Capítulo XXIII (miércoles)
Miércoles
El Portero del edificio de Bella seguía en su puesto, aunque ya se le
adivinaban las ganas de irse a casa a cenar. Rosa le llamó a través del cristal
de la ventana de su garita, y el antipático hombre tardó algunos segundos en
prestarle atención.
–Buenas noches. ¿Se acuerda de mí? Estuve aquí para dejarle un libro a los
hijos de Bella McCartney –La chica se presentó ante él con la cabeza cubierta
con la capucha, como aquella vez.
–Sí, lo sé, pero ellos siguen sin venir por aquí. Seguramente se habrán
mudado; la gente rica tiene la mala costumbre de hacer eso sin avisar.
–Tiene razón, ¡qué maleducados! Pero vengo por otra cosa: resulta que me
equivoqué, y el libro que vine a dejar no era de ellos sino de otro estudiante…
–¡Ya decía yo que un libro tan grande no podía ser para alumnos de Primaria!
–Así es; en realidad su propietario asiste a la Academia, y ahora le
reclama el libro al mismísimo Rector. ¿Podría acompañarme de nuevo al piso de la Señora McCartney?
No tardaré nada, recuerdo perfectamente dónde lo dejé.
El Portero cogió su copia de la llave del piso de Bella, cerró con pereza
la caseta y subió con ella al ascensor; Rosa se alegró de tan desagradable
compañía, porque para que su plan funcionase, necesitaba que el hombre
estuviera allí en el momento en que ella fingiese recoger el libro que nunca
había dejado.
La puerta se abrió en la séptima planta y la chica corrió a la habitación
de los mellizos. Sacó de su mochila el ejemplar con la portada destrozada que
había visto el Portero, y salió de nuevo al salón con éste en la mano.
Ahora, en una posible investigación de la Guardia Real, el buen hombre no
tendría nada importante que contar; tan sólo diría que una estudiante con el
uniforme de Grimm había dejado un libro en el piso de Bella McCartney, pero que
luego descubrió su error y regresó para recuperarlo. Habría sido mucho peor que
tal libro no existiese cuando lo buscaran los Guardias, y que esa pista les
llevase hasta Rosa como posible autora intelectual de la trágica serie de
sucesos que estaba a punto de desencadenar.
Sin embargo, el problema de los libros seguía sin estar resuelto del todo,
y la chica aún tenía tres tomos en la mochila. Uno de ellos –el único que se
conservaba en perfecto estado– lo devolvió al día siguiente (miércoles) a la biblioteca del Campus.
Si los Guardias interrogaban a la Bibliotecaria y descubrían que Rosa había tenido
durante semanas un texto que podría estar adulterado con literatura
antimonárquica, correría un serio peligro. Lo más conveniente era que en el
archivo figurase como devuelto, y que además se tratara de un ejemplar perfectamente
normal y sano.
Después de pasar por la biblioteca, Rosa seguía teniendo dos tomos que
habían sido atropellados y tenían la portada rota. Se deshizo del que contenía
las memorias de Azul dándoselo a uno de los custodios de la primera planta de la Residencia de
Estudiantes.
–He encontrado esto en el jardín del Campus; lo he ojeado, y me parece que
la historia escrita con tinta azul es obra de un anarquista. Pensé que debía
entregároslo.
–Gracias, Señorita Grimm. Lo reportaré al Comandante después de verificarlo.
–Así se habla. ¡Acabad con esa basura revolucionaria!
El Guardia Real respondió con un saludo marcial e inmediatamente comenzó a
echar un vistazo a las memorias de Azul. Rosa calculó que el viernes ya habría llegado hasta la página donde el chico-Hada se
confesaba cómplice de un Tabernero que imprimía panfletos a favor de la huelga,
y dónde ella había dibujado un conveniente mapa señalando la ubicación exacta
de la Travesía
del Arcoíris.
El otro ejemplar del libro, que no tenía ninguna tara excepto la carátula
destrozada, se lo quedó Rosa en propiedad. Sus compañeros llevaban semanas
viéndola día y noche con un ejemplar similar, y no era prudente prescindir
súbitamente de algo que, como la oscura asechanza, había pasado a ser una de
sus señas de identidad.
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