Capítulo XXX (primera parte)
En Grimm nadie llega tarde a clase, y el lunes no sería la excepción. Aunque
el domingo fue un día de luto, los alumnos estuvieron puntualmente en sus
respectivas aulas a la mañana siguiente…, mas no los Profesores, que faltaron
casi todos. Por si fuera poco, los que asistieron lo hicieron con pocas ganas: se
limitaron a pasar lista y a obligar a los alumnos a leer un determinado
capítulo de sus libros de texto.
Iván, por supuesto, no apareció en toda la jornada. La mayor parte de los
Guardias que solían peinar el Campus tampoco estaban en sus posiciones
habituales, y tan sólo se dejaron ver un par de ellos cuando precintaron la biblioteca
al mediodía. La primera planta de la Residencia fue desalojada durante la hora de la comida,
y aquello confirmó el rumor de que el Príncipe no pensaba regresar a Grimm; al
menos no como interno, y seguramente tampoco con estudiante. Los chicos que
fueron desplazados y obligados a compartir habitación para hacerle sitio al
futuro Monarca al inicio del curso, pudieron regresar esa misma tarde a los
dormitorios reservados con años de antelación por sus diligentes padres.
Vincent llegó minutos antes de que comenzara la primera clase, y todos se
alegraron de verle sano y salvo. Sinclair y Demian atacaron al recién llegado
con una batería de preguntas sobre su estancia en la cárcel, y el chico les
contó su versión heroica del encierro de Azul, así como una descripción escueta
de los calabozos del Tribunal Supremo de Justicia. Canella no quiso escucharla;
se refugió en el álbum de fotos que llevó a clase escondido en la mochila. No
paraba de mirar las fotos de sus amigas fallecidas ni de lamentarse. A veces,
en secreto, culpaba a Rosa por haber sido la causa de que se fugaran de Grimm
la tarde del viernes…, pero su amiga parecía no sólo dispuesta, sino también
deseosa de cargar con semejante responsabilidad, así que sus reproches se
perdieron en un saco de tormentos que la Señorita Grimm llevaba a cuestas, junto a otros muchos motivos para el desvelo.
Cindy, en cambio, recriminaba alternativamente a Sinclair (por haberles conducido
hasta El Caldero de Oro), al Príncipe (por su cruel engaño), a la Guardia Real (por ser los
causantes de la desgracia) y finalmente al Hada Azul, quien de pronto se erigía
como heroína trágica. Sin embargo, la mayor parte de las veces se culpaba a sí
misma por haber sobrevivido, y entonces no podía parar de llorar.
Rosa ya había superado aquella fase del duelo, y se encontraba ahora lejos de sus
compañeros, en un universo paralelo. El domingo por la mañana regresó a Grimm
después de su breve experiencia viviendo y durmiendo en la calle un día entero,
y desde entonces no había hecho más que soportar intermitentemente condolencias
y llantos plañideros, así como sus propias y secretas reprensiones. Ahora
estaba en un estado de semiinconsciencia –inducido en parte por los soporíferos
sermones que se habían pronunciado en el funeral colectivo–, con la cara entre
las manos e intuyendo los féretros y las coronas de flores desde la distancia,
como si ya no habitase su cuerpo y fuera en cambio un espíritu que flotara tres
metros por encima del suelo: justo donde se suponía que tendrían que estar las
almas lívidas y penitentes de Loa Lovett y Pippi Tottenlich. Pero incluso allí
estuvo sola.
Aquellas sensaciones de malestar, soledad y extrañeza eran la única
compañía que sentía desde que despertó por la mañana. Se veía a sí misma en tercera
persona, vistiéndose con pereza automatizada, cepillándose los dientes, quitándole
el pijama a Gato y poniéndole el uniforme de Grimm hecho a su medida; metiendo en
la mochila los libros de las clases que seguramente no tendría, y saliendo de
la habitación con los ojos aún cerrados.
Esa forma de despertar, tan familiar para ella, ahora le resultaba ajena:
como si ya no tuviera derecho a pertenecer a la Academia, ni a cobijarse
entre sus muros grises, ni a llevar su apellido, ni a despertarse a las seis de
la mañana. Quizás ya no era la misma Rosa del inicio de esta historia; desde
que se le cayó el último diente de leche había madurado demasiado a base de
decepciones. Sí, cualquiera en su situación también se habría sentido incómoda
en una piel llena de cicatrices invisibles, o habría percibido que Grimm le
pedía a gritos que se fuera con su caos a otra parte.
Y no se trata de una metáfora: los Monitores, los alumnos y hasta los Ayudantes
de la Cocinera
miraban a Rosa despreciativamente, mientras la chica caminaba con piloto
automático a través de los pasillos, patios y setos. Es más, durante los actos
para honrar la memoria de Pippi y Loa, la plantilla entera de Grimm comenzó a
sospechar de Rosa: la única estudiante que no había aparecido en la Academia durante el
sábado, y que tampoco se encontraba en un calabozo junto a Vincent van Hart.
–Ya decía yo que esa chica era una antisocial y una anarquista. ¿Habéis
visto la forma en que viste? ¿Y el color de su pelo? ¡Está desafiando al
mismísimo Rector!
–Tal parece que el Príncipe Iván no ha regresado a Grimm para que no se le
relacione más con ella.
–¡No me extraña! Esa chica sería podría ser la oveja negra de la Familia Real.
–Querrás decir la oveja rosa…
–En cualquier caso, dicen que mintió acerca de dormir con el Príncipe. El
amigo de un amigo vio a Iván fuera del Campus a una hora en la que Rosa decía
estar con él.
–Vamos, eso no es nada: yo he leído que Rosa fingió quedarse embarazada
para atrapar al pobre Príncipe. De allí el supuesto desmayo, por el que acabó
en el hospital.
–¿Será cierto? ¡Por el Supremo Autor, qué deshonra para la Academia Grimmoire!
–Sí, sí; lo leí en un blog de
cotilleos. En la última entrada, un informante anónimo decía haber visto a Rosa
escapando de Grimm para ir a ese bar ilegal, El Caldero de Oro, donde se
codeaba con Hadas, rufianes, y gente de moralidad dudosa.
Iván se sentía particularmente orgulloso de esa entrada en el blog que competía con el de la difunta
Pippi Tottenlich; el redactor la había escrito tal y como él se la había dictado, y a los pocos minutos ya era una página con varios miles de visitas.
–Si eso es cierto, no tardarán en echarla de Grimm.
–Lo tiene bien merecido. Es lógico que el Príncipe se haya ido del Campus,
¿quién querría tener de novia (o si quiera de compañera) a alguien así?
En efecto, si algo tenía peso específico en Grimm, eso eran los cotilleos.
Daba igual que estuviesen bien fundados, pues la presunción de inocencia no
aplicaba en ningún rincón del Campus: no mientras el Rector estuviera allí para
defender la honorabilidad de la institución como su máximo estandarte. Las
nubes de tormenta que oscurecían el sol, tan pesadas y negras como los rumores,
parecían presagiar algo más que un aguacero en la mente de aquellos que intuían
la inminencia del castigo más severo.
Comentarios
Cariños ^^
¡Un abrazo desde Madrid!