Me llamo Aurora, y quería felicitarle por su programa. Lo escucho todos los días…”.
“[…] Por cierto, tiene usted un nombre poco común… Dígame, ¿no será la propietaria de Aurora’s Bakery”.
“[…] mi Madre se encerró en la cocina, donde pasó una semana entera preparando tartas de todo tipo: chocolate, vainilla, cereza-bomba, zanahoria, violetas, calabaza…”.
“[…] le llamaba porque quería hacerle una consulta sobre un tema musical que le dedicó hace unos días a un amigo suyo. Estoy casi segura de que era una de las canciones favoritas de mi hijo, y me preguntaba si, por casualidad […]”
“No puede ser…” pensó Rosa, deteniendo su marcha en seco.
¡Espere, quizás usted pueda ayudarme! Mi hijo tiene el pelo…”.
 “Azul”.
“¿Acaso se ha visto que alguien nazca con el pelo de un color tan original?”.
 “No te preocupes, Azul; tu secreto estará bien guardado conmigo”.
No fue el último capítulo leído del libro lo que operó de forma subliminal en su inconsciente, sino algo tan profano como la radio encendida. Y la conclusión a la que acababa de llegar gracias a ella era una auténtica bomba de relojería:
¡Aurora, la Tendera del puesto de tartas, era la Madre de Azul!

Comentarios

Dark Wolf ha dicho que…
Como me he identificado en lo que dice azul de querer hacer feliz a los demas por no poderse ahcer feliz a si mismo, creo que eso nos pasa a muchos, y a veces pienso que es incluso una enfermedad, sufrir por querer arreglar TODOS los problemas ajenos incluso sin conocer a la persona, frustracion por no conseguirlo.... y querer ocultar los propios problemas... muy bueno!
Galileo Campanella ha dicho que…
¡Muchas gracias! Me alegra que te hayas sentido esa cercanía con Azul :-)