Capítulo XXX (tercera parte)
Con sus amigos no podía enfadarse (¿qué culpa tenían ellos de su
situación?), pero en su habitación, acompañada únicamente por Gato y con la
tarea de empaquetar todas sus pertenencias aún por delante, Rosa sintió que la
cabeza le iba estallar de la rabia y del dolor, y pataleó furiosamente. El
sonido de las gotas golpeando contra el tejado le retumbaba en los oídos como
si fueran tambores de guerra.
“Iván ha descubierto que fui yo quien le contó la verdad a la Cenicero, y no ha dudado
en quitarme del medio. Mañana será el juicio contra Azul (que seguramente le
servirá para vengarse de ella y enterrar su versión de la historia), pero luego
irá a por Rubí, Esmeralda, Pushkin, Geppetto… Conociéndole, no sentirá que se
ha salido con la suya hasta que hayan caído cada una de las personas cercanas a
mí o a mi hermana”.
Un trueno lejano, que no vino acompañado de ningún relámpago, llegó más allá
de los límites del Ensanche y del Río; parecía que la verdadera tormenta se
acercaba desde la Campiña,
barriendo cualquier rastro del atardecer a su paso. La noche cerrada cayó sobre
la Capital
cuando ni siquiera era la hora de la cena, gracias a los negros nubarrones que
cubrieron el cielo en cuestión de minutos.
“Eso significa que el Príncipe también cargará contra mis amigos, mis
recientes padres y los amigos de la Cenicero (si consigue dar con ellos). Es
probable que incluso persiga a los antiguos residentes de la Travesía del Arcoíris,
bajo esa premisa de ‘dar una lección magistral mediante el castigo a los
criminales’ que anunció el Rey”.
El mismo Rector, en uno de los discursos pronunciados en el
Aula Magna durante del funeral de sus amigas, había copiado las palabras de
Wenceslao III en su desafortunada aparición televisiva. Dijo que en los últimos
años se había relajado la aplicación del Derecho de Autor, y que era
imprescindible tener mano dura a partir de ahora para que nadie se desviara de
los designios astrológicos del Creador, ni faltase a sus obligaciones, ni
sucumbiera a la tentación…, como aquellas dos chicas que se habían fugado de
Grimm sólo para encontrar una muerte prematura en aquel antro perverso. O como
la temible Hada Azul, reina del libertinaje y de la maldad, que no se
conformaba con seducir musicalmente a gente incauta como Pippi Tottenlich y Loa
Lovett, sino que además había intentado cometer un crimen contra la Sangre
Real.
–¿Temible Hada Azul? –repitió Rosa al escuchar a aquello–. Mi hermana es
cualquier cosa menos temible. ¿Es acaso lo que piensan venderle a todo el
Reino? ¿Que se ensañó contra el Príncipe así, sin más, en un arrebato de
locura? Aunque el juicio esté amañado y ella sea condenada, ¿no temen que la
gente se pregunte por qué a una simple Cantante se le ocurrió atentar contra el
heredero al trono?
Pero el sermón, que seguía al pie de la letra las indicaciones dadas por el
Gabinete de Prensa de la Casa Real, ofrecía de antemano respuestas a esas y
otras preguntas:
–En la escena del crimen, o mejor dicho, en el escenario del mismo –dijo
el anciano, aludiendo claramente a El Caldero de Oro– se ha encontrado propaganda antimonárquica. Es fácil suponer,
pues, que esta Hada Azul estuviese involucrada en una organización Ilegal que
tuviera como finalidad atentar contra el orden establecido. Este es uno de los
peligros a los que ustedes, jóvenes estudiantes, estaréis expuestos cuando salgáis
del Campus. Por eso debéis estudiar y aprender bien las sabias lecciones que
nos brindan la Astrología y el Derecho de Autor: para que con los astros y la
ley de vuestro lado, podáis defender nuestro Reino de los malhechores.
Las nubes nigérrimas ya se encontraban sobre Grimm, y la lluvia se
convirtió en un torrencial aguacero pletórico de truenos y relámpagos; era el
diluvio tan anunciado llegando con un día de retraso. El ruido del agua era
tal que a Rosa le costaba escuchar sus propios pensamientos, y el sofoco del
calor concentrado en su habitación amenazaba con asfixiarla. Gato acabó su
cena, se relamió los bigotes y se acurrucó sobre la ropa de invierno que Rosa
acababa de guardar, como si fuese inmune a las altas temperaturas.
–¡Ahí no, Gato! ¡Fuera!
–“Vaya con la malhumorada ésta, ¡sólo te estaba ayudando a compactar la
ropa!”.
–No necesito tu ayuda, si ésta incluye el dejarlo todo lleno de pelos. Aunque ya
tenemos bastantes problemas como para preocuparnos también de eso.
–“¡Ni que lo digas! ¿Qué vamos a hacer? ¿A dónde iremos?”.
–Supongo que a casa de Sinclair…
–“No te veo muy convencida… ¿Qué tal a la pastelería de Aurora?”.
–Dudo mucho que los demás estén escondidos allí: está demasiado cerca a la Travesía del Arcoíris, y aquella zona es ahora sumamente peligrosa. Además, ¿cómo entraríamos en el local? Mejor olvídalo.
–“Lástima, me habría gustado tomar un postre. ¿Y qué hay del taller de
Geppetto?”.
Rosa recordó el abrazo del Titiritero cuando la encontró escondida en el
camerino de Azul; aquel fue su último remanso de paz, pues Grimm ya no le ofrecería
cobijo sino miradas despectivas, discursos funestos y una rotunda expulsión.
–¿Estás loco? ¿Qué le diría al Titiritero?: “Disculpe: sé que he incendiado
un par de veces la que fue su casa, que le engañé con una falsa adopción y que
varios de sus mejores amigos están encarcelados, perseguidos o desaparecidos
por mi culpa pero…, ¿me dejaría pasar la noche con usted?”.
–“Bobadas. Seguro que estaría encantado de que nos quedásemos a vivir allí”
–Todos los gatos pensáis igual: que siempre habrá gente dispuesta a
adoptaros, por muy ariscos que seáis de vez en cuando.
–“Así es, ¡y mira lo bien que nos va!”.
La chica recordó entonces cuando Gato era sólo un cachorro que no paraba de
llorar en el tejado de la Residencia. Después de martirizar a todos los que
habitaban la última planta del edificio durante una semana, ella se asomó por
la ventana de su habitación, lo atrajo con un trozo de jamón, y a partir de
entonces lo mimó, cuidó, alimentó y vistió como si fuera parte de la
inexistente familia Grimm. Jamás volvió a pensar de las noches de insomnio que
le había provocado inicialmente; a fin y al cabo, ¿qué importaban ya? ¿A quien
podría haberle afectado menos el insomnio ocasional que a Rosa, la ojerosa?
–De acuerdo, a ti te dio resultado, pero la casa de Geppetto no puede
sustituir de forma permanente nuestra necesidad de vivienda…, de la misma forma
que tú no puedes continuar suplantando a la familia que no tengo.
–¡Miau!
Convencida de que ya era hora de dejar de hablar con su mascota, y de tener
que dar un paso más hacia la madurez, Rosa cogió a Gato y le desvistió a la fuerza.
El animal pensó que había llegado la hora de ponerse el pijama y se defendió
como solía hacer: con uñas y dientes. Rosa le soltó para llevarse a la boca un
dedo en el que un rasguño le sangraba profusamente, y el felino cayó al suelo
sobre sus cuatro patas.
La chica se lamió la sangre mientras pensaba cuál era su familia..., ahora que
ni siquiera podía considerar a Gato como su pariente más cercano, y que
disponía de un amplio listado de de personas que decían ser sus padres. ¿Lo
eran acaso Aurora y Astreo, tan alegres de haberla encontrado, pero que la
abandonaron incluso tras comprobar que sus rizos no eran azules? ¿O quizás lo fueran
Klaus, Pushkin y Geppetto? Tres osos adoptivos que, a excepción del exTabernero,
habían seguido preocupándose y recordándola con cariño después de tantos años…
El único parentesco del que estaba segura era de su fraternidad con Azul. Leer
sus memorias le había otorgado el título de hermana, y no tanto el parecido de
la sangre en su dedo, con la que brotaba del párpado roto de Zafiro en su
celda. “Tengo una hermana”, dijo Rosa en voz muy baja. “Tengo una hermana en la
cárcel, acusada de atentar contra la seguridad de un Príncipe y de su Reino”.
“¿Cómo voy a conocerme mejor y a decidir sobre mi futuro cuando Azul haya
desaparecido en un calabozo para siempre? ¿Es justo que la deje sola; que
permanezca cruzada de brazos cuando fui yo quien conspiró para que la apresaran?
¿Cómo debo comportarme ahora que ningún Manual
me gobierna?”.
La respuesta llegó como un relámpago –de improviso e iluminándolo todo–, y
la propuesta de Geppetto retumbó en su cabeza como el eco de un trueno
poderoso. “Toda la Capital se sumará a nuestra causa. Sacaremos a tu hermana de
ésta”.
–¡Debo luchar por la libertad de Azul si yo misma quiero ser libre!
Comentarios
¡El gato con botas! ¿Es ese Gato?
Aún le queda una aparición estelar a Gato en el último capítulo de la novela; veamos qué hace entonces...
Espero que le des una buena lección a ese príncipe de alcantarilla ¬