Capítulo XXVI (tercera parte)
Así que ahora tenemos en la misma mesa a todos los miembros de la familia
Celeste. Ya han acabado los gritos, reproches y explicaciones iniciales, y los
cuatro han conseguido sentarse (sin volcar las sillas antes) para ponerse al
día de su existencia.
Rosa lo observa y escucha todo; su cerebro hace el duro trabajo interpretar
y archivar cada palabra y gesto, pero su consciencia está lejos de ahí,
flotando sobre El Caldero de Oro y asistiendo a la gran revelación como si fuera parte del público
de una obra de teatro. De teatro de marionetas, si queremos precisar.
Arriba, escondido en la negrura del caldero, supuso estaría el Supremo
Autor, manejando los hilos invisibles de la voluntad de cada personaje mientras que abajo,
sobre las tablas, se representaba el drama o la comedia de su antojo. Rosa puede
recrear ahora todo su pasado mientras que Aurora, ¡su Madre!, lo recita con narrativa
algo torpe. Pero lo que más le interesa a la chica no es la versión oficial de
la historia, sino esos pequeños detalles que se le habían escapado: las cosas
ocurridas entre bastidores. La tramoya ya no oculta secretos, y Rosa puede
estudiarlos tanto como desee.
La primera escena inédita salta en la habitación de Aurora y Astreo, en una
Mansión de la Campiña en la que Rosa no ha estado jamás. Los esposos discuten
acerca de la educación de su hijo Céfiro; la mujer pierde los nervios, avisa de
su segundo embarazo y el marido le dice que no quiere tener al bebé. Ella
suplica primero y reclama después; al final le convence de cambiar de aires
durante un tiempo e ir a la Capital, donde decidirán qué hacer con el recién
nacido cuando llegue el momento. La pareja hace las maletas, se marchan de casa
y la marioneta de Azul se queda sola en el decorado, con un trozo de tarta
entre sus manoplas de madera.
El atrezzo cambia ahora; caen paredes de cartulina y se levantan muros de
papel maché. Estamos en Heliópolis, donde Aurora y Astreo Celeste son padres de
una niña que nace con el pelo rubio y no azul; aún así, ya está decidida su
entrega a la costosísima Academia Grimmoire, que promete hacerse cargo de ella
hasta que cumpla la mayoría de edad. El títere de la Madre patalea, pero abandona
a la bebé marioneta sin darle un nombre siquiera. Y regresa abatida a la
Campiña con el fantoche paterno: el Astrólogo al que tanto costó redactar una
Carta a la pequeña, así fuera de despedida.
Luego pasan los años, tan velozmente como se suceden los decorados. El
títere de Ricitos ha salido a escena para protagonizar su desastroso encuentro
con los Tres Osos y ya vuelve exhausta a la Academia de cartón-piedra. La niña
está cambiada, como si hubiera perdido parte de su vitalidad; ahora sabe que
hay normas, y que uno debe acatarlas si se quiere evitar tristezas, abandonos y
adopciones fallidas. Si tan sólo conociera su signo y futura profesión, y
tuviera por donde empezar a edificar el orden… Pero está perdida y sola; incluso furiosa, aunque no grita. Está tristísima, y aún
así, a veces sonríe. Ya ni siquiera se llama Ricitos: ahora todos la conocen
como Rosa.
La niña pronto lo olvida todo, pero los Tres Osos la recordarán siempre, cada
cual a su manera: Klaus el que más, pues decide enviarle regalos por Navidad
a ella y a todos los huérfanos de la Capital. Pushkin aborrece su estampa, que evoca
infernalmente cada vez que le vence el sueño o se encuentra con un niño en la
calle; la solución que encontrará será encerrarse, al igual que Geppetto, el último
oso…, sólo que el claustro de éste no será físico sino mental. La depresión
embarga durante años al Titiritero, y su sueño de ser padre queda enterrado en
un baúl de malos recuerdos.
Aurora tampoco olvida a Ricitos, aunque la complicada adolescencia de Azul
la distrae de su reciente maternidad. Pero cuando su hijo se marcha a la
Capital y ella se ve sola –con Astreo, es decir, doblemente sola–, el anhelo de tener cerca a sus retoños la arrastra a
la Ciudad del Sol, y a hacer cuanto esté en sus manos para reunirlos por vez
primera. Abrirá una pastelería como medio de subsistencia, madrugará todos los
días en el portón de Grimm con su puesto de tartas, llamará a cuanto programa de
radio pueda ofrecerle una pista, y recorrerá una y otra vez la calle del
Mercado Central en busca de la Travesía del Arcoíris y de El Caldero de Oro FM. ¡Cómo iba a imaginar que
Azul ya no salía de allí más que de madrugada, o que el pastel
encargado por el Príncipe Iván era precisamente para su hija perdida!
Mas no tendría que alegrarse del encargo Real, pues desconoce las
verdaderas intenciones del futuro Monarca y de su regalo. Iván lleva meses
avocado a ganar su competición contra el Príncipe Igor, y para conseguirlo ha
de engañar a un tiempo a Rosa, Azul y la Cenicero. El estricto ambiente de la
Academia Grimmoire no ha hecho mella en su carácter, como preveía el Rey, y las
fechorías del chico van en aumento. Fiestas de no-cumpleaños, noviazgos falsos,
frascos de “Z” y todo cuanto haga falta para escapar de Grimm de noche pasará a
formar parte de su repertorio de engaños.
Pero llega un día en que éstas caen por su propio peso. Sinclair, su fiel
lacayo, se subleva al mando y comienza a perseguirle. Rosa descubre sus tretas e
incluso saca provecho de ellas. La Cenicero se entera de la verdad y se lanza a
la vivisección de su Sapito, y Azul asiste perpleja al relato de su Madre,
boquiabierta y con las piernas cruzadas por debajo de la mesa. ¿Qué hacer en
una situación así?, se pregunta la chica de pelo rosa (o mejor dicho, la
consciencia que flota sobre el escenario y se ve a sí misma en tercera persona).
¿Morder, destrozar? ¿Pellizcarse el brazo para despertar? ¿Venirse abajo como
un meteoro apocalíptico y acabar con la humanidad?
–Hijita, quizás deberías reconsiderar el color de tu cabello. Es demasiado
moderno… ¡Con lo bonito que era su tono natural! –Astreo miró despectivamente
el rosa chicle que adornaba la cabeza de su recién reencontrada hija y arrugó
la nariz.
–Oiga abuelo, acabo de conocerle. Se está tomando demasiadas libertades
conmigo.
–¡No soy tu abuelo, soy tu Padre!
–¿Acaso pretende que le llame así después de la historia que acaba de contar su mujer?
–Pero ¿cómo te atreves a hablarme de ese modo, jovencita? ¿Sabes quién ha pagado
año tras año la matrícula de la Academia Grimmoire? ¿Tienes idea de cuántas
Cartas Astrales hay que hacer para…?
–¿Y ahora me lo piensa echar en cara? Esto es increíble…
El hombre se levantó de la silla, ofendidísimo, mientras que Azul estallaba
en aplausos. ¡Qué fácil le había resultado a Rosa encarar a su Padre, al
terrible Astreo Celeste! El hombre fue a esconderse tras la puerta más cercana
y acabó encerrándose en el despacho de Pushkin; se sentó en la silla, trasteó un
poco con el equipo radiofónico del Tabernero, y pronto descubrió que éste se
escondía debajo del escritorio.
–¿Qué hace allí abajo?
–Niños... –dijo Pushkin con voz temblorosa.
Comentarios
Hace mucho que quería preguntar si Rosa y Azul eran hermanos, pero consideré mejor esperar. Se puede adivinar como se desenvolverá la trama, más no como será escrita.
Te ha quedado de maravilla todo.