Epílogo
El diario de Rosa Grimm
Capítulo 1
Me niego a comenzar este diario con
un “Capítulo I” a la vieja usanza; a fin de cuentas, ¿de dónde rayos vienen los números romanos,
y por qué algunos Escritores se empeñan en usarlos?
Se supone que esto es parte de mi
terapia para no estar triste, así que lo haré como me venga en gana. Ya veremos
cómo me va desahogándome en este diario, y qué cosas descubro en el intento. No
sé si llegaré lejos dejándome arrastrar por estas palabras que fluyen tan
lentamente…, aunque dicen que lo más difícil es dar el primer paso, escribir la
primera frase; que lo verdaderamente importante es la travesía y no la meta.
Dudo que el mío vaya a ser
precisamente un camino de rosas.
Creo que ya va siendo hora de que
me presente, aunque haciéndolo varios párrafos después de la primera letra no
conseguiré reparar el despiste, e incluso parecerá una insolencia. Me llamo
Rosa, y no por el color de mi cabello –que era de una escandalosa tonalidad
rubia cuando nací–, sino porque yo lo decidí; una suerte que casi
nadie tiene, pues la gente debe conformarse con el nombre que les dan de pequeños
para homenajear, casi siempre, a algún familiar difunto. ¿O me equivoco?
Grimm es mi apellido, y ése sí que
no lo escogí…, como tampoco pude opinar sobre el que mis verdaderos padres le
encargasen mi educación y cuidados a la Academia Grimmoire. Allí viví internada
hasta hace un año y de ella heredé esas cinco letras, así como una manía de
despertarme cada día a las seis de la mañana con enfermiza puntualidad.
Durante ese tiempo, mi única
familia fue mi querido Gato. El pobre fue también la voz de mi consciencia –muy
sucia, a veces, ¡ya me gustaría haber tenido un comportamiento más felino y
aseado!–, y yo ni siquiera le di un nombre más original: se quedó así, como
estaba, a falta de uno más apropiado. No fue por pereza o incapacidad; simplemente,
no quería poder llamarlo (ni echarlo de menos) si algún día se
marchaba. Me imaginaba a mi misma en clase, dibujando la palabra en la última
página de un cuaderno mientras me enjugaba las lágrimas, o repitiéndola en voz
baja, lloriqueando en mi cama, aferrada a la almohada e insomne… Aunque cada
día que pasaba era más evidente que Gato no me abandonaría jamás, y que no por carecer
nombre iba yo a dejar de echarlo en falta, o a conseguir conciliar el sueño por las
noches.
Geppetto insiste en llamarlo Fígaro,
pues se pasa el día maullando. Esa es una de las muchas libertades que se toma
mi Padre desde que nos mudamos a vivir con él. Yo le digo que no está
cantando, sino intentando hablar en su lenguaje gatuno, pero él insiste en proponer
cualquier nombre operístico que le viene a la cabeza. Entonces me enfado y le
explico que no es justo que decidamos uno por él…, pero ya suele tener otra
tanda de opciones en la punta de la lengua: “¡Caruso!”, “¡Rossini!”,
“¡Pavarotti!”.
Hay días en que me saca de quicio
con su insistencia, pero por lo demás, mi vida a su lado es muy agradable. Es
decir, ¿a quién no le gustaría vivir en una juguetería? Hace un par de meses
instalamos un extractor diseñado por él mismo, y al fin conseguimos ventilar el
taller y la tienda. Desde entonces todo fue a mejor: sin vómitos ni mareos a
causa del olor a barniz, ni picor en la nariz debido a aquella desagradable
bruma de serrín que antes flotaba por toda la casa. Geppeto es un excelente
Inventor y Titiritero, pero para mí eso no es nada nuevo, pues cada miembro de mi
extensa familia tiene un talento especial.
Esta mañana recogimos a la abuela
en su pastelería (¡la mejor de la Capital!) y la trajimos a la casa de Astreo:
un hermoso caserón en la Campiña que fue el hogar de ambos, y donde podría
haberme criado de no ser por el nefasto precedente de la educación infantil de
mi hermana. Y es que Aurora –la Pastelera– y Astreo –el Astrólogo desempleado–
son mis verdaderos padres, aunque nunca me acostumbraré a verles como tales. Me
siento mucho más cómoda pensando en ellos como mis abuelos, y quizás el
sentimiento sea mutuo, pues que me miman como su nieta y se mantienen siempre a
una distancia prudencial. ¡Yo lo prefiero así, claro está! Mi hermana se
asfixió en el hogar familiar hasta que decidió marcharse a la Capital,
convencida de que si seguía junto a ellos no podría alcanzar su
sueño de convertirse en un Hada nunca jamás.
De todas formas, creo que comienzo
a comprender a Aurora y a Astreo: para mí tampoco habría sido fácil criar a
alguien como Azul y quedarme con ganas de repetir la experiencia, ¡aunque yo no
fui nunca tan peculiar como ella! No nací con el pelo azul, ni con la necesidad
de convertirme en un ser mitológico; muy al contrario, me habría encantado ser
una niña modosita y buena, con dos padres –no tres– cualesquiera y una Carta Astral que
me dijera exactamente cómo debía comportarme, o a qué debía aspirar.
Pero los huérfanos (o supuestos
huérfanos) como yo no tenemos esa suerte: nos toca descubrir por nosotros mismos
quiénes somos, a dónde vamos y cuál es el camino para llegar allí. Hay quien
opina que los afortunados –los únicos verdaderamente libres– somos precisamente
nosotros…, y con ellos podría enzarzarme en una discusión que sólo acabaría
conmigo de mal humor y dando un portazo.
Decía que hoy vinimos a la Mansión
de la Campiña para celebrar el cumpleaños de mi hermana. Hace un año que nos
dejó, pero todos decidimos que lo mejor sería recordarla con una fiesta. Quizás se
convierta en algo así como una tradición terriblemente irónica y macabra... ¡En
ningún lugar se celebran los cumpleaños de aquellos que se han ido, mientras
que los de los vivos pasan sin pena ni gloria! Aunque quizás me equivoque; no puedo
decir que sea una experta en la vida privada de muchas familias, ni en los
cumpleaños que conviene o no celebrar. Me falta experiencia en esos ámbitos, digamos.
A la fiesta no sólo asistiremos
Geppetto, Aurora y yo; el abuelo vive aquí con el Doctor Unicornio (un famoso Cirujano
venido a menos después de perder su cuerno…, y con éste, todos
sus conocimientos de Medicina). Astreo le acogió en su casa después de que el potro se aplicara a fondo en su chantaje emocional, diciéndole que necesitaba espacio para correr y
hacer ejercicio al aire libre –algo que no tendría si regresaba a la Capital,
donde las zonas verdes son más bien escasas–, y que en parte era culpa nuestra
el que ya no poseyera su valioso cuerno, tras haberse visto obligado a realizar una triple
intervención quirúrgica en contra de su voluntad y a toda prisa; todo un
sobreesfuerzo místico que acabó por fracturarlo y hacer que se le desprendiera de la frente. En mi opinión, el unicornio
tullido está cada día más malcriado, y comienza a acostumbrarse a que sientan pena de
él. Es un gorrón al que evito cada vez que llego a la Campiña de visita.
También han venido la Cenicero y
Pushkin –dos viejos amigos de mi hermana– en un aerobarco que se suponía era de
alquiler, pero que el oso no tiene la menor intención de devolver al
concesionario. Supongo que es una de las ventajas de ser un Corsario del Aire;
haces lo que te venga en gana siempre que puedas justificarlo bajo código moral
bastante flexible. Pushkin se excusa diciendo que el propietario del vehículo
era un estafador, y que por tanto se merece que le roben. Hay ocasiones en las
que añade a su discurso que si no lo devuelve a su auténtico dueño, es para
que sirva a una buena causa… ¡Como si buscar y llevar a la Cenicero a su país en
aerobarco fuera una labor social noble y prioritaria!
Es evidente que también tengo mis
roces con Pushkin, a quien me une un pasado del que ambos acabamos muy quemados.
Con el unicornio y él rondando, no espero nada bueno de este cumpleaños.
Además, ¿por qué miente tan descaradamente? Según el exTabernero, tanto él como
la Cenicero acaban de llegar al Reino después de pasar más de una semana volando,
pero la distancia entre el país de la Ceni y la Campiña puede recorrerse en ruta
aérea en apenas dos días. Por si fuera poco, ayer por la noche –mientras yo
fingía dormir– escuché a Pushkin conversando con mi Padre en su taller. ¿Qué se
traen esos dos entre manos? Les oí mover un trasto bastante pesado y meterlo en
el aerobarco; sin embargo, esta mañana no eché en falta ningún artilugio de
Geppetto. Supongo que sería alguno de los cachivaches que consiguió recuperar y
reparar después de que El Caldero de Oro se viniera abajo. Pero si sólo era un antiguo
cacharro del exTabernero, ¿por qué tanto secretismo? ¿Por qué mentir sobre la
fecha en que regresó a la Capital?
No he sido capaz de sonsacarle más
información a nadie. Según la Cenicero, es cierta la historia de que acaban de
llegar de viaje desde su país, así que también debe estar compinchada con
ellos. También me dijo que mañana mismo partirían y harían el camino de vuelta
tomando un largo desvío al sur; eso sí me lo creo, porque Pushkin vive atento a
cualquier excusa para viajar. Suele decir que dejó de ver mucho Mundo mientras
estuvo encerrado en su bar, obedeciendo su Carta Astral y presa de algunas
fobias.
Le perdonaré a la Ceni ser parte
del complot porque me cae bien. La mejor amiga de mi hermana y yo nos apoyamos
la una en la otra después de aquel día, al que sólo nosotras nos referimos como
“el del accidente”. Supongo que si el duelo que vivimos ha sido más intenso de
lo normal, es porque nunca comprendimos del todo los sentimientos de Azul. O
quizás porque necesitábamos su compañía, su ayuda y su alegría, y siendo
egoístas, no queríamos que se fuera cuando le llegó el billete “sólo de ida” que tanto había esperado.
La única diferencia entre el duelo
de la Cenicero y el mío es que ella no aguantó la cercanía de tantos recuerdos,
ni el ambiente opresivo de la Capital. Regresó a su país tan pronto pudo, y
según me repite hasta la saciedad cada vez que chateamos, no tiene ninguna
intención de volver a vivir en esta ciudad. No la culpo; si yo hubiera tenido la
oportunidad (y una segunda nacionalidad) también me habría ido a cualquier país
muy, muy lejano…
Ahora que vuelvo a verla, puedo
comprobar que el cambio le ha sentado bien. Está más animada, y se la pasa
canturreando con una voz que, cuando no se esfuerza en entonar, es chillona y
nasal. También ha perdido peso al entrenarse en el arte de la capoeira. Astreo la felicitó por su
iniciativa, diciéndole que hoy en día era fundamental que una chica supiera alguna
técnica de defensa personal –en especial esa, que probó ser capaz de desarmar a
un Guardia Real en cuestión de segundos–, y se ofreció a darle un masaje para
relajar sus músculos adoloridos. La Ceni me miró horrorizada y se dejó hacer
por pura educación.
Después de tomar el desayuno en el
jardín, y mientras el abuelo aporreaba los hombros de la pobre Cenicero,
imaginé por un instante que Azul estaba a mi lado viendo la misma escena, y con
ella Rubí y Esmeralda, riéndose juntas del lamentable espectáculo. Según la
Ceni, después del engaño de Sapito ya no quería saber nada de los hombres, pero
no dejaban de lloverle pretendientes. ¿Qué habría opinado mi hermana al
respecto? A fin de cuentas, las tres fuimos engañadas por el Príncipe Iván…
¿Habría coincidido en que era mejor no confiar en nadie, o habría rehecho su
vida sentimental? ¿También se habría dado cuenta de que si su amiga repetía
tantas veces su intención de estar sola, era porque deseaba justo lo contrario?
“Si es así, por favor dile que no busque consuelo en papá, ¿quieres?”, dijo
entre risas el Hada Azul antes de desvanecerse con sus compañeras en memoria viva.
Puede que la Cenicero esté
indecisa sobre su futuro (como yo misma) y que sea un tanto influenciable, pero
sé que su renovada autoestima le impedirá lanzarse a los brazos del primero que
le pase por delante…, si exceptuamos, claro está, al que bajó de un coche
aparcado a medio camino entre el jardín y el porche de la casa. Mi amiga abrazó
tan fuerte a Hansel que el chico pidió auxilio…, como su hermana Gretel, que
acabó enterrada en el pecho de la exCuidadora cuando le llegó el turno de
ser achuchada. Bella McCartney –la famosa Diseñadora de alta costura– y sus dos hijos
mellizos llegaron pasado el mediodía. ¡Cuánto habían crecido los niños!
Al verlos a todos juntos de nuevo, me he dado
cuenta del inmenso cariño que le guardan a mi hermana. Cosa que no me
extraña, pues cumplieron sus sueños gracias a ella: Geppetto fue Padre, Pushkin
vivió la aventura de su fallido rescate, la Cenicero…, bueno, su anhelo era
casarse con Sapito, así que puede estar feliz de no haberlo cumplido. Los mellizos salvaron a su madre del sueño
eterno y Bella recuperó las ganas de vivir despierta para poder estar a su lado. Son una colección de finales felices.
Es enternecedor comprobar cómo la Modista
ya no quiere perderse ni un momento junto a sus hijos. Tan pronto entraron en el caserón
–y después de que los niños corrieran a saludar a la nevera–, se sentaron
juntos en la mesa del comedor y comenzaron a dibujar cada uno en su propia
libreta. Me picó la curiosidad y tuve que acercarme para averiguar qué hacían.
–Estamos diseñando el logo de
nuestra marca –dijo Hansel.
–Mamá quiere abrir una tienda de
ropa para niños de tallas especiales –me explicó Gretel, que al igual que su
hermano, duplicaba en ancho a cualquier otro niño de su edad.
–La llamaremos H&G, por Hansel y Gretel –dijo el
chico.
–Tú siempre intentando quedar por
delante de tu hermana.... –le reproché–. En cualquier caso, ¡os deseo mucho
éxito!
Bella parecía estar trabajando en
algo muy distinto a un logotipo, y de vez en cuando me miraba de reojo. Tuve
que armarme de valor para interrumpir su arrebato creativo.
–¡Me encanta eso que dibujas!
–¿Ah sí? Pues eres tú. Quiero
decir, un conjunto para ti…
–¿Para mí?
–Al verte me ha venido la
inspiración, y he comenzado a diseñar esto. Supongo que en algo sí te pareces a
tu hermana, porque ella también fue mi musa en una ocasión –La Diseñadora
remató las líneas rectas de la chaqueta con el trazo ondulado de una falda, que parecía agitarse al viento–. En fin, hablemos de cosas alegres: Sé
que el corte es vintage y que
parecerás una Corsaria del Aire, como nuestro amigo Pushkin, pero te
quedaría divinamente. Sin embargo, tendrías que dejar de pintarte las uñas de
negro para ir bien conjuntada. El luto es tan poco elegante…
El traje verde acuarela que coloreaba
era sencillamente espectacular…, y me lo pareció aún más cuando conseguí
identificarme con el maniquí sin rostro que lo vestía en el dibujo, después de
que Bella le pintara una cabellera del mismo tono rosa que suelo llevar.
–Toma: quédatelo y guárdalo bien. Pasa
un día por casa (supongo que recordarás la dirección, ¿verdad querida?) y te
tomaré las medidas. Me hace ilusión regalarte algo, ya que nunca celebras tu
cumpleaños. Y como a tu hermana no puedo darle nada…
–Muchas gracias, Bella. Me da
vergüenza aceptar un regalo tan caro, pero me quedaré con la ilustración. ¡Es
espectacular!
Esto me demostró que la Ceni y yo
no éramos las únicas que seguíamos tristes y echando en falta a mi hermana
mayor. No puedo decir que el saber miserable a más gente me hiciera sentir
mejor –a fin de cuentas, dos personas que están deprimidas o solas difícilmente
pueden consolarse mutuamente sin acabar más tristes y solas que antes–, pero al
menos ya no me sentí presa de un desánimo inusual. A veces creo que no tengo
derecho a extrañar a Azul, como si por haber compartido tan poco tiempo con
ella (o por haber obrado en su contra antes de saber quién era) no me estuviera
permitido quererla.
Aurora, como Bella, también lidiaba
con su tristeza de una forma artística y peculiar. Llevaba toda la tarde
encerrada en la cocina, hasta que por fin salió y se quitó el delantal diciendo
“¡Ya he acabado! En un rato podremos comer tarta
de las Hadas con glasé rosa”. Dejé a los mellizos y a su madre dibujando,
pues tenía que hablar con mi abuela Repostera y aquel parecía el momento adecuado.
Hay ciertas cosas que, pese a las buenas intenciones de Geppetto, no puedo conversar
con él…, así que en esos casos recurro a Aurora, quien siempre se muestra más
que dispuesta a ayudarme.
–Abuela, ¿puedo hablar contigo?
–¿De qué se trata, querida? Ah, ya
lo entiendo: cosas de chicas. En ese caso, subamos a la habitación de Azul…
De haberse tratado de una “conversación
de chicas”, el cuarto de mi hermana habría sido sin duda el mejor lugar posible
para sostenerla. Seguía estando tal y como lo dejó el día en que se marchó de
casa para irse a vivir a la Capital, con su escritorio perfectamente ordenado,
su telescopio, una colección de peluches (que no mencionó en sus memorias), el
espejo del tocador cubierto de recortes de Cuentos
de Hadas y, sobre el mueble, el único ejemplar que queda de El Blues del Hada Azul, con la cubierta ennegrecida y arrugada como la piel de un ser antiquísimo.
Aurora carraspeó para recordarme
que estaba allí, conmigo. Parecía expectante y aún más nerviosa que yo.
–¡Hija, por favor, no tienes nada
de qué avergonzarte! –dijo sonriente, mientras yo me desabotonaba la camisa y
me quitaba el sujetador–. Ya sabes, es natural que a cierta edad comiencen a
crecerte ¡¿ALAS?!
En efecto, en mi espalda han brotado
dos pequeñísimas alas de mariposa de color rosa, que puedo mover con cierto
esfuerzo y que nadie más ha visto ni verá jamás. ¡Ya está, lo he dicho…, y
ahora acabo de escribirlo! No me siento más aliviada, pero al menos me veo
capaz de afrontar la realidad y mirármelas al espejo.
–Te… te están saliendo alas… En la
espalda.
–Sí, lo sé, ¿qué puede ser?
–¡¿Y cómo quieres que lo sepa?!
¿Acaso piensas que escondo otro par bajo el vestido?
–Creo que Astreo tuvo razón al no
fiarse de mí y entregarme en adopción…
–¿Desde hace cuánto las tienes?
–Comenzaron a salirme hará cosa de un mes,
pero pensé que se caerían solas.
–Entonces no son de nacimiento –y
dicho esto, Aurora suspiró agotada como si acabase de parirme de nuevo–. Espera aquí; bajaré
a buscar al Doctor Unicornio.
–¡No te atrevas a hacerlo! Lo
último que quiero es que me toquetee con sus cascos inmundos, y todo para que no
sepa capaz de diferenciar si son de libélula o de mariposa.
–Pero yo tampoco sé decirte de qué
son… ¿A qué pueden deberse?
–Ni idea, pero a Gato le ocurre lo
mismo.
–¿A tu gato? ¿Ese que ha crecido
tanto que ya es del tamaño de una pantera pequeña?
La abuela se había llevado un
susto por la mañana cuando pasamos a recogerla en su pastelería, y se encontró
sentada junto a un felino más grande que ella en el asiento trasero del coche.
Tuvimos que acercar a Gato de vuelta a casa antes de emprender el viaje a la
Campiña, y todo para evitarle un disgusto…, así que no tuve ocasión de
enseñarle las dos alas de murciélago que le han salido en el lomo, y que le
escondo bajo un suéter de punto que ya se le está quedando pequeño otra vez.
–En un mes ha doblado su peso; el
pelo se le está volviendo aún más negro y sus dos alas son casi tan grandes
como las mías.
–Un momento, ¿el animal estaba
contigo cuando…?
–¿El día del accidente?
–Cuando tocaste el cuerno y brotó
aquel rayo dorado –La abuela hizo un esfuerzo para decir la frase entera sin
que se le entrecortara la voz, y empleó para ello su mímica más locuaz.
–No lo había pensado, pero ahora
que lo dices…, creo que recordar que estaba escondido en la mochila que llevaba
encima.
Mi móvil sonó en ese instante, y
por la cara que debí poner al ver quién era, Aurora intuyó que querría quedarme
a solas. Bajó las escaleras con la excusa de ir proteger la tarta de Gretel y
Hansel, y me dijo con señas que retomaríamos la conversación más tarde. No cogí
la llamada de inmediato y el móvil dejó de sonar; preferí esperar junto a la
puerta abierta para asegurarme de que nadie me espiaba. De la planta baja subía
el ruido de la televisión –el Príncipe Iván estaba haciendo un nuevo
llamamiento a la población, para combatir a los grupos terroristas
antimonárquicos con los que se había obsesionado desde el día del accidente– y
la conversación que los demás sostenían frente a la pantalla.
–Se le está yendo completamente la
cabeza. Mi diagnóstico es que sufre de un delirio paranoide –dijo el Doctor
Unicornio, seguramente sentado en el sofá y con una lata de cerveza entre los
cascos. Sacaba a relucir la jerga médica reaprendida siempre que podía.
–No le excuses con alguna
enfermedad mental, que aún tenemos cuentas pendientes con ese desgraciado –dijo
Astreo, seguramente sentado en el mismo sofá y en la misma posición que su
amigo equino.
–¡Astreo Celeste! ¡Modera ese
lenguaje, que hay niños en la casa! –chilló mi abuela, que bajó las escaleras
sin hacer ruido y pilló a su exmarido in
fraganti.
–No le riñas, Aurora. Tiene razón…
–intervino Pushkin–; alguien tendrá que pararle los pies de una vez por todas,
o no descansará hasta haber sometido a todo el Reino.
Dejé de escuchar la conversación
en el salón porque mi móvil comenzó a sonar de nuevo. Cerré la puerta, me
acosté en la cama y cogí la llamada con una sonrisa en el rostro.
–¡Hola!
–Hola mi vida, ¿cómo estás?
–Bien, ¿y tú?
–Echándote mucho de menos. ¿Qué tal llevas tu reunión familiar?
–Ya sabes, venir aquí me hace
sentir más melancólica que de costumbre.
–Vaya, lo lamento… Pero intenta disfrutar del estar todos juntos, y
mañana te prepararé una cena especial para compensarte por haber hecho el
esfuerzo.
–Muchas gracias. ¡Eres el mejor
novio del mundo!
–Eso es porque tengo a mi lado al amor de mi vida, y me toca estar a la
altura de las circunstancias.
–No te pongas meloso, que ahora no
puedo hablar con tranquilidad. Mañana pasaré a verte; supongo que hoy nos
quedaremos aquí. Aún nos falta cantar Cumpleaños
Feliz con la tarta que ha preparado Aurora.
–¿Sus postres siguen siendo mejores que los míos?.
–Pues sí, para qué voy a
engañarte…
–¡Eres cruel! Bueno, te dejo; no quiero distraerte ni privarte de pastel. Y ya
sabes, intenta disfrutar…
–Que sí, ¡no seas pesado!
–Te quiero mucho, Rosa Grimm.
–Y yo a ti, Emil Sinclair –me
descubrí jugueteando con uno de los peluches que Azul tenía en su cama al decir
esto, así que lo solté en el acto.
–Nos vemos mañana. ¡Adiós!
Me acurruqué pensando en él, y escondí
la cara en la almohada para que nadie (ni siquiera yo misma), pudiera verme
sonreír. En cualquier caso, no me fue difícil dejar de hacerlo; caí en cuenta
de que pronto llegaría el momento en que tendría que hablar con Emil sobre el
creciente problema de las alas que me han germinado… Pero aún no puedo
hacerlo, ¡todo es tan perfecto entre nosotros que no me veo con fuerzas de
arruinarlo! Estar con él es una delicia en el sentido más literal de la
palabra: Ahora que la Academia ha cerrado, se dedica a aprender el oficio de
sus padres, y se está convirtiendo poco a poco en un excelente Cocinero. Es el
novio más dulce que alguien podría soñar.
Creo que me quedé dormida
pensando en qué platos me prepararía al día siguiente. Ninguna
imagen trascendental, desde luego, ni capaz de explicar lo que ocurrió luego. El
caso es que caí rendida y no me desperté hasta un par de horas después, cuando
ya había oscurecido.
Tuve un sueño de lo más peculiar,
que recordé íntegramente mientras me desperezaba. En él, yo vestía el conjunto
diseñado por Bella y surcaba el cielo cogida al negro pelaje de Gato, que ya
era del tamaño de un león y cuyas alas habían crecido tanto que le permitían
volar; las mías no eran tan fuertes, pero se agitaban a mi espalda como un
relámpago rosa. Hicimos algunas piruetas en el aire y entonces descubrí que, a la
orden de “¡Canta!”, el felino ya no maullaba sino que lanzaba poderosas
llamaradas.
El Gatodragón y yo no estábamos
solos; Pushkin, Corsario del Aire, volaba en su navío junto a nosotros para
luchar en equipo contra la flota aérea de Iván, y acabar así con las hordas de
Guardias Reales que enviaba incesantemente para apresarnos y subyugar a Heliópolis.
Las tácticas de combate en la
cubierta del aerobarco estaban bastante más afinadas que la última vez; los
pasteles de cereza-bomba de Aurora eran sólo un aperitivo del menú de postres
explosivos que era capaz de hornear; los autómatas y demás artilugios de mi Padre resistían más de un uso sin romperse, y yo misma –entrenada por Astreo en
el arte de la Astrología Defensiva– era capaz de acertar en el punto débil de
mis enemigos para derribarlos casi sin esfuerzo.
Varios minutos después de despertar,
la ensoñación era aún muy vívida. Pensé que sería emocionante vivir así, como
Corsaria..., algo que conscientemente jamás me habría planteado. Si todos nos
uniésemos podríamos acabar con la Astrología, me dije: derrocar a cualquier Monarca
corrupto, liberar a los presos y políticos, detener las purgas de Ilegales y
vengar la muerte de Azul. Además, no tendría que preocuparme por trabajar y
ganar un sueldo, porque teniendo un novio Cocinero difícilmente me moriría de
hambre. Y sabiéndome ahijada de un Hada madrina, sería imposible que las cosas se
torciesen.
A través de la ventana de la
habitación de mi hermana vi caer unos cuantos copos de nieve –algo atípico en
esta época del año–, y también una estrella brillante en el firmamento,
tintineando como si enviara un mensaje en código morse. La nieve se derretía en
contacto con el cristal, haciendo que la luz del astro pasara a través de un
prisma y descomponiéndola en todos los colores del arcoíris. Mi vida se parece
bastante a ese improvisado caleidoscopio; según cómo la mire, puedo ver una
cosa u otra en mi futuro…, incluso a mi misma domando un Gatodragón, o
empuñando la espada. Todas las posibilidades están contenidas en ese haz de
luz, y sólo necesito dejar de un lado la tristeza para decidirme por una de
ellas…, para girar el caleidoscopio y encontrar la imagen que siempre he
buscando. Mi vida habría sido más sencilla con una Carta Astral, pero también
menos interesante; además, un Corsario no necesita de mapas para llegar a su
destino, y sabe muy bien que lo más importante es disfrutar del camino.
Seguía sumida en estas reflexiones
cuando escuché a Aurora llamarme a gritos escaleras abajo, y creí que había
llegado el momento de cantar
Cumpleaños Feliz
y comer tarta.
Cuando abrí la puerta de la habitación, el ruido de una radio encendida a todo
volumen me hizo espabilar como si me salpicaran con agua helada.
–¡Rosa, date prisa! –repitió
Aurora
–¡Tienes que venir a escuchar
esto! –gritó la Cenicero.
Bajé corriendo las escaleras y los
encontré a todos reunidos en torno al aparato. Nadie hablaba; sólo el Locutor,
que con voz grave y ronca dijo “Y ahora,
en el puesto número uno, escucharemos el último éxito de un trío que pareciera
tener su residencia habitual en nuestro listado semanal de éxitos. Nosotros nos
despedimos, queridos oyentes, deseando que tengáis una excelente velada; os
dejamos en buenas manos. Con todos vosotros, las Tres Hadas: Zafiro, Rubí y
Esmeralda”.
Angel, de The Corrs
–¿Cuándo grabaron esta canción?
–pregunté.
–Nunca, que yo sepa –respondió
Pushkin, que además de Tabernero, Locutor y Editor de panfletos revolucionarios,
también fue Manager del trío del
que mi hermana formaba parte bajo el pseudónimo de Zafiro, el Hada Azul.
–Se han convertido en estrellas…
de la radio –dijo la Cenicero sin poder contener las lágrimas.
–Así es –mi Padre me rodeó los hombros
con su brazo y me dio un beso en la frente–. ¿No te parece increíble, Rosa?
Nadie dijo una sola palabra más.
Nos sentamos en la mesa del comedor, con las luces apagadas, la canción aún
sonando y las velas encendidas sobre la tarta. Cuando fui a coger el tenedor,
descubrí en mi mano el dibujo donde yo aparecía vestida de Corsaria. Estaba
algo más arrugado que cuando me lo dio Bella hacía unas horas, pero seguía siendo
(o lo era ahora, más que nunca) una hermosa posibilidad.
Aún no me conozco del todo, ni sé
qué voy a hacer ahora que tengo alas. Escribir este diario no me permitirá
descubrirlo de la noche a la mañana, pero sí puede servirme para recoger las certezas
que vaya ganando, ¡y hoy he tenido la primera!: de mayor, me gustaría ser como
Azul. Quizás no tan ingenua, pero sí igual de libre,
original y consecuente. Quiero hacerme a mí misma, y sólo en eso llegar a ser
excelente.
Si algún día tengo la ocasión, le
daré personalmente las gracias a mi Hada madrina, a mi estrella, por no haber cumplido mi deseo
para que yo misma lo hiciera. Y también le diré aquello que nunca dije cuando
la tuve a mi lado:
“Estoy muy
orgullosa de ser tu hermanita,
Comentarios
Por supuesto, tengo que comenzar construyendo esa "verdad" conmigo mismo, en algo parecido a la realización personal (aunque tanto más flexible en sus pretensiones de éxito). Hacerse uno mismo es una empresa heroica, está visto.
Y es por eso que me sorprende tanto que la lectora (y antes que lectora, amiga) más verdadera que conozco "siga luchando por llegar a ser quien es". Me descoloca, porque temo llegar a mi destino y encontrar que tú ya has estado allí, que hace tiempo que has recgido tus cosas y seguido adelante, porque dicho destino sea incesante, y la meta siempre esté un más allá de nuestras narices.
Gracias por haber inspirado cualquier inspiración personal y literaria a convertirme en "un niño (escritor) de verdad", como Pinocho. Si el Hada Azul bebió la cicuta fue gracias a ti. Y ella también te da las gracias.
Afortunadamente, siempre tendremos la duda, la incertidumbre de si nos estamos dejando algo en el camino, de si hemos realizado suficiente examen de la propia persona y de los resortes que nos mueven. ¿Soy siempre tan valiente como pretendo ser y espero de los demás? ¿Actúo siempre de manera consecuente con lo que creo? ¿Puedo ser una persona aún mejor? Quien no se plantee estas cosas y se suma en la satisfacción de lo que ha alcanzado a ser, a mi parecer empezaría a caminar por los pantanos de la mediocridad, dejaría de habitar poéticamente.
Y en esta búsqueda y lucha incesante de ser quien soy, he tenido el privilegio de caminar junto a un Amigo, un compañero de vida que me ha ayudado a construir ( a veces entre risas, a veces entre llanto, a veces con un café) lo bueno y bello que puede haber en mí. Gracias por absolutamente todo.
Espero en un futuro no lejano que siga usted compartiendo tan generosamente ese don de escribir que la vida le ha dado. Muy agradecida.
Maravillosos los videos. Un trabajo muy cuidado. Le felicito
Todos los días ando como sonámbula con la almohada persiguiéndome y quejándome por no poder dormir de noche, pero vuelvo a afirmar que gracias a ese odioso detalle pude llegar a tu historia.
Muchos seguimos buscando un lugar en el mundo y poder ser mejores de lo que ya somos, ¡vaya si lo sé!
Mil gracias por crear un fabuloso Blog, éxito y espero algún día ver Heliópolis en las librerías ^^
Un abrazo, Rina